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Entrevista a Roberto Romani

Entrevista a  Roberto Romani

“Para enriquecer las propuestas fundacionales de la Patria, hay que darle prioridad a la educación y a la cultura” le dijo a El Argentino el poeta y actual Subsecretario de Cultura de la provincia.


Nació el 26 de enero de 1957 en Larroque, más precisamente en la vieja casa de Joaquín Iriarte, paredes que albergaron al primer maestro de ese pueblo. Pero su infancia y juventud tienen la marca indeleble del campo interior, allá en el rincón de Pehuajó Sud, donde descubrió la luminosidad del primer abecedario junto con el canto de los pájaros y los silbidos de las casuarinas. Sus primeras letras lo descubre sentado en un banco de la escuela N° 91 “Mariquita Sánchez de Thompson” y sus primeras nociones de Patria también se la debe a ese refugio de pizarrones y al relato de sus abuelos dormidos. En cada amanecer sale a capturar auroras en amistades eternas. Tiene 52 años y hace 46 que sale, todos los días, al surco de la cultura para tributar a la tierra y a los poetas de la costa como fueron Juan L. Ortíz, Carlos Mastronardi, Polo Martínez, Antonio Machado, Ángel Vicente Aráoz, Linares Cardozo e incluso llegó a conocer por unos instantes a ese enorme que se llamó Delio Panizza. “Todos ellos me enseñaron en la primera edad a amar el compromiso de cantar las cosas de la tierra, con fundamento, conocer para luego propagar”, dice Roberto Romani, desde hace seis años ejerciendo la titularidad en la Subsecretaría de Cultura de Entre Ríos; pero poeta de siempre. Roberto Romani recibió a EL ARGENTINO en la tarde del martes 2 de diciembre en su casa paterna de Larroque, en una tarde de lluvia y sol, con arcos iris cruzando la ruta 16 y en el marco del centenario de su pueblo natal. Desde allí sostendrá la necesidad de volver a los abuelos, de aprender de la persistencia de la enseñanza de una madre y la necesidad de tributar a la memoria del pago chico para que no haya olvido en la historia. -El medio rural habrá sido una gran influencia para pensar el mundo… -Sí. Fue en el campo que comencé, con los ojos de gurí, a descubrir el mundo y a comprender la vida. Lo hice con esa mirada pero también con los sonidos de la naturaleza, con el tambo de mis padres. El hecho de manejar un tractor, de poder echar los terneros para el tambo, de arriar las ovejas, de identificar antes de que aparezca el sol, en el alba, el canto de los pájaros. De todo eso uno lo quiere sintetizar en el poema. Y estos poetas mayores que recién recordamos nos ayudan a traducir esas vivencias. -Extraña el campo o ya es una etapa superada. -Extraño muchísimo el campo y nunca será una etapa superada, sino en todo caso vivida. Tengo presente el último día que estuve en el campo. Vivía en Pehuajó Sud, exactamente a siete kilómetros de donde nos encontramos haciendo esta nota. Crecí en un lugar que se lo identificaba como “La escuela de los Romani”. Con una maestra excepcional que viajaba de Gualeguaychú hasta Pehuajó Sud y que se llama Zulma Lencina, una gran lectora de EL ARGENTINO. Ojalá que si lee estas líneas, le lleguen venciendo distancias y a manera de gratitud por tanta entrega, mi recuerdo. Mi vida fue muy linda al lado de ella y de los amigos de entonces. -¿Cómo se llamaba la escuela? -Era la Escuela N° 91 “Mariquita Sánchez de Thompson” de Pehuajó Sud. Dice la historia que en la casa de Mariquita Sánchez de Thompson se cantó por primera vez en 1813 nuestro Himno Nacional. Tengo como un sueño largo y consiste que alguna vez en esa escuela, que de alguna manera ha sido también la casa de Mariquita Sánchez, se vuelva a cantar el Himno. Esa escuela cerró sus puertas hace muchos años, porque todos los gringos que eran nuestros abuelos y padres se mudaron a la ciudad. Sueño con poder abrir las puertas de esa escuela y que allí se vuelva a cantar el Himno. Hice hasta tercer año yendo a caballo hasta la ruta y ahí a esperar el Ciudad de Gualeguay para ir hasta el Colegio Secundario. Pero eso no podían hacerlo mis hermanas, salir de madrugada y volver al atardecer. Y a la tarde como no coincidían los horarios del ómnibus, había que regresar a dedo. A veces cuando llegaba ya era tarde noche y directamente mi madre me daba la cena, porque al otro día, de madrugada, había que salir de nuevo para la escuela. Nunca me causó fastidio ni molestia ese ritmo, porque así me lo hicieron vivir y amar mis padres y abuelos. Si algo caracterizó mi hogar campesino es agradecer a Dios por lo que nos toca vivir. -Igualmente eran épocas bravas… -Sí, y diría muy bravas. Pero la