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Diario El Argentinojueves 25 de abril de 2024
Opinión

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El qué y no el quién

El qué y no el quién

Alberto Fernández y Cristina Fernández.


Por Antonio Tardelli (*)

 

Fastidia ya el espacio que se le asigna a las (supuestas) tensiones que existen entre el presidente Alberto Fernández y su vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner.

Acaso un ejemplo lo pueda explicar.

El desplazamiento de la ministra de Justicia, Marcela Losardo, y su reemplazo por alguien que llega para volver indubitable pensamiento oficial la teoría del lawfare, o guerra judicial, importa por el cambio de rumbo que comporta y mucho menos por si la que se va es de uno, el Presidente, y el que llega es de otra, la vicepresidenta.

El periodismo que tanto sobrevalora el asunto es causa y consecuencia de una determinada concepción de la política.

Es la que entiende la política, de manera casi excluyente, como el escenario donde los actores forcejean, los ministros compiten, los dirigentes cotillean y los operadores se lucen concretando sus operaciones.

Es la idea, en fin, de que la política se reduce a los comentarios de pasillo. Y, particularmente, a los comentarios de pasillo del palacio.

Es entretenido, más no decisivo; es divertido, más no determinante.

Si lo que importan son los gobiernos, el sentido de la política está dado por sus medidas, por sus objetivos, por sus orientaciones.

Por las normas que dicta y por las alianzas que intenta.

Por los amigos que consigue y por los enemigos que acumula o alienta.

Las relaciones de fuerza dentro de un gobierno (si manda el Presidente o si manda la vicepresidenta) son interesantes, verdaderamente relevantes, si una cosa o la otra modifica lo que el gobierno hace.

Es el nuestro un régimen presidencialista, no parlamentario.

No elegimos parlamentarios que después, según el número de cada fuerza, están obligados a sellar alianzas entre sí.

En ese caso sí importan cuántos verdes hay, cuantos conservadores, cuantos democristianos.

Porque de esos entreveros, y de esas relaciones de fuerzas muy estrictas, delimitadas con absoluta precisión, puede surgir una clase de gobierno u otra.

No será lo mismo un gobierno de centristas e izquierdistas que un gobierno de centristas y derechistas.

En esos regímenes esas diferencias o esas alternativas o esas posibilidades se dan a menudo.

El nuestro es un régimen diferente.

Y aunque los partidos están debilitados, divididos, fragmentados, seguimos eligiendo entre partidos o en todo caso entre alianzas o coaliciones que ante el electorado se presentan como un espacio único independientemente de su homogeneidad real.

El Frente de Todos es una sola cosa, más allá del perfil del Presidente, el de la vicepresidenta o el de los peronistas republicanos (o como se llame esa corriente).

Juntos por el Cambio es una sola cosa, más allá de que allí convivan macristas y radicales y otras yerbas.

Por lo tanto, aquella fórmula Fernández-Fernández, hábil jugada (recuérdese: sin Cristina no se puede ganar, pero con Cristina sola no alcanza), asociaba cosas diferentes, pero dentro de un espectro no tan extendido.

Si no, no hubiesen podido ir juntos. Cosas que se repelen no pueden permanecer unidas.

Sobre todo, por el lado del antikirchnerismo furioso, que se sintió defraudado por la vuelta al redil de un disidente como en su momento fue Alberto Fernández, se apostó más de la cuenta a esa diferenciación.

Esa diferenciación que en el análisis político de hoy ocupa minutos y minutos de los medios, centímetros y centímetros de la prensa gráfica.

Tanto que los actores son prácticamente caricaturizados.

Si gobierna uno u otra; si decide uno u otra.

Pero lo que importa, en definitiva, es si salimos o no salimos del Grupo de Lima. No quién lo decidió dentro del esquema de poder del gobierno.

Importa si Losardo o si Soria, y sólo porque hay un cambio de política, o de estilo, y no tanto por las relaciones de fuerza hacia el interior del gobierno.

Todo esto importaría si fuera prólogo de algo.

Importaría si todas las tensiones, si todas las supuestas disputas, pudieran mañana o pasado mañana, o el año que viene, llegado el momento, enumerarse como antecedentes de una crisis, de una división, de un quiebre institucional, de una ruptura, de una sucesión.

Ahí sí. En ese caso, sí.

Porque estas tensiones, las de hoy, nos estarían preanunciando aquel escenario.

Más nada hace pensar que esa clase de desenlace sea probable. O posible.

Quién sabe. Únicamente el futuro.

Mientras tanto, sin ese horizonte a la vista, detenerse entre las intrigas del uno y la dos es entretenimiento puro, divertimento menor, mesa de arena, hobby de laboratorio, ya que al final del día los gobiernos importan por el sentido de sus órdenes y no por la identidad de quien ordena.

 

(*) Antonio Tardelli es periodista y esta columna de Opinión se extrajo del portal Análisis.

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