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Diario El Argentinosábado 20 de abril de 2024
Colaboraciones

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El barrio y las tradiciones

El barrio y las tradiciones

Amalia Doello Verme (*)


En la esquina de Buenos Aires y Pasteur vivía la familia de Yona Basini, cuyos miembros eran asiduos visitantes a mi casa, por lo cual se había creado una familiaridad con ellos, y por supuesto fueron los primeros asistentes al bautismo que se realizó con mis dos hermanitos Mario y Rubén que, aunque no eran mellizos, se bautizaron los dos al mismo tiempo.

En aquella época se usaba trasladarse en carruaje (mateo) tirado por caballos, por lo que se requirió la presencia de uno para ese día.

Se hicieron los preparativos: nombrar los padrinos, consultar en la iglesia día y hora, la ropita para los chicos, la comida del día tan importante para la familia.

La tradición de la época era que los padrinos, al volver del bautizo, debían arrojar al aire algunas monedas deseándole prosperidad a los recién bautizados, y los chicos que estaban esperando, gritaban: “padrino pelao”, si era el caso de que el padrino estuviera corto del bolsillo, entonces tiraba dos o tres monedas lo que provocaba que los chicos se tiraran de cabeza a juntar ese preciado regalo.

Era una fiesta en la puerta de mi casa, ver cómo mis hermanos y los vecinitos llegaban para no perderse este momento tan tradicional y que seguramente alguno de ellos se quedaría con alguna monedita.

La tradición era genial pero hoy de grande, más allá de la risa que provocaba, reflexionamos acerca de esta la situación, donde vemos que los chicos no esperaban a los bautizados, sino que esperaban a los padrinos que vendrían a alegrarles la mañana o la tarde, según el horario en que se realizara el evento.

Ocurrió que al regreso de mis hermanitos bautizados, el señor Basini, que había preparado un puñado de monedas, no tuvo mejor idea que antes que bajaran todos del carruaje tiró las monedas a la vereda; su esposa sintió el deseo incontrolable de juntar una moneda, para ello se agachó y uno de los chicos se tropezó con ella y que cayó prácticamente a todo lo largo de su cuerpo, encima de ella cayó el chico y otros que ya se habían tirado a juntar lo que permanecía en el suelo, la verdad que a pesar del revolcón nos reímos a carcajadas de la pobre señora que se sacudía de lo lindo.

Después que pasó el revuelo, y que vimos que no le había pasado más que un raspón, nos tranquilizamos y entramos a la casa.

Durante mucho tiempo cuando nos acordábamos de esto nos volvíamos a reír “como si la estuviéramos viendo”.

La tradición de tirar monedas por los padrinos dejaba al descubierto la generosidad, el buen humor, y quizás la economía de quién ejercía el rol del padrinazgo.

Así pasaba la vida, sencilla, humilde, pero con valores que se desprendían del soporte fundamental que era “la familia”.

La señora Basini les contó a sus vecinas lo que le había ocurrido sin ningún atisbo de vergüenza, porque en el barrio se compartían todas las noticias.

Fue un gran día en mi casa, los chicos bautizados, muchos amigos que compartieron un asadito, el vinito tinto, empanaditas hechas por mi mamá y a la tarde pastelitos con chocolate que ayudaron las vecinas a preparar, y como harían falta algunas sillas los vecinos traían las de su casa para sentarse y estar cómodos. Ahora que estoy bastante crecida con hijos y nietos, dialogamos y reflexionamos sobre lo que el barrio aporta al crecimiento personal, sólo hay que dejar entrar la “empatía” a nuestros hogares y hacer de la amistad el primer y fundamental valor para la vida.

 

(*) Amalia Doello Verme decidió en esta pandemia traer e la memoria “muchas de las historias vividas, y me pareció que sería bueno compartirlas con los vecinos que fueron protagonistas de estos relatos”, sostiene la autora y agrega: “Mi intención es sacarles una sonrisa y hacerlos viajar en el tiempo para revivir de alguna manera momentos dramáticos y otros humorísticos”.

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