alegría era transfería, todos los días, por los mayores hacia los niños. Eran tiempos difíciles, todos los fueron en realidad. Cuando no era la sequía, era la abundancia de agua. Y si en la siembra se anduvo bien, luego venía el pulgón. Y si se recogía la cosecha con todas las bonanzas, no se conseguía buen precio por la especulación del hombre. En el campo nunca fue, desde lo económico, floreciente. Eso sí, nuestra infancia fue absolutamente luminosa. -Los grandes poetas de la provincia tuvieron en usted una gran influencia, pero también citó a quienes no han trascendido colectivamente, como la señorita Zulma Lencina. Me gustaría profundizar en esas personas anónimas que lo han influenciado. -Por el centenario de Larroque estamos viviendo un tiempo lleno de evocaciones. En muchas cosas que expreso, que digo, está el recuerdo de “Los Palitos” que tocaban la acordeona e inauguraban y clausuraban los carnavales larrquenses. Casi no había estruendos. No había que hacer ceremonia de inauguración. Cuando venían “Los Palitos” significaba que la fiesta empezaba y cuando se iban, que finalizaba. Recuerdo al “Tola” Albarenque, que repartía la leche del tambo de mi abuelo. Hay un arroyito, cerca de las vías del ferrocarril, cercano a la casa de él, que los lugareños lo llamamos “El Arroyo del Tola”. Este hombre que hoy es recuerdo, es canción, llevaba las botellas con leche a los vecinos, al hospital. Mi abuelo ordeñaba antes de la madrugada y antes que saliera el sol, “El Tola” ya estaba en pleno reparto. Él dejaba la leche en el portillo de una casa, que en 1911 se transformó en una escuela gracias a Faustino Suárez y doña Dorila; quienes trajeron el abecedario de luz a Larroque. Allí pasamos una niñez hermosa, esperando las botellas de “El Tola”, que siempre traía con sus relatos y cuentos. “Las cosas marchan”, dijo El Tola y se llevaba una mortadela bajo el brazo. “Qué lindo Buenos Aires para recorrerlo de a pie”, otro dicho de El Tola. “Huay Indio”, su proverbial saludo que siempre iba acompañado por una palmada en la espalda. -Personajes queridos que se habrán ido junto con otros oficios… -Sí, pero perduran en la memoria del pueblo. Lo mismo pasa con El Chala, que ataba su carro enterriano, donde traía el monte molido encerrado en bolsas de cereal. El me contó, poco antes de morir, que llegó a ver más de cincuenta carros atados frente a los galpones del ferrocarril. Eran carros tirados por seis caballos. Esos carros se fueron yendo con el tiempo. Y sin embargo, ahí quedaron resistiendo algunos carreros. Tal vez el último carrero entrerriano haya sido Tico Cabrera. El también ató el carro grande, tal vez una de las últimas imágenes que vi del carro entrerriano, con sus enormes ruedas y sus seis caballos. En los últimos años sólo llevaba algunas garrafas. Fue su manera de resistir el olvido o construir esta memoria, esta nostalgia buena, ya con calles asfaltadas, arrancando al paso del carro sonidos nuevos. También El Charra, un primo de mi padre, que llegó siendo ya mayor y llenó de flores al pueblo. El trabajó en la Municipalidad y recuperó un oficio que había ejercido un hermano de mi abuelo, José Romani, quien cuidaba la plaza San Martín de Larroque y la llenaba de colores y perfumes con sus canteros llenos de flores. Y fue el Charra quien recuperó esos quehaceres. Eso me impactó. Ver a un hombre ya maduro, inclinado sobre los canteros, con sus manos callosas, acariciando esos pétalos. La vida había sido dura con él, pero llenó de flores y alegría las calles del pueblo. Era una época en donde a nadie se le ocurría pisar los canteros. -Pocos entrerrianos habrán recorrido la provincia como usted… -Se lo agradezco. Me acuerdo de don Linares Cardozo que decía “es una dicha vivir florecido, luego de haber conocido la comarca grande”. Es una Gracia de Dios poder elegir una vocación, pero mucho más es ejercerla todos los días. Y disfruto plenamente, más allá de las responsabilidades públicas que asumí desde hace seis años. Disfruto cada encuentro como si fuera el primero y el último. Cualquier pretexto es bueno para visitar la casa de los amigos. Hay pocas cosas dichosas como llegar a la casa del amigo y ser recibido con los brazos abiertos, la sonrisa plena y ese mate que no espera. -Lo que se dice hablar la misma tonada. -El gran Antonio Serrano decía que era maravillo que a los entrerrianos se nos reconozca en el mundo por la tonada. Ojalá que nunca perdamos esa característica, más allá de la influencia fuerte que llega del norte a través de Corrientes o del sur viniendo de Buenos Aires o ahora por todos los lados a través de