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Diario El Argentinojueves 18 de abril de 2024
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Atravesar la ciudad en silla de ruedas y voluntad: “Sin accesibilidad no hay inclusión posible”

Atravesar la ciudad en silla de ruedas y voluntad: “Sin accesibilidad no hay inclusión posible”

Por María Paz Cerrillo


Recorrimos un trayecto de la ciudad junto a Cecilia Echeverría quien, por una lesión medular, se traslada en silla de ruedas y conocimos el desafío que las personas con discapacidad motriz afrontan a diario. 

Gualeguaychú es sinónimo de carnaval y también de todos los verdes, como reza cierto slogan. Cuando termina febrero y llega la calma a la ciudad quedan aún varios días para disfrutar, al aire libre, de uno de nuestros lugares emblemáticos: el Parque Unzué. Es,  junto con la costanera, la zona más elegida para  pasar la tarde al sol y en contacto con la naturaleza. Pero acceder a estos espacios no es tarea fácil para todos. 

Cecilia Echeverría recorre la ciudad a diario en una silla de ruedas. Hace deporte sobre ella, por salud y por diversión. También lleva adelante un hogar y todo lo que eso implica: salir a pagar cuentas, hacer las compras y trasladarse en lo cotidiano desplazándose con movilidad reducida.   Hace más de veinte años, por un accidente automovilístico, debió acomodar su vida a esta nueva forma de transitarla y lo hace con mucha voluntad, alegría y la tenacidad de la sangre vasca que corre por sus venas. Nada es un obstáculo para ella y se propone superar cada día algo diferente. “Yo he descubierto un camino a través de la silla de ruedas que si caminara no lo hubiese hecho”, cuenta mientras nos acercamos al puente que cruza hasta el parque. “Veo mucha gente que ha encontrado en la dificultad un estímulo, porque en la dificultad es donde se aprende. Yo me he parado, de alguna manera, en la silla de ruedas. Me da cierto poder.” 

 

La lucha por un derecho básico 


 Al principio le costó mucho salir a la calle. Durante quince años, prácticamente, no salió de su casa y cuando lo hacía,  el mal estado de las veredas y la escasez de rampas la desalentaban. “Había contratado a una chica que iba conmigo. Me acompañaba y me ayudaba porque todo  trayecto me costaba muchísimo. Yo soy audaz, pero con mucho miedo. Entonces me dije: “o venzo el miedo o me quedo encerrada. Y salí. 

“Salir implicó comenzar a ver y experimentar aquello que, hasta que no nos toca transitarlo, no lo tenemos en cuenta. Cecilia, siempre que circula, lo hace por la calle con el peligro que eso conlleva. “Pero no me queda otra. Trato de ir en contramano a los autos, para verlos de frente y que me vean”, dice. Hace esto por el estado de las veredas de la ciudad: es difícil encontrar una cuadra en la que estén todas en condiciones y, aunque existan las rampas correspondientes en las esquinas, atravesar de punta a punta esa acera se torna complicado y por momentos, una meta inalcanzable. La llegada hasta la zona de la costanera desde cualquier punto céntrico, hoy, no es viable para una persona con discapacidad si no cuenta con ayuda. 


 Lo que pretende lograr Cecilia, junto al grupo que la acompaña Nada sobre nosotros sin nosotros -con quienes han hecho distintas propuestas al municipio- es poder llegar de manera autónoma a los espacios verdes que tiene la ciudad para disfrutarlos como todos los gualeguaychuenses: “Es un derecho  humano que tenemos, de poder transitar, y que no se cumple. Por lo menos los nuevos espacios deberían estar pensados para el libre acceso de todos. Creo que no van a aparecer soluciones si no nos sentamos, entre los damnificados y los que pueden ofrecer soluciones a estos temas, a tratar de encontrarle la vuelta. Yo no soy confrontativa; trato siempre de conciliar. No me gusta ir al choque pero esto hay que mostrarlo porque tiene que tener solución. Yo puedo hacer un montón de cosas porque me lo propongo, porque tengo recursos con qué hacerlo pero hay gente que no y que debería poder moverse por la ciudad como todo el mundo. Las respuestas que me han dado, desde Obras Públicas, es que es algo muy caro, de una infraestructura importante, hacer el acceso al parque”, cuenta mientras esquiva los baches que van apareciendo mientras seguimos el  camino.  “Se ha avanzado un montón en los últimos años pero  yo pienso que sin accesibilidad no hay inclusión posible. Si no me puedo mover ¿cómo va a haber inclusión?” pregunta con una lógica simple y llana mientras transita algunos tramos  por la calle, cuando el tráfico  de autos lo permite.  Pocas veces va a pedir ayuda durante el tiempo de la entrevista: Intenta sortear cada dificultad por su cuenta y solo cuando ve que no existe otra opción, deja que se le dé una mano. Así es como se maneja en la vida,  como ha aprendido a enfrentar su día a día. 
 

 

El desafío de llegar al parque 

Para circular con la silla en terrenos poco regulares, como el que recorremos mientras vamos conversando para la nota -desde el puente Méndez Casariego hasta la entrada al parque chico-Cecilia utiliza una rueda que la transforma en una especie de triciclo, y un par de guantes especiales “porque si no, no la muevo”. Esa rueda, al igual que el modelo de su silla, son accesorios muy costosos para el común de las personas, y es lo que le permite poder llegar a los lugares que no están preparados para el acceso de quienes tienen una discapacidad motora. Para mucha gente que usa sillas más pesadas, sin esa rueda especial, y sin la voluntad o la “gauchada” de los que pasan, llegar a sitios como el Parque Unzué, es una misión imposible. El camino es de tierra y escombros, las barandas de las barrancas son muy altas y para un usuario de silla de ruedas es riesgoso pero también lo es para cualquier caminante ocasional. Las bajadas son solo por escaleras; recién al final del trayecto (única opción de bajar al parque durante todo el camino, para una persona que se desplaza  como Cecilia) se podría decir que llegamos a buen puerto para disfrutar del fresco de las arboledas: pero no existe rampa para acceder. Solo un cordón de cemento, pasto y desidia. Y una promesa de inclusión que nunca termina de concretarse. 
   
 

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