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Diálogo con Elida Isolina “Vicky” Doello, docente: “La educación es lo que transforma a las personas y hacen más grande a una sociedad”

Diálogo con Elida Isolina “Vicky” Doello, docente: “La educación es lo que transforma a las  personas y hacen más grande a una sociedad”

La profesora Elida Isolina “Vicky” Doello es docente, ya jubilada; pero en actividad con una propuesta para que los alumnos no pierdan la oportunidad de estar en la escuela. En rigor, ese es el tema de su vida como trabajadora de la educación.


Por Nahuel Maciel

EL ARGENTINO

 

“Llevo el nombre de mi abuela paterna y el apodo me acompaña desde la adolescencia”, precisa con orgullo. Nació el 14 de noviembre de 1960 en Gualeguaychú, “en la zona Oeste, en Doello Jurado, entre Paraná y Moreno”, vuelve a precisar para marcar su identidad de barrio.

Está casada con Abelardo Daniel Almirón con quien tuvo mellizos: un varón y una mujer que ahora tienen 32 años.

En diálogo con EL ARGENTINO, esta docente, alma mater de la Escuela Barboza, pero también clave para el edificio de la Escuela Pablo Haedo, recuerda esas gestiones y también comparte su reflexión acerca de la enseñanza del hogar. Sus padres siempre la inculcaron que “la educación es lo que transforma a las personas y hacen más grande a una sociedad” y eso ha sido lo que mejor define a su trayectoria como educadora. Y al mismo tiempo la describe como una mujer hacedora de oportunidades, gestora de un mundo donde la escuela es indispensable para la vida.

 

-Comparta primero una referencia de su formación.

-Mi escuela primaria fue la que actualmente es el número 36 y que antes estaba frente a mi casa y era el número 34. La secundaria la cursé en la Escuela Normal y luego comencé el profesorado de Letras en el Sedes. Hubo un corte con la matrícula y terminé mi último año en la Escuela Normal Mariano Moreno de Concepción del Uruguay. Tuve muy buenos profesores y los recuerdo siempre. Voy a evitar nombrarlos porque temo ser injusta con algún olvido, pero guardo de ellos un enorme agradecimiento. Mi práctica docente la realicé en el histórico Colegio Nacional de Concepción del Uruguay. Luego me vine a Gualeguaychú en 1984. Aquí hago un alto; porque a mi generación le tocó el final de la dictadura cívico militar, la guerra de Malvinas y el advenimiento y recuperación de la democracia que fue muy movilizadora para todos nosotros. Y ahora nos toca esta pandemia que, si bien no es comparable, será una experiencia colectiva imborrable en nuestra memoria.

 

-Fue una generación muy participativa.

-Sí. Incluso recuerdo que en la época de la guerra de Malvinas estaba en un grupo de pertenencia que nos oponíamos a esa experiencia bélica. Si bien muchos argentinos se fascinaron con la guerra, a pesar de mi juventud me daba cuenta que esa decisión fue una excusa para ganar algo de tiempo por parte de la dictadura que ya estaba en decadencia. Además de oponerme a la guerra por su propia definición.

 

- ¿Cómo descubre que quiere ser docente?

-Provengo de un hogar de pocos recursos económicos, de padres trabajadores. Mi papá era obrero del Frigorífico y mi mamá fue ama de casa y luego cocinera en una escuela. Y como en la mayoría de los hogares de trabajadores, se valoró siempre la educación. Mis padres siempre me inculcaron que no debía desaprovechar la oportunidad de estudiar y ellos trabajaron sin descanso para que yo pudiera cumplir con ese objetivo. Y siempre me dijeron que la educación era lo que transformaba a las personas y hacía más grande a una sociedad. Incluso recuerdo que me ponían como ejemplo que uno podría acceder a un muy buen sueldo, pero siempre será la educación la mayor riqueza que podamos transmitir. Y quiero enfatizar: no me hablaban de instrucción, sino de educación que es muy distinto. Mis padres me decían que tal vez alguna vez me pueda faltar trabajo, pero siempre tendré mi educación y esa será la herramienta para que me va a permitir ver las cosas de otra manera y cuando llegue la oportunidad estaré preparada para no desaprovecharla. Como adolescente siempre me preocupaba la falta de ropa para ir a bailar o acceder a cosas materiales, pero ese concepto de la educación fue innegociable. Mi padre era una persona que no accedió a la secundaria y, sin embargo, siempre lo consideré una persona muy educada. Por eso hago la distinción entre ser instruido y ser educado.

 

- ¿Y cómo fue su trayectoria docente antes de asumir la responsabilidad de una conducción de un colegio?

