Secciones
Diario El Argentino
Secciones
Diario El Argentinoviernes 19 de abril de 2024
Información General

Entrevista al ombudsman de la tercera edad, Eugenio Semino

Entrevista al ombudsman de la tercera edad, Eugenio Semino

“No hay política de salud en términos sanitarios sino antes no se diseña una política de desarrollo social”.


Eugenio Semino, maestro de escuela primaria, abogado y criminólogo, es un especialista en gerentología. Infatigable luchador por los derechos de la población más vulnerable, fue ayudante en Derecho Civil I, Derecho Penal I y de Economía Política, materias dictadas, respectivamente, por Guillermo Frugoni Rey, Andrés D’Alessio y Marcelo Quiroga Santa Cruz. Vivió como tantos el exilio durante el golpe militar de 1976, y cuando regresó trabajó al lado de Augusto Conte en “Humanismo y Liberación” y en la lucha por los derechos humanos. Luego fue titular de la Dirección General de Discapacidad y Tercera Edad de la entonces Municipalidad de Buenos Aires, Concejal en 1993 hasta abril de 1994 cuando es elegido Defensor Adjunto en la Controladuría General Comunal que dirigía el escribano Antonio Cartañá. A partir de entonces y hasta el presente, Eugenio Semino se aboca de lleno a la defensa del sector de la Tercera Edad.
El Defensor de la Tercera Edad dialogó con EL ARGENTINO en la tarde noche del 16 de septiembre, luego de su disertación en la Facultad de Bromatología de la Uner.
Eugenio Semino nació el 2 de junio “en la República Autónoma de Mataderos” como a él mismo le gusta denominar.
“Mi viejo fue futbolista en Argentinos Juniors y algunos equipos del exterior. Pero fue, básicamente un laburante. Le hizo al oficio de albañil, de mantenimiento en general. Mi abuelo paterno era hornero (fabricaba ladrillos), piamonteses anarquistas. Con una historia familiar particular, porque el abuelo pertenecía a una inmigración vieja de fines del siglo XIX, principio del XX. Y sus hermanos, Vicente, José y Atilio, fueron terceristas de Enrique Del Valle Iberlucea. Son los que rompen con González Alberdi, cuando se funda el Partido Comunista”, esboza esta radiografía familiar desde donde también reconocerá la sensibilidad por los más vulnerables.

-En esa familia de anarquistas y comunistas hay que imaginar peleas cotidianas…
-Totalmente. Mi abuelo era un anarquista muy