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Opinión

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¿En qué fallamos ?

¿En qué fallamos ?

A veces nos preguntamos en que fallamos.


Jorge Pedro Jurado (*)

(Colaboración)

 

A menudo charlo con amigos sobre la situación actual y sobre temas del pasado y nos preguntamos y repreguntamos el porqué de la gravedad que estamos viviendo. La economía, la educación, la inseguridad, la falta de justicia, la inflación reiterada e interminable. Son diálogos que finalizan con preguntas de las cuales no hallamos respuestas certeras ni explicaciones valederas.

 ¿En qué fallamos? ¿Qué hubiéramos podido hacer distinto de lo que hicimos para que las cosas hoy fueran diferentes? ¿Estamos aún a tiempo de hacer algo? ¿Qué futuro tendrán nuestros hijos o nietos? O más cercanamente ¿que nos deparará nuestro futuro aquí y ahora, ya que añoramos disfrutar la vida que nos queda?

A la edad correspondiente nos fuimos a estudiar a la universidad gracias al esfuerzo de nuestros viejos y a la vocación que nos despertaron nuestros maestros y profesores. En la década del ’60 los únicos lugares para seguir una carrera eran Buenos Aires, La Plata o Rosario. No había otro. Se vivía en pensiones o se compartía un pequeño departamento alquilado por nuestros padres que se esforzaban para que estudiáramos, para que progresáramos. Semanalmente ellos nos enviaban por colectivo una caja con provisiones, alimentos, cosas ricas que añorábamos y cuando podíamos los íbamos a visitar aunque sea por un fin de semana. Eso nos hacía bien y a ellos mucho más.

Muchos de nuestra generación recordamos la frase de nuestros mayores que nos decían: “Estudia, esfuérzate que con un título universitario en la mano te abrirá las puertas al futuro, hazlo, no lo dudes”. Logro que hoy en día no basta para obtener un buen trabajo. Hay que especializarse, saber idiomas y competir con otros profesionales excelentes por las escasas ofertas de trabajo que hay en Argentina y el mundo, producto de la situación general y sumado a ello la pandemia.

Éramos adolescentes y nuestros padres depositaban en nosotros sus esperanzas, sus sueños de una Argentina mejor para nosotros, de lograr triunfos que ellos no tuvieron, viajes que no pudieron hacer y lugares que no conocieron.

Nuestras vacaciones eran ir al río, alguna vez a Córdoba o Mar del Plata. Hoy el mundo cambió y seguirá haciéndolo y dependiendo de muchos factores ajenos a nosotros como el valor de nuestra moneda, más estabilidad, precios alcanzables que hicieron que pudiéramos tener una vida de más y mejor calidad que la que tuvieron nuestros mayores. Las cosas cambiaron. Antes el sueño de la casa propia era para siempre, el auto familiar se cambiaba cada 15 años. El escaso consumismo existía, heredábamos la ropa de nuestros hermanos. En fin fue otra vida ni mejor ni peor, solo diferente.

Vivimos muchos episodios ocurridos en nuestra patria que nos marcaron. Recordamos por lo menos yo, pero seguro muchos de ustedes también, el segundo gobierno de Perón, los golpes de junio y septiembre de 1955, los alzamientos de azules y colorados que empañaron nuestro paseo del estudiante ya que requisaron los camiones que nos habían llevado, la vuelta a la democracia en 1958 con Frondizi, un peronismo proscripto, la elección de Illia, las discusiones políticas de alto nivel académico en el Colegio Nacional con nuestros profesores, sin agresiones, con respeto. Había rosistas y urquicistas, peronistas y antiperonistas, pero nos respetábamos, aunque nuestras ideas fueran diferentes.

Antes de abandonar el Nacional, esas charlas políticas seguían en el río, en el club, en la costanera, en la Confitería París, pero insisto sin un solo improperio ni ofensa. Cada uno pensara como pensara, sin duda porque seguíamos los lineamientos de nuestros hogares o porque nuestras lecturas o simplemente la realidad nos inclinaba hacía una u otra línea de pensamiento. Hoy es diferente, hasta se separan familias por cuestiones políticas.

