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Opinión

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El problema no es el pase sanitario: es Alberto y los que lo implementan

El problema no es el pase sanitario:  es Alberto y los que lo implementan

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Por Luis Novaresio

 

Después de dos años del primer reporte de COVID en el mundo algunas cosas sobre esta siniestra enfermedad se saben con certeza. Es altamente contagiosa, el testeo masivo, aislamiento y trazabilidad del virus son esenciales, la aglomeración humana en lugares cerrados es el mejor vector de transmisión y las vacunas producen un probadísimo efecto beneficioso en la reducción de muertes y casos graves de internación.

Con todo esto, resulta razonable que los gobiernos ofrezcan masivamente un esquema de vacunación y expliquen el beneficio probado por la ciencia del mismo. Luego, el que no se vacuna en libre ejercicio de su albedrío, sabe que no sólo pone en riesgo su salud sino la del resto de la comunidad y de los sistemas sanitarios costeados por todos en una sociedad organizada y puede tener consecuencias disvaliosas en ese mismo convivir.

Estar vacunados es bueno. No es una superstición sino una verdad relevada por los que estudian y no se quedan en el terraplanismo que cree que un “a mí me parece” pesa más que cientos de miles de científicos que consagraron su estudio para el bien de la comunidad.

“No me quiero vacunar porque no sé qué me inyectan. Somos conejitos de indias”. Tampoco sabes qué tiene el ibuprofeno que tomas para el dolor de cabeza ni el sindenafil para una noche de placer como a los 18. Y los tomás porque tu médico y la ANMAT los aprobaron luego de estudiar el tema mientras vos debatías la cuadratura del círculo. Como ahora, con las vacunas.

 “He visto videos con gente a la que se le pegan metales luego de vacunarse”. Sí. Hay videos también de gente a la que la sandía se le pone dura en la panza cuando toma vino o mujeres que retrasan el ciclo menstrual tirándose a la pileta de natación. O sea.

“No pienso vacunarme porque a este gobierno no le creo nada y, menos, tiene derecho de imponer un pase sanitario luego de violar cuarentena y el orden de vacunación”. Confieso que este argumento me parece atendible. Muy atendible, para ser sincero.

¿Con qué autoridad basada en el ejercicio razonable del poder puede el Presidente imponer sanciones al que no cumple una norma de vacunación si él mismo y sus funcionarios no cumplieron la norma de restricciones a la circulación o el orden de prelación para vacunarse? ¿Puede sancionar a alguien el autor del vacunatorio VIP, del Olivos Gate, del Pfizer Gate que ninguneó una vacuna para luego tomarla por decreto a los 8 meses sin explicar nada?

Alberto Fernández, y los que lo defendieron a capa y espada como el gobernador Kicillof, licuaron su autoridad sanitaria por ineficiencia, en algunos casos, y dolo ventajero, en otros. Los hechos señalados más la adjetivación petulante usada en la cuarentena todavía sin explicar (las escuelas cerradas, los casinos abiertos, los comercios fundidos, el mote de asesino al que disintiera e infinitos etcéteras) provocaron que cualquier decisión presidencial sin el consenso de la sociedad esté condenada al fracaso.

Dicho esto, la pregunta sería ante el drama universal del COVID. ¿No sería oportuno instar a que todo el mundo se vacune y que quien no lo haga padezca de alguna restricción razonable de sus derechos individuales a pesar, muy a pesar, del propio Alberto? La respuesta parece que es afirmativa.

A pesar del desmanejo sanitario del Gobierno, es más fuerte la necesidad de la salud de todos que la torpeza de los actuales inquilinos del poder.

He escuchado argumentos que dicen que el pase sanitario horada la libertad de circulación amparada por la constitución. Un disparate. Todos tenemos derecho a transitar el país sobre un vehículo, por ejemplo, pero deberemos exhibir para hacerlo una licencia de conducir que acredite nuestra pericia para serlo. Imagino que nadie pensará que el examen para manejar horada la libertad de circulación. Con perdón por la analogía, pero se trata de algo parecido con las vacunas. De una restricción a la libertad absoluta de un ciudadano que cede ante un bien mayor que es el de la salud de toda la comunidad. Te garantizamos el derecho a que no te vacunes, parece decir la norma. Pero si no lo hacés, a los lugares de concentración humana amada por el virus para reproducirse no vas a poder concurrir. Es tu costo por tu propia elección.

El pase sanitario o la obligatoriedad de las vacunas es un incentivo a respetar la ciencia que, con el agua potable y las vacunas, nos permitió tener la expectativa de vida que tenemos. ¿Hay derecho a querer vivir menos o peor? Claro. Pero si ese derecho provoca consecuencias en el prójimo, bienvenida sea la “discriminación” positiva para que esto no ocurra.

El pase sanitario tiene lógica a pesar de la ilógica de quienes nos gobiernan. Sirve, a pesar de Alberto. ¿Que lo propongan quienes lo proponen luce como un dirigismo ineficiente? Luce. Pero es más importante la salud de todos. ¿Con qué cara lo proponen? Con esa que tienen. Y sirve. A pesar de ellos.

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