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Diario El Argentinoviernes 29 de marzo de 2024
Opinión

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La capitulación de CFK

La capitulación de CFK

Por  Mónica Gutiérrez


El desembarco de Sergio Massa en el Poder Ejecutivo estuvo enmarcado por una puesta escénica digna de análisis. No se trató de un mero recambio ministerial. Todo lo que se vió y escuchó, antes, durante y después de su designación sugiere un fuerte desplazamiento del eje del poder.

Sergio Massa irrumpe en escena precedido por una cuidada producción multimedia.

Rumores, trascendidos, detalles que se filtran, tuits y posteos que se viralizaron pre anunciaron la noticia de su cambio de rol.

Una suerte de “operativo clamor” prolijamente fogoneado desde un muy preciso enclave del círculo rojo que sueña desde siempre con instalarlo en la poltrona del poder y rematado por gobernadores e intendentes que este jueves emplazaron a Alberto Fernández a la toma de una resistida decisión.

Afecto a las redes, las compulsas de opinión, las planillas del rating y la política del photoshop, el rally que condujo a Massa a la Casa Rosada incluyó un tuit que sumó suspenso y tensión a la saga.

“No he recibido oferta alguna”, aseguró en el afiebrado mediodía del jueves.

Un par de madrugadas antes, una insomne Malena Galmarini, titular de AySA, mujer, esposa y madre argentina, levantaba a su timeline una pieza de colección, rescatada de otro tiempo: “Todo vuelve”. Massa en campaña, exultante, en modo candidato, recogiendo el fruto de su tan esmerada dedicación a sus sueños políticos.

Las primeras fotos del designado Superministro en la Casa de Gobierno lo muestran en modo presidenciable. Relajado. Transitando empoderado sobre la alfombra roja que acondiciona la imponente escalera de mármol blanco que lleva del Salón de los Bustos al despacho del jefe de Estado.

La imagen del hasta aquí presidente de la Cámara Baja contrasta con la de un Alberto Fernández desdibujado y ausente. Frente a la recurrente procrastinación a la que tiene a todos acostumbrados el mandatario, aparece en escena un Sergio Massa hiperquinético, desbordando iniciativa e impulsividad.

Las condiciones que lo trajeron hasta aquí no se corresponden necesariamente con un mérito propio. CFK lo hizo. El sostenido proceso de demolición al que ella y los suyos sometieron a su Presidente designado, sumado al síndrome de subordinación emocional que terminó minando la identidad de Alberto Fernández hicieron el resto.

Sergio Massa es la última bala. Un último recurso al que echar mano a segundos de una colisión fatal.

El manotazo de ahogado que supone para el Frente de Todos este volantazo implica el explícito reconocimiento la extrema debilidad del Gobierno, de la fragilidad de la situación económica y social.

Dejar en manos del líder del Frente Renovador el área mas sensible del poder también supone una capitulación de Cristina Fernández de Kirchner.

Casi todas las fuentes consultadas en las últimas semanas aseguran que la única cosa en la que lograban coincidir el Jefe de Estado y su Vice es en el recelo y prevención frente la avasallante impronta política del tigrense.

Sergio Masa es el socio minoritario de la coalición, el último en ingresar a la propuesta frente todista, el que prometió meter preso a los K y terminar con los ñoquis de La Cámpora.

Aceptar la descomunal transferencia de poder que significa el ingreso de Massa al Gabinete en carácter de superministro desnuda la impotencia y temor que enfrenta la hasta aquí poderosa ex presidenta.

Está claro que CFK es consciente de la profundidad de deterioro que enfrenta el país y para salvar su piel política del costo del ajuste pendiente juega su última carta.

Solo tres semanas atrás la tremenda energía aplicada por el líder del FR se estrelló contra la intransigencia de sus socios en la cúpula del FdT, quienes le cerraron el paso ungiendo a Silvina Batakis en el Ministerio de Economía.

La entrada triunfal de Massa deja a varios en el camino.

No parece que en este contexto Alberto Fernández guarde fantasía de presidenciable alguna para el futuro inmediato. Absolutamente desleído, no obstante, se lo necesita ahí, es el que tiene que poner el gancho a las medidas que se tomen y, llegado el caso, hacerse responsable de las penosas consecuencias sociales que en lo inmediato producirá el necesario apriete sobre las cuentas públicas. Eso siempre y cuando las cosas salgan definitivamente mal. Caso contrario, será Sergio Massa quien se lleve los laureles.