Vino después la universidad y el derrocamiento del pobre médico de Cruz del Eje en 1966, vinieron los Onganía, los Lanusse, el regreso de Perón y su muerte en 1974. Nuestra graduación, el nefasto gobierno de Isabel y López Rega, su caída que la mayoría apoyó, aunque muchos hoy lo nieguen. Muchos de nosotros debíamos trabajar y por eso concurríamos a la universidad por la noche. Nuestros objetivos era graduarnos, casarnos, formar una familia, honrar el compromiso y esfuerzo de nuestros viejos. Jamás se nos ocurrió unirnos a movimientos estudiantiles violentos que surgieron amparados por el peronismo al inicio y declarados ilegales por el mismo gobierno constitucional de Isabel Perón. Deseábamos un país normal, en paz, sin violencia. Terminó la oscura dictadura militar cuyo inicio ocurrió tras años de mandos militares cuando alumbró la democracia con Alfonsín, pero el país siguió en decadencia.

La vida y la profesión nos separó de nuestros compañeros, pero cuando teníamos la oportunidad de encontrarnos siempre nos preguntábamos y aún lo hacemos: ¿En qué fallamos? Acaso hubiéramos podido ayudar a que los que generacionalmente nos siguieron, nos siguen y nos seguirán para que puedan gozar de un país más normal, más previsible, más igualitario, con oportunidades para todos, con una justicia que funcione, con leyes iguales para todos sin hijos ni entenados, con trabajo para todos, con jubilaciones y salarios dignos. Hace más de medio siglo que venimos oyendo de distintos gobiernos que las jubilaciones son escasas casi ofensivas y una dádiva del Estado como si acaso no fuera un ahorro del trabajador después de más de 30 años de aportes. Se robaron nuestros aportes a las famosas AFJP, se robaron los ahorros en el banco, las ilusiones de muchas generaciones.

Hoy hay más pobres, hoy tener algo material es mal visto, trabajar no es una pasión, progresar ofende al que no hace nada, rogar comida cuando no se enseña ni se sabe tener una pequeña huerta. Hace años en un barrio humilde cerca de casa comencé a enseñar a crear una huerta. El primer día recuerdo vinieron solo las mujeres, el segundo algunos hombres, pocos. Al mes me harté de tanta indiferencia. No sabían que era una pala de punta o una azada. Les expliqué lo que mi padre me había enseñado. No les interesó. Abandoné mi sueño.

Cuando tengo ánimo charlo con mis amigos y pienso que quizá fue una falla nuestra no participar en política lo que hubiera ayudado. Les seré sincero a los 26 años lo intenté, pero me fue muy difícil entrar, menos opinar, imposible ayudar. Fue como introducirme en el lodo, ensuciarme con barro, prometer para no cumplir. Abandoné esa podredumbre.

El mundo cambió, la tecnología avanzó, los jóvenes son diferentes, pero hace añares que la clase política viene destruyendo un país que fue modelo en educación, el granero del mundo, un crisol de razas, con premios Nobel, con individualidades que se destacaron en su actividad, pero nos autoflagelamos habiendo salido segundos en un torneo internacional. Hoy decirle a nuestros hijos o nietos que se vayan a otro país nos parte el corazón. Algunos los tenemos fuera y es un castigo no poder siquiera verlos ni abrazarlos hace años. Son hijos y nietos que perdieron sus costumbres argentinas, que no son más gurises, que se aclimataron a nuevos ambientes y culturas, que se globalizaron, que pertenecen a un mundo que dejó de tener banderas.

Ellos no vuelven más lamentablemente. Y nosotros acá resignados tratando de hallar la fórmula cómo descubrir que hacer para evitar que hoy nuestra Patria siga cayendo en el abismo de una inmensa decadencia que ningún gobierno, sea capitalista o populista podrá sacarlo, a menos que ocurra un verdadero milagro y podamos quizá un día ya ancianos volver a la esquina de nuestro Colegio Nacional a mostrarles a nuestros hijos y nietos el aula donde aprendimos tantas cosas, menos una, a sacar el país de este inmenso ostracismo.

(*) El autor de este artículo es abogado, escritor, periodista, columnista de radio y director del periódico digital Grupo de El Censor de Gualeguaychú que se edita por la red social de Facebook.

 

 

 

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