-Estuve cinco años en Villa Paranacito donde ejercí por primera vez la docencia. En Gualeguaychú no había tanta demanda de profesores de nivel secundario y aproveché la oportunidad de una suplencia en Villa Paranacito. Era el año 1984. En ese entonces nos hacemos amigas con Cecilia Guzmán, quien más tarde asumiría como directora de la Escuela Pablo Haedo; y con Aída Burgos, otra docente que también está jubilada al igual que yo. Hacía dedo para ir hasta la escuela. Recuerdo que la creciente grande de 1982 había destruido el camino de acceso a Villa Paranacito y devastado a toda la zona. Recuerdo que muchos docentes hacíamos dedo en Urquiza y la Ruta Nacional 14, generalmente lo hacíamos de a dos. Para tener una idea: debíamos salir a las 5 de la mañana de Gualeguaychú para poder llegar a dar clases a las 12 del mediodía. Llegábamos hasta el puente Sagastume y ahí tomábamos la lancha de la escuela primaria que transportaba a los alumnos de ese nivel. Era una lancha que no tenía vidrio, que apenas tenía una lona y sufríamos mucho el frío en medio del río. Ahí nos quedábamos tres días. Al principio estaba soltera; luego me casé con “Cacho” Almirón y cuando tuvimos familia, me los llevaba esos tres días conmigo. Eran dos bebés, mellizos, y mis compañeras me ayudaron mucho; lo mismo que una señora a la que le alquilábamos una pensión que siempre fue muy considerada y afectuosa con esa realidad. Si bien para ella era un trabajo, en rigor fue un favor. El asunto es que quería llegar a los dos años de antigüedad o titularme para poder alguna vez aspirar a un traslado hacia Gualeguaychú.

 

-Se quedó en silencio.

-Recuerdo que en ese tiempo mi hijo Manuel tuvo graves problemas de salud e incluso estuvo al borde de la muerte. Fueron tiempos de mucha angustia. Gracias a Dios es una bellísima persona al igual que su hermana. El asunto que todo ese contexto me apuró mucho la decisión para tramitar el traslado y a través de AGMER (Asociación Gremial del Magisterio de Entre Ríos) me ayudaron con los trámites para demostrar la necesidad de tener integración familiar.

 

- ¿A qué escuela la trasladaron?

-A la Escuela Pablo Haedo. Era 1990. Y en esa escuela, cuando llevaba casi un año como docente y con treinta años, me ofrecen como una suplencia la Dirección del establecimiento. Obviamente, antes se la habían ofrecido a otros colegas con más antecedentes, pero no sé si fue el destino o qué, pero todos la iban rechazando. Y de mi parte, no sé si habrá sido audacia de juventud o ganas de aceptar desafíos, acepté. Al poco de ejercer la dirección en la Escuela Pablo Haedo me di cuenta que podía gestionar y me resultaba fácil y un alivio articular equipos de trabajo. Tenía para ello a docentes muy comprometidos con la labor educativa. Se trataba de una escuela que tenía una matrícula de alumnos con muchas vulnerabilidades. Y a mí me tocó la Dirección cuando esa escuela estaba repartida en tres sedes.

 

- ¿Cómo fue eso?

-Funcionaba en tres domicilios distintos y había que ir de aquí para allá. Estaba en la actual Escuela Rosa Regazzi, que en ese entonces era un anexo de la Escuela Haedo; y funcionaba de noche. El otro edificio estaba en la Escuela N° 90, también de horario nocturno; y la tercera parte en la Liga Departamental de Fútbol.

 

- ¿Y cómo fue la transformación institucional?

-En dos años logramos –junto a innumerables personas de distintos ámbitos- que el anexo de la zona Sur se convirtiera en la Escuela Rosa Regazzi. La Escuela N° 90, donde estaba la actual directora Departamental de Escuela, Marta Landó, me dieran más espacio para un turno tarde y descomprimir así la Liga Departamental de Fútbol. Es decir, unificamos en una sola escuela los dos turnos. La Escuela Haedo tenía una cooperadora muy trabajadora y fuerte y Emilio Martínez Garbino la integraba. Además, al ser una escuela donde iban alumnos que eran adultos, los ex alumnos estaban muy comprometidos con la institución y sus necesidades. Era un grupo de personas diversas y con mucho empuje y así comenzaron a gestionar un predio para levantar el edificio para la Pablo Haedo. Así se consigue el actual terreno donde funciona la escuela y en esos dos primeros años se hizo toda esta movida e incluso la construcción de los primeros módulos del edificio actual. En ese tiempo llega la directora que ocupa el cargo que yo detentaba como suplente y a los quince días de ese hecho, surge la posibilidad de crear la Escuela América Barboza.