los medios de comunicación. -Y qué pasa cuando no nos podemos reconocer en la tonada… -Entonces está la memoria. Nos reconocemos en la bandera, en Pancho Ramírez, en Urquiza, en la chamarrita, en los versos de los poetas de la costa que acabamos de citar. En los colores de nuestros pintores. Nos reconocemos siempre en la cultura y en la identidad de nuestros mayores. -Lo mismo ocurre con la devolución de la palabra. Hay que devolverla enriquecida… -Ese legado es insoslayable. Los abuelos dormidos hoy nos siguen enseñando en sus ejemplos ese concepto. La palabra es un lazo esencial entre las generaciones, entre las culturas, entre los hombres. Los griegos advertían también que esa palabra debía ser devuelta enriquecida. Ese debe ser un compromiso permanente, más allá del oficio o vocación que abracemos. Y este deber es de todos los que trabajamos en la cultura en sus diferentes vertientes: desde una maestra frente al aula hasta un artista, pasando como un espacio esencial el rol de los padres. Dicen que no hay nada más perseverante que la enseñanza de una madre. Siempre pienso que cuando se lee a un niño se está formando a un hombre. Recuerdo los versos del poeta Baldomero Fernández Moreno: “Si reímos o lloramos, ponemos al corazón las notas de una canción y en eso lo acompañamos. Los hombres siempre cantamos la misma copla sabida, que no por ser repetida, pierde color ni fragancia. Lo que se aprendió en la infancia, nos sirve toda la vida”. -Algunos dicen que los jóvenes no leen. Otros sostienen todo lo contrario. Hay quienes expresan que los medios de comunicación están deformando todo; y están aquellos que dicen que son herramientas maravillosas… -Todo eso es la realidad, valorada de acuerdo a perspectivas. Fellini decía que lo que se muestra en la televisión no es otra cosa que el empobrecimiento cultural de un pueblo. No soy tan dramático. Los medios y las tecnologías son extraordinarios y como todo, dependerá de la utilidad que se le haga. Para utilizar cualquier clase de herramienta, de la más rudimentaria hasta la más sofisticada, se requiere de un conocimiento previo; que ya no es técnico sino integral. Y con respecto a los jóvenes, no se lo puede separar de lo vivido como sociedad en el país y en el mundo. -Le cambio la pregunta entonces: ¿Cómo fue su juventud en Larroque? -Y tuve la suerte de crecer al lado de un grande como fue el Padre Alberto Paoli, que en estos días tanto se lo está nombrando a raíz del centenario. Él ha sido para esta comarca el hombre del siglo. Siempre estaba rodeado de jóvenes y lo invitaba a caminar por los caminos de Cristo pero también por los rincones del arte, a ser militante de la vida. Él invitaba siempre a los jóvenes a dejar una huella en las instituciones del pueblo, a comunicarse con los hermanos de Patria, de Tierra y de Cielo. Pero quiero volver al tema de la juventud. Ellos son también lo que le proponemos y las puertas que le abrimos. Para que la juventud sea protagonista de su época, sí o sí debe tener una propuesta superadora enunciada por sus mayores. Entonces más que criticar a los jóvenes, analicemos las propuestas de los adultos. Y aquí debemos rendir cuenta primero los que tenemos funciones pública, pero también los comunicadores sociales, los periodistas, los trabajadores de la cultura y de la educación y fundamentalmente aquellos que gravitan en la vida de una persona que son los padres. Para que un joven se muestre entusiasmado con el estudio y los libros, es indispensable que el maestro entusiasme incluso más allá de lo que dice un programa escolar. El joven tiene que tener referentes, un adulto de confianza. Me duele cuando se critica a la juventud sin ver este aspecto de ausencia de referencias. Bertol Brecht enseña que el arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma. Mirá qué hermoso que un joven sepa desde la primera edad que tiene en sus manos un martillo para darle forma a su realidad. Ese martillo puede ser una pluma, un pincel, una computadora, un instrumento musical, incluso hasta un oficio cualquiera. Lo importante que él sepa que tiene en sus manos una herramienta para modelar la realidad, teniendo además un corazón abierto para la sorpresa. -¿Recuerda qué cosas lo sorprendían? -Casi las mismas de hoy. El canto del pájaro, la palabra del mayor. Reconozco algunas diferencias de mi juventud con las actuales. Nosotros tuvimos la dicha de crecer al lado de nuestros abuelos, sin que ellos fueran un mueble viejo o una presencia incómoda, sino todo lo contrario. Ellos eran la autoridad del afecto. Viví con mi abuelo hasta los quince años. Mi abuelo