Secciones
Diario El Argentino
Secciones
Diario El Argentinosábado 20 de abril de 2024
Opinión

.

Números que hablan y duelen

Números que hablan y duelen

Por Margarita Stolbizer


En los últimos días hemos conocido dos datos que ya sabíamos intuitivamente. El 7 de abril el Observatorio Argentino por la Educación pública un informe en el que confirmamos que la crisis educativa tiene mucho más espesor del que podríamos llegar a imaginar pocos años atrás. Sólo 16 estudiantes de cada 100 concluyen el colegio secundario en el tiempo establecido, lo que no garantiza en absoluto que terminen sabiendo leer, escribir, sumar y restar, o las operaciones básicas que hace un tiempo se esperaba que estuvieran cubiertas en el colegio primario y que hoy alcanza sólo una élite de los argentinos: los que concluyen el colegio secundario.

Recientemente supimos que la inflación se disparó y llegó a trepar al 6,7% en marzo, acumulando un 16% en el primer trimestre. Si analizamos en detalle ese número y lo ponemos en relación con los últimos 12 meses, notamos que los alimentos subieron un 60%. No es necesario investigar demasiado para saber dónde está la pobreza real en el último trimestre. En efecto, parte del Gobierno (del ala oficialista y del ala disidente del gobierno que ¿gobierna?) responsabiliza al aumento de los commodities en el mundo y proponen impuestos o retenciones extras a los productores de alimentos que se exportan. Lo cierto es que no se sabe aún cuál es el impacto de la guerra Rusia-Ucrania en los números reales de la inflación y mucho menos de los números específicos de los alimentos. Lo que sí sabemos es que la inflación en Bolivia es del -0,1%, la de Uruguay el 1,1%, la de Chile el 1,9% y la de Argentina el 6,7% en el mismo mes de marzo. En esas economías no hay al menos una búsqueda de causas por fuera de las que provoca el propio sistema interno. A nadie se le ocurre buscar en aquel conflicto alguna razón a los desfasajes de su política económica. Menos podría hacerse cuando los registros vienen en esa escala ascendente desde hace mucho más tiempo.

Ahora bien, la hipótesis que creo que deberíamos empezar a trabajar es la de la relación entre los datos de inflación y los de educación. Dicho de otro modo, tanto una como la otra están directamente relacionadas con la creación de pobreza, la que expresa nuestro presente pero, especialmente, la que condena el futuro. En el informe del Observatorio se lee no sólo la atrocidad del 84% de las niñas, los niños y adolescentes que no terminan el colegio en tiempo y forma, sino también la disparidad en la cantidad de egresados conforme a las provincias. Si en CABA egresa el 33% y en Córdoba el 24%, en Santiago del Estero lo hace sólo el 5% y en Misiones el 6%. Números atroces, pero mucho más atroces son las vidas que están detrás de esos números. Menores de edad que no acceden a la sociedad del conocimiento son el resultado de políticas que desplazan a las nuevas generaciones hacia la pobreza, la indigencia, la falta de proyectos de vida, la muerte.

En griego el concepto de “vida” se decía de dos maneras: la zoé mentaba la vida biológica, el estar con vida que compartimos con el resto de los vivientes; el bíos refiere a lo que hacemos con nuestra vida, cuál es su forma, qué elegimos, qué deseamos, dónde queremos estar, hacia dónde queremos ir. Los números arrojados sobre la educación y los publicados sobre la inflación me ponen frente a la certeza de que gran parte de la política se ha desconectado completamente de la vida en sus dos caras. No sólo hemos ido cercenando poco a poco la posibilidad, la libertad, de elegir hacia dónde ir con nuestra vida o qué hacer con nuestro presente y nuestro futuro, sino que estamos también atentando contra la vida entendida como el sustrato vital. ¿Hasta cuándo podemos llamar vida digna a las 10.806.414 de personas que viven por debajo de la línea de la pobreza? Y dentro de ese conjunto de personas, ¿cómo creemos que viven las 2.284.106 personas que están debajo de la línea de la indigencia? Estos datos los publicó el INDEC el 30 de marzo de este mismo año cuando nos confirmó que el 37,3% de los habitantes de nuestro suelo son pobres y que la mayor parte de ellos son niños.

La política se debe una discusión profunda, los números del 30/3, del 7/4 y del 13/4 son sólo una mala imagen de lo que hay detrás de ellos: muchas vidas destruidas y muchas más que se seguirán destruyendo si la tendencia se perpetúa. La política debe trabajar para el bienestar de la población y hace décadas que no muestra resultados en ese sentido. Es necesario reconstruir una línea de acción que así lo recuerde y lo demande, y no sólo en las urnas, donde tampoco se estaría mostrando. Es necesario entender las necesidades de una población diezmada por el hambre y la falta de educación, y por dónde pasa “el deber” de la política y sobre todo, de quienes tienen la responsabilidad de gobernar, de decidir. No podemos resignarnos a que los niños y las niñas abandonen el colegio porque ahí tenemos la mejor de las instituciones: la que es capaz de observarlos con una mirada atenta, capaz de entusiasmarlos a seguir adelante con un proyecto de vida, capaz de visualizar y denunciar los infiernos en los que viven algunas niñas y algunos niños. No debemos resignarnos a que la mitad de esas niñas y esos niños sean pobres, no es posible que hayamos creado un país estructuralmente pobre. Ni mucho menos que debamos tolerarlo o sentarnos pasivamente frente a esa realidad dolorosa que nos interpela mostrando nuestra impotencia.

Por momentos indignan tanto las evidencias de estas estadísticas como todos los intentos que desde el poder gubernamental se exhiben para disimularlas, o para encontrar culpables que les acoten sus propias responsabilidades. Un gobierno perdido en sus conflictos internos, que deja de prestar atención a lo que importa para exhibir las peores miserabilidades en cabeza de las mismas personas que han sido electas para resolver y no para justificar.

Ahora bien, más allá de las enunciaciones morales, lo cierto es que esta situación existe y es hora de hacerse cargo. Para que los números no terminen ocultando la vida real que transcurre por detrás de esa frialdad aritmética.

Es tiempo de probar otras recetas, volver a encontrar un proyecto colectivo y una visión compartida de Nación. Solo un propósito de bien común que establezca mejorar esas brutales estadísticas como prioridad, le dará sentido a los roles de nuestra diaria y a la misión histórica de nuestra generación.

    ComentariosDebés iniciar sesión para poder comentar