 

- ¿Y asumió ese desafío?

-Sí, pero esta vez con más confianza porque venía con el impulso de la Pablo Haedo. A los 32-33 años siempre uno se siente con mucha potencia para hacer cosas y mucho más cuando son nobles. Otra vez se presenta las enseñanzas de mis padres, en el sentido que la educación transforma a las personas y hace más grande a una sociedad. Ya sabía por experiencia propia que no estaba sola para afrontar desafíos.

 

- ¿Pero ¿cómo le llega lo de la Escuela Barboza?

-Me informan que se creará una escuela para los barrios de la zona Oeste. Y hacía quince días que había dejado de ser directora de la Escuela Haedo. Recuerdo que cuando se inauguró la Pablo Haedo hacía diez días que había dejado de ser directora. Continúe como profesora en esa institución. Me entero leyendo el diario que se va a crear la escuela Barboza, justo me había mudado de domicilio en esas inmediaciones y decidí presentarme. La Pablo Haedo tenía a favor una identidad, una historia construida junto a la comunidad. La Barboza no tenía nada de eso, pero tal vez el de nacer por primera vez era una oportunidad también formidable para crecer en comunidad. En esos años no había credenciales de directivos para concursos, pero se hizo una especie de compulsa interna con carpetas de antecedentes y quedo en primer lugar.

 

- ¿Y cómo fueron esos inicios, donde ni edificio tenían?

-Recuerdo que me presenté a la Escuela 114 que era donde funcionaba provisoriamente. Y ahí conoció a los padres que habían generado la Escuela. Era un grupo muy comprometido donde había un representante por cada barrio de la zona Oeste. La Escuela Barboza nace por necesidad y sugerencia de los padres de los propios alumnos. Fueron esos padres los que realizaron todas las gestiones ante todos los políticos de turno hasta lograr su cometido. Y me presento con mis 32-33 años y en seguida me adoptaron y se convirtieron en mis protectores porque me acompañaban a la salida de la escuela que era de noche en las primeras épocas. No tenía preceptor ni ordenanza, estaba prácticamente sola. Solo tenía una mesa que gentilmente me prestaron los trabajadores de ordenanza de la Escuela 114 y lo que era la portería, se convirtió en mi Dirección.

 

- ¿Con qué matrícula iniciaron la Escuela Barboza?

-Comenzamos con sesenta alumnos en 1994. Para ubicarnos, fue la época donde se implementó la Ley Federal de Educación; donde las escuelas nacionales se traspasan a las provincias, pero sin presupuesto. Eso implicaba que los séptimos grados de la escuela primaria pasaban al nivel secundario. En marzo de 1994 comenzamos en la Barboza. En mayo de ese año, en una de las tantas charlas nocturnas que teníamos con la comisión de padres, que eran como mis protectores, me cuidaban y me ayudaban a cerrar la escuela de noche; planteamos la necesidad de tener edificio propio porque la 114 ya era chica. Y encima para el año siguiente nos iban a transferir a los alumnos de once años, que debían incorporarse a un horario nocturno, en un contexto difícil en términos de seguridad ciudadana similar al que se vive hoy. Hay que tener presente que esa escuela había surgido para los chicos de esos barrios, pero sin una oportunidad de estudiar en un horario matutino o vespertino, iban a terminar eligiendo otra institución en zonas más alejadas de sus hogares y así no se iba a cumplir con el objetivo buscado.

 

- ¿Y cómo siguieron a ese planteo de edificio propio?

-Nos pusimos a pensar. Era 1994 y nos preguntábamos qué edificio acorde a nuestras necesidades y proyecciones podría existir en la zona. Ahí se me ocurrió el Hogar de Niñas, donde en ese predio funcionaba una escuela primaria N° 68. Me acerqué a esa escuela y dialogué con la entonces directora que era la profesora Silvia Del Valle. Así le planteó la posibilidad de tener en ese edificio la primaria y la secundaria juntas. Del Valle enseguida aceptó la propuesta porque siempre es mejor la articulación entre los dos niveles educativos, además nadie perdía referencia territorial y pertenencia a los barrios. Y resultó que ella era una de las más inquieta por tener el secundario, algo que no era muy común entre la docencia. En las vacaciones de invierno nos ponemos las dos a elaborar el proyecto, sabiendo que tal vez podría dormir el sueño de los justos en algún cajón de un despacho oficial.

 

- ¿Y mientras tanto?