Daniel Scioli, quién hasta el mismísimo miércoles había sido reconfirmado en sus funciones como Ministro de Desarrollo Productivo, recogió sus juguetes y regresó a la Embajada ante la República Federativa de Brasil.

Resiliente frente a la adversidad, una cualidad de la que ha hecho un culto, se fue arrastrando sus fantasías presidenciales para otra vida. Ministro durante apenas 43 días. Hay quienes sostienen que en su paso por la cartera dejó algunos asuntos arreglados. Si es así. ¿Quién le quita lo bailado?

Con apenas 24 días en funciones, Silvina Batakis se enteró en el Aeropuerto de Ezeiza que ya no disponía de su cargo. Los memes hacían eje ya no en la volatilidad de su tarea, sino en lo asertivo de sus declaraciones: “El derecho a viajar colisionan con la creación de puestos de trabajo”. Supo poner en acto su aseveración más memorable. Vale aclarar que en cualquier caso ella seguirá viviendo de la función pública. Fue designada Presidente del Banco Nación. Nada se pierde, todo se transforma.

Más triste que lo de Batakis fue la situación de su antecesor. Eduardo Hecker se enteró por WhatsApp en el momento subía a un escenario para dar un discurso de gestión ante el gobernador de Catamarca. Un video inmortaliza el curioso momento. Se lo ve reaccionar con confusión y perplejidad. Ya le ofrecieron un premio consuelo.

Gustavo Beliz evitó el despido. Lo suyo fue dejar un manuscrito en una hoja escrita a mano y doblada en cuatro. Cero protocolo. Se fue con lo puesto. Esta vez es muy poco probable que se confirme el dicho popular. No siempre el que se va sin que lo echen vuelve sin que lo llamen.

Julián Domínguez se quedó con la palabra en la boca. Estuvo activo hasta el mismísimo jueves pero tras la confirmación de que Sergio Massa manejaría el área decidió irse. Demasiado camino recorrido para bancarse una nueva degradación.

Alberto Fernández quedó con el gobierno intervenido. Le van vaciando las oficinas y le roban fichas. Vilma Ibarra quedó primera en la lista de los apuntados desde el Instituto Patria. Juan Manuel Olmos, uno de sus hombres de máxima confianza, pasa a ser Vicejefe de Gabinete para monitorear de cerca al tucumano Juan Manzur. Quien lo promovió a ese puesto no sería precisamente Alberto Fernández. Le van ocupando todos los resquicios de la intimidad política. Pero no es eso lo más grave. Superando sus propias marcas, es él mismo quien no logra refrenar su impulso autodestructivo.

La semana cerró con un papelón de los que no admiten enmiendas. El FMI, en un hecho muy poco frecuente, salió a desmentir una comunicación telefónica entre Alberto Fernández y Kristalina Giorgeva.

Fuentes gubernamentales oficializaron una conversación y su contenido en el que el Presidente respaldaba la designación de Sergio Massa y los cambios en el Gabinete.

La titular del FMI recibió en persona Silvina Batakis. La hasta hace horas Ministra de Economía pasó la semana entera dando cuenta ante funcionarios de organismos internacionales de crédito e inversores del apoyo político con el que decía contar.

“No soy ningún salvador”, dijo Sergio Massa. Promete trabajar con alma y vida sin prejuicios.

Massa acepta gozoso el desafío. Es lo suficientemente audaz y ambicioso como para cargar sobre sus espaldas la tarea de revertir la debacle. Lo esperan tremendo desafíos. Estabilizar la economía, el más urgente. Llevar adelante un fuerte recorte de los gastos del Estado sin arrojar más argentinos a la vulnerabilidad y la pobreza, es el más complejo.

Este viernes los mercados le dieron la bienvenida. Fue una señal, frágil, volátil pero positiva.

Resta saber si dispondrá del apoyo político imprescindible para ir adelante su tarea. Resta saber si dispondrá de fortaleza suficiente para neutralizar el fuego amigo con el que el oficialismo suele atender a los que se atreven a contrariar el capital simbólico en el que descansa el relato del kirchnerismo.

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