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Diario El Argentinoviernes 29 de marzo de 2024
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Crónicas de viaje: atendiendo refugiados en Atenas

Crónicas de viaje: atendiendo refugiados en Atenas

Martín Davico en Atenas, atendiendo una refugiada siria.


Por Martín Davico (*)

Especial para EL ARGENTINO

 

Desde Barcelona, el viernes 27 de octubre del 2017 llegué a Atenas con un grupo de odontólogos destinados a atender refugiados de Siria. El viaje fue organizado por distintas entidades entre las que estaba el Colegio de Odontólogos de Catalunya y la ONG ´Seeds of Humanity´. Para llegar al departamento donde nos alojamos tomé un bus y un subte que me dejo en la Plaza Victoria. De toda la comitiva, fui el único al que los fresnos y las veredas angostas le resultaron familiares. Nos sorprendió la primera tarde lo temprano que oscureció.

En nuestra primera jornada de trabajo, el sábado, fuimos a un squad, un edificio viejo destinado a albergar refugiados. En la entrada, un cartel escrito en cuatro idiomas informaba: “Este edificio está lleno. Por favor buscar otro lugar para alojarse”. El encargado del squad era Joan, un catalán que llevaba meses coordinando las actividades. Aparentaba el cansancio de aquellos que ya han visto demasiado. Nos contó que la noche anterior una familia de sirios se había fugado del edificio: “Pagan a las mafias para que los lleven en coche hasta Alemania. Los cruzan clandestinamente por las fronteras”.

Nuestra tarea en el squad era revisar refugiados, darle prioridad a los que tenían problemas más urgentes y citarlos para atenderlos en la clínica de la ONG. Las herramientas de diagnóstico eran espejos y exploradores. Entre otras, revisamos una familia de curdos en la que había tres niñas que hubo que citar.

El domingo era día libre y con otro odontólogo hicimos un tour en castellano por la Acrópolis. Éramos unas diez personas. La guía, una mujer de Bogotá atractiva y elocuente, fue dándole sentido a los restos arqueológicos que visitábamos. Nos habló de mitología y de los monumentos. Comprendió nuestro colosal analfabetismo helénico y buscó ser didáctica con adivinanzas: “Hay una diosa que representa la victoria cuyo nombre es una marca deportiva. Su eslogan es muy conocido”. Instintivamente dije: “¡Just do it!”. Me miró y creí ver un brillo en sus ojos. Dijo: “¡Muy bien, es Nike!”. Y yo, por un segundo, imaginé un destino colombiano.

El lunes arrancamos en la clínica con dos traductores: Wasim, un voluntario de Pakistán, y Amir, un refugiado de Kabul. Los pacientes hablaban con ellos y éstos nos traducían al inglés. La mayoría de los pacientes eran de Siria. Pero también había afganos, iraquíes e incluso africanos subsaharianos. 

 Cuando se participa como voluntario uno no trabaja por dinero. La recompensa está en poder ayudar, aliviar algún dolor, sobre todo cuando se trata de personas que lo han perdido todo. Gente que está en una situación de máxima fragilidad: no comprenden la lengua ni las costumbres del país que los acoge, no tienen trabajo, ni recursos y ninguna ocupación para matar el tiempo.

El miércoles vinieron las niñas curdas. Fue difícil convencerlas para que se sienten en el sillón ya que, entre otras cosas, no comprendían una sola palabra. Me tocó atender a la más chica de todas, tendría cinco años. Mediante gestos logré hacerle entender que la anestesia era como la picadura de un mosquito. Empecé a eliminar caries de un molar temporario y la lesión era tal que decidí extraerlo. Cuando sintió la presión de la pinza comenzó el llanto. La raíz estaba retentiva. Me asistió todo el equipo hasta que por fin, luego de una ardua lucha, el resto radicular salió. La niña gritó tanto que me sentí un criminal. Quedé extenuado y esa noche, pensando en la niña, me costó conciliar el sueño.

 Al final de la jornada del viernes, el último día en la clínica, fuimos a conocer el campo de refugiados ´Malakasa´, en donde vivía Amir, a cuarenta kilómetros de Atenas. Para llegar, desde la estación central tomamos un tren. En los vagones viajaban refugiados que durante el día mendigaban por Atenas. Malakasa era un conglomerado de contenedores adaptados como viviendas. Amir nos llevó hasta una carpa alfombrada que era la mezquita de los hombres. Luego entramos al contenedor que compartía con su padre. Su madre y su hermana ya estaban instaladas en Alemania. Ellos esperaban un permiso para reunirse con ellas. Nos ofrecieron un té y conversamos. Una sensación de culpa nos acompañó en toda la visita.

El último sábado volvimos al squad. Antes de llegar pasamos por un bazar y compramos juguetes para las niñas. En el salón vi a la madre y me contó que la más pequeña no se había quejado. Le pedí que la llame. Vino y le regalé una muñeca que acepto con alegría. En un descuido le observé la herida y vi que cicatrizaba con normalidad. Aliviado me quedé jugando con ella. Fue más tarde que entendí lo que un profesor me dijo una vez: “Acostúmbrese a hacer siempre lo que corresponde. Y no se olvide nunca que, antes que argentino, Dios es dentista”.

 

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