se llamaba Roque Remigio Romani, era el padre de mi padre. El había venido de Italia, de Santa Ana del Faedo, cerca de Verona. Él me contaba cómo era su idioma, sus comidas, sus músicas, sus tierras. Y me narraba cómo había llegado a esta Argentina, primero a orillas del Gualeguay y más tarde a Pehuajó Sud. Y también me contaba relatos mi otro abuelo, Juan Pedro, cuando ataba el malacate en el viejo edificio de Joaquín Iriarte, donde funcionó la primera escuela fundada por Faustino Suárez. Estoy hablando de cinco décadas atrás y a esa escuela no había llegado el agua potable. Entonces mi abuelo Juan Pedro ataba el malacate a la noria para sacar agua. Lo hacía a la siesta. Tenía dos banquitos donde nos ubicaba a mi primo Peco y a mí y nos relataba sus días de la guerra. -Vivió la Primera Guerra Mundial… -Sí. El había estado dos años cumpliendo con el servicio militar obligatorio en Francia, de 1912 a 1914. Y la primera Guerra sucede desde 1914 hasta 1918, de modo que él estuvo bajo bandera seis años. Fue herido y vio todas las atrocidades que puede cometer el hombre. Sin embargo, mi abuelo Juan Pedro fue siempre una persona que irradiaba paz. Jamás un rencor en sus palabras. Creo que en su alma no le entraba más atrocidad y entonces no tuvo más necesidad de expresar un enojo. Nos sentaba y nos hablaba de esa guerra, de sus lugares, de los bajos Pirineos. Llegó a la Argentina a los 26 años y esos recuerdos están en mí, porque lo supo transmitir. Y al igual que el rezo que enseña la madre, sus palabras tenían siempre una enorme cuota de amor y cariño. -¿Usted es de rezar? -Sí y diariamente. Cada vez que rezo vuelvo a escuchar la voz de mi mamá en la infancia. Cada vez que rezo el Padrenuestro vuelvo a escucharla como cuando era pequeño. Lo mismo que el sonido de sus pasos cuando se iba del cuarto después de rezar. Cuando dejaba de escuchar esos pasos, percibía el sonido de las casuarinas de mi casa. Las casuarinas se distinguen de todos los árboles del campo por su sonido. Cuando sus hojas son movidas por la más leve brisa, emiten un sonido incomparable. Y cuando rezo vuelvo a escuchar la voz de mi mamá, sus pasos alejándose del cuarto y la continuidad de la oración con el canto de las casuarinas. De eso se trata, de recuperar la mano guía de nuestros mayores, que es insustituible. Nosotros vamos a mejorar como país cuando no solamente tengamos buen presupuesto, sino cuando volvamos a recuperar la confianza y el valor de las enseñanzas hogareñas. Que el Estado aporte y planifique lo que es su obligación, pero fundamentalmente que la familia recupere la confianza en la escuela y se reconcilie con el maestro. No hay divorcio más atroz que el de la familia con la escuela. Y para mejorar y enriquecer las propuestas fundacionales de la Patria, debemos darle la importancia que merece la educación y la cultura. No hay otro camino. La escuela, el conocimiento es libertad. El sinónimo de libertad es el conocimiento. -Nos da pie para ir al final de la nota. Hablamos de Larroque, ciudad que lleva por nombre el recuerdo de un educador. Hablamos de los poetas de la costa, de su señorita maestra Zulma y la enseñanza de los mayores. En el medio mezclamos la cultura cotidiana. ¿Cómo será el bicentenario en Entre Ríos? -Será una maravillosa oportunidad para volver a aquellas bases fundacionales con la riqueza de nuestros mejores anhelos. Me llenó de satisfacción que Entre Ríos, por decisión del gobernador, haya planteado la necesidad de que el Congreso de Educación por el Bicentenario sea en la provincia. Nada menos que la Educación como aporte entrerriano al bicentenario. No solamente debemos pensar en Alberto Larroque, sino también en Marcos Sastre, aquel director de escuela que llamó en 1850 el general Urquiza. Debemos acordarnos de Agustín de la Tijera, el primer maestro que registran las crónicas de Entre Ríos y que se instaló en un rincón agreste para enseñar las primeras letras. Debemos pensar en Olegario Víctor Andrade, que fundó la primer biblioteca popular de Entre Ríos e instó al pueblo de Gualeguaychú a dar nacimiento a la Biblioteca Domingo Faustino Sarmiento. Hay que acordarse de los pioneros, de las palabras de nuestros abuelos y que nos convoque el esfuerzo de quienes hicieron de esta provincia una tierra próspera para todos. Por eso es extraordinario que en abril se produzca el gran encuentro de la Educación argentina en Entre Ríos, nada menos que para celebrar los 200 años de la Patria. Estoy convencido de que lo mejor está por venir. Por Nahuel Maciel EL ARGENTINO ©

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