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Diario El Argentinoviernes 19 de abril de 2024
Opinión

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¡Buenas noticias!

¡Buenas noticias!

Destinatario, destino, código postal de la ciudad o localidad a dónde iba dirigida nuestra carta. No podía faltar el remitente, eran requisitos obligados que debía tener la carta que íbamos a enviar.


Amalia Doello Verme (*)

 

Una vez que teníamos el texto, doblábamos la hoja en forma prolija y la colocábamos en el sobre que ya habíamos preparado.

Luego veníamos hasta el correo, solicitábamos el estampillado correspondiente, si era carta simple o carta expresa, colocábamos la estampilla en el ángulo superior derecho, pagábamos el importe del envío y la entregábamos al empleado del correo que verificaba que todos los datos estuvieran completos. También podíamos colocarla directamente en el buzón. Para los que no se acuerdan o no lo conocieron, el buzón, era una caja de hierro colocada en una pared del barrio cerrada con un candadito cuya llave la tenía el cartero.

Muy tímidamente preguntábamos cuántos días demoraría nuestra carta en llegar a destino y la respuesta podía ser entre una semana o diez días, según la distancia a donde la dirigíamos. Y así volvíamos con la ilusión de obtener la respuesta lo más rápido posible.

En las zonas rurales estaban las estafetas, como un anexo del correo central, una vez que el estafetero tenía las correspondencias de los vecinos listas, las traía a la ciudad y a la inversa: pasaba una vez por semana por el correo para retirar las que habían llegado para los vecinos de la estafeta.

Recuerdo gratamente a los carteros que recorrían diariamente el barrio para entregar las cartas. Sin embargo, tengo muy presente al señor Benítez, que aparecía silbando en su bicicleta negra, paraba en el domicilio requerido por la misiva y con voz de trueno decía: -¡Cartero!

Y así, primero alborotaban los gurises que también colaboraban con el cartero avisando para que salieran los adultos a recibir el sobre esperado.

Un gran bolso de cuero atravesado en su espalda y pecho donde transportaba las cartas a entregar y su paso por el barrio era esperado y celebrado.

Amores correspondidos, amoríos rotos, buenas o malas noticias contenidas en un papel que llegaba en un sobre.

Otra forma de comunicar las noticias era a través de los telegramas, esto era un servicio del correo que era de rápida resolución.

Las posibilidades de usar este medio se daban para que la noticia llegará muy rápidamente al destinatario.

Existían telegramas de categoría simple y telegramas de lujo que se enviaban para saludar especialmente en ocasión de una boda, un nacimiento, etcétera.

En ese momento la carta o el telegrama eran la forma de comunicación ante los peores obstáculos: el tiempo y las distancias que nos separaban de los seres que amábamos.

Apareció y nos invadió esta era tecnológica que ha favorecido y ha vencido el tiempo y las distancias. Para los que estamos mayorcitos, vemos con asombro como un aparato que cabe en una mano puede contener y conectarnos con el mundo.

Añoranzas de un tiempo que ya fue, y que nos dejó la riqueza de haber recibido un papel escrito de puño y letra con el calor y la impronta del que lo escribió.

Nunca hubiéramos imaginado el tener la posibilidad de vernos y escucharnos al mismo tiempo, aunque estemos al otro lado del mundo.

Según mi terapeuta, en aquellos tiempos, supimos practicar la paciencia en la espera, bajar ansiedades, generar expectativas, imaginar, crear y respetar las formas de redacción y ortografía del que escribía con tanto amor.

Hoy, la máquina nos libra de estas vicisitudes, corrigiéndonos cada palabra y respondiendo en forma instantánea nuestros requerimientos.

Añorar no significa ir en detrimento de las formas, cada tiempo tuvo y tiene lo suyo, pero ¡qué hermoso era esperar al cartero!

 

 

(*) Amalia Doello Verme decidió en esta pandemia traer e la memoria “muchas de las historias vividas, y me pareció que sería bueno compartirlas con los vecinos que fueron protagonistas de estos relatos”, sostiene la autora y agrega: “Mi intención es sacarles una sonrisa y hacerlos viajar en el tiempo para revivir de alguna manera momentos dramáticos y otros humorísticos”.

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