-Gestioné para que me permitieran instalarme momentáneamente en la Escuela La Milagrosa. Y en esa institución pudimos ir en horario de tarde. Y a los padres que se mostraban temerosos de que todo se diluyera los fuimos conteniendo en el valor de la diversidad, en la experiencia positiva de conocer otras realidades, aunque sean barrios de similares características y encima se accedía a otros aspectos más allá de la escolaridad. Y no hay que olvidar que en esos barrios hay un sustrato muy fecundo en materia de solidaridad y de ayudarse unos a otros.

 

- ¿Y cómo se llega a la construcción del edificio de la Barboza, que debe ser uno de los más lindos que se han construido en infraestructura escolar?

-Con la Ley Federal nos adjudican de golpe cuatro primeros años, es decir, alumnos con once años de edad. Y en La Milagrosa –que estuvimos desde 1995 hasta 1998- no había lugar. En 1999 se implementa la EGB 3 y en medio de esa desazón, vimos la oportunidad para concretar el sueño original de esos padres iniciadores de la Barboza. Con Silvia Del Valle vamos a hablar con la directora Departamental de Escuelas, María Eugenia Tack, que fue muy valiosa para nosotras. Y así Silvia dice que unifica todo a la mañana, de modo de permitir a la secundaria funcionar en horario de tarde en el mismo edificio. Recuerdo que en ese entonces Blanca Osuna, que era la presidenta del Consejo General de Educación, consigue unos planos, inspecciona el lugar y se observa que una gran parte del Hogar había un depósito bastante abandonado. A su vez la escuela primaria estaba de manera precaria, con pocas aulas y con un mismo recurso económico se impactaba en dos instituciones educativas. En esa primera etapa se unifican los turnos como ya los describí y a la semana me estaba instalando con toda la escuela secundaria en el turno tarde. Entonces, nos plantean desde Departamental que solo se muden los séptimos -que serían los primeros años para que se entienda- y el resto que siga en La Milagrosa. A pesar que muchos no querían, acepté porque para mí era estratégico tener un pie dentro. Así que volví a ser directora con dos sedes distintas y andar de aquí para allá.

 

- ¿Y cuánto duró esa situación?

-Duró una semana. Porque en una reunión institucional, cuando ya estábamos instalados con los distintos primer año, suspendimos ese encuentro y todos nos fuimos a hablar de nuevo con María Eugenia. Fuimos todos juntos y ella nos atendió y con su capacidad de escucha, a la semana teníamos a toda la matrícula de la Escuela Barboza en un mismo edificio, en turno tarde. Y ahí comienza otro desafío para nosotros, porque surge una especie de masividad de la escuela secundaria y se necesitan desdoblar divisiones. Y si algo caracterizó a la Barboza que ningún alumno se iba a quedar en el camino por falta de espacio o de banco. Jamás. Abríamos dos y hasta tres divisiones por curso. Comenzamos con 60 alumnos en la Escuela 114 y hoy hay 960.

 

-Incluso los alumnos de la Barboza, tanto al ingreso como al egreso, siempre expresaron un sano orgullo de pertenencia, y los barrios del Oeste de inmediato enriquecieron su identidad con esa nueva institución.

-Fue un cambio muy notable. Incluso, más allá de la vorágine de la conducción de estos procesos y de la rutina de la administración escolar, siempre me gusta detenerme a observar lo que está sucediendo alrededor de todo ese movimiento. Recuerdo que al principio todo era precario; pero el profesor que dictaba Trabajo Cooperativo Escolar, enseguida articuló con los alumnos un grupo de trabajo y todos los años, el primer punto del proyecto era reparar el mobiliario roto con los mismos alumnos que lo reparaban para ellos o sus hermanos o un vecino. Era hermoso ver a esos grupos trabajar con ese sentido de pertenencia. Y así puedo citar innumerables ejemplos, porque el plantel docente siempre estuvo muy comprometido con el proyecto y la comunidad educativa. En esa época donde lo que prevalecía eran tantas carencias materiales, en la Escuela Barboza compartíamos la riqueza de lo mejor de cada uno. Entonces, los alumnos eran conscientes que podían estar en un aula cuya ventana tenía un cartón en vez de vidrio, pero sabían que en algún momento esa realidad iba a cambiar con el esfuerzo de todos. Del edificio viejo reciclamos todo lo que pudimos: de las puertas de los baños hicimos los biombos para los mapas, por ejemplo. Hoy un ex alumno visita la escuela y encontrará un banco, una puerta, un biombo, algo que él intervino con sus manos para que otro pudiera aprender mejor.

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