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Diario El Argentinosábado 20 de abril de 2024
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Polio: la otra pandemia, la otra gran campaña de vacunación, la enseñanza que se debería aprender

Polio: la otra pandemia, la otra gran campaña de vacunación, la enseñanza que se debería aprender

Ayer, como hoy, las vacunas llegaron al país en aviones y con ellos trajeron esperanzas para la población en general.


El 12 de abril de 1955, la vacuna contra la poliomielitis descubierta por Jonas Salk fue oficialmente declarada segura, efectiva y, gracias a su autor, libre de patente: aquel gesto de una sola persona salvaría la vida de millones.

 

Un gesto que, 66 años después, adquiere una dimensión aún mayor en estos tiempos de coronavirus, cuando los poderosos solo se plantean hacer multimillonarios negocios.

Polio: su mero apócope sonaba a muerte. Fue la peor pesadilla de los padres –atacaba especialmente a menores de 9 años– y todavía son muchos los argentinos que la recuerdan. De esa época oscura emergerían, sin embargo, dos personas luminosas: Jonas Salk y Albert Sabin. Pudieron hacerse millonarios, pero renunciaron a las patentes de sus descubrimientos por amor a la vida, en favor de la salud universal.

Las circunstancias habían empujado a la ciencia a una investigación contra reloj. Los efectos de la polio –existente desde la prehistoria junto con la mayoría de los virus– así como sus consecuencias en el sistema nervioso y motriz, ya habían sido descritos por Jakob Heine, un ortopedista alemán, en 1840. Pero no fue sino hasta 1930 que comenzaron a brotar epidemias crecientes del mal en Europa y Estados Unidos. El pico de 1947en Inglaterra, Austria, Alemania y Checoslovaquia alcanzó proporciones pandémicas en Europa, América del Norte, Australia y Nueva Zelanda, publicó la agencia de noticias Télam.

En Argentina, la poliomielitis mostraba ya carácter endémico en ciertas zonas desde la década del 40. La sociedad la había asumido como un problema local y se organizaba para contenerla con los recursos disponibles. En 1946 fue creada la Secretaría de Salud Pública, elevada a rango de Ministerio en 1949 a cargo del neurocirujano Ramón Carrillo. Además de disminuir drásticamente la mortalidad infantil, erradicar el paludismo, la sífilis, el tifus y la brucelosis durante su gestión, Carrillo había contenido la expansión de la polio en base a los criterios sanitarios de su época. El rango se mantenía en un promedio de cinco casos anuales cada cien mil personas.

Pero sobrevino un golpe militar. Y con él, el desastre. El país –que no llegaba entonces a los 19 millones de habitantes– pasó de 871 contagios en el ‘54, reducidos a 435 en el ’55, para saltar a 6.496 casos (en su mayoría niños y niñas) en 1956. El 10 por ciento de esos afectados moriría, y un 25 por ciento quedaría con alguna discapacidad permanente.

 

El contexto político

 

Apenas meses antes de desatada la crisis de contagios, la Marina había bombardeado a la población civil dejando 309 muertos. Una decena de esas víctimas eran escolares que visitaban el centro porteño; paradójica y trágicamente, de entre seis y nueve años de edad, el mismo grupo etario más castigado por la polio. Esos mismos bombarderos que se autoproclamaban “libertadores” habían tomado el poder en septiembre del ‘55 y estaban ya a cargo de la emergencia sanitaria.

No contento con el desmantelamiento del Ministerio de Salud que había creado Perón en 1949 (una década después, el gobierno de Onganía repetiría la hazaña degradando a secretaría el Ministerio de Salud reestablecido por Arturo Frondizi y luego lo volverías a degradar la gestión de Mauricio Macri a Secretaría), Aramburu intentaba por entonces aprovechar el vacío legal fruto de la derogación de la Constitución de 1949 para privatizar el sistema de salud pública.

Como había sucedido con la fiebre amarilla en la segunda mitad del siglo XIX, las familias ricas emigraban a sus estancias. Quienes no tenían a dónde huir, quedaban a la deriva. Se respiraba la hora del desamparo, que había cubierto al país como una nube.

 

La llegada de la vacuna

 

Las noticias acerca del descubrimiento de una vacuna en 1955 habían sido un faro de esperanza. Pero, las fabricadas en los primeros meses eran todavía muy pocas. Pese al enorme gesto desinteresado del doctor Jonas Salk, la elaboración de su vacuna era compleja. El virus inactivado (que constituía el componente central) se obtenía sembrándolo en células renales del Rhesus, un tipo de mono que habitaba en la India, donde era venerado por cuestiones religiosas.

Así, aún con su patente liberada, la única fórmula de vacuna –que sólo Estados Unidos, Canadá y Gran Bretaña, estaban en condiciones de producir– tenía un alto costo de fabricación y un precio comercial de 5,70 dólares de entonces por dosis. Esto dificultaba su adquisición para cualquier gobierno. Pero el apoyo internacional, ante lo que ya se señalaba globalmente como una peligrosa pandemia para la especie humana en su conjunto, involucró a líderes e instituciones mundiales en favor de la Argentina y su provisión.

Finalmente, el producto salvador llegaría al Cono Sur gracias a un fortísimo apoyo de las Naciones Unidas y de la Organización Mundial de la Salud. El embajador en Washington gestionó la compra de las vacunas y logró que el 10 de agosto de 1956 el gobierno norteamericano autorizara la partida de un millón de dosis para exportación.

Francisco Elizalde, secretario de Sanidad Pública, viajó a la semana siguiente a Nueva York y gestionó la adquisición de las vacunas, que fueron remitidas al país con la celeridad del caso gracias a que el país contaba con una recientemente fundada línea de bandera propia.

 

Campaña de vacunación sin precedentes

 

Tras la capacitación de equipos sanitarios y enfermeros, el 12 de septiembre de 1956 se aplicaron las primeras inyecciones en 44 escuelas de la Capital Federal.

El 6 de octubre de 1956 llegaron 507 mil dosis –que se sumaban al millón recibido en agosto– y el 20 de diciembre una tercera entrega de dos millones. La distribución al interior se realizó por camiones sanitarios que recorrían el país y el ferrocarril nacional. El tendido radial ferroviario facilitó, para el caso, un rápido acceso a zonas del interior; en particular, el de la línea General Belgrano, que llegaba a las provincias del llamado “Norte Grande”.

En 1959 el gobierno de Arturo Frondizi adquirió dos millones de dosis Salk, a las que se sumaron cuatro millones en 1960 y cinco millones de dosis en abril de 1961.

El suministro externo de vacunas se regularizó rápidamente; en 1960 ya funcionaban específicos programas de vacunación anti poliomielítica obligatoria para niños argentinos entre dos meses y 14 años, medida que se extendió a las embarazadas.

Plantear a corto plazo y como asunto de Estado global el acceso a las vacunas es, pues, una prioridad moral, pero también de supervivencia; una prioridad de la raza humana como especie.

Así, el tema de las patentes vuelve a interpelarnos con la lógica ética de Salk y Sabin: la libertad no es patrimonio exclusivo de los autoproclamados libertarios cuya mirada ciclópea ve las cosas con un solo ojo.

De esa mirada, también contagiosa y viral, hace falta cuidarse. Porque esa mirada no es otra que la del ojo del amo.

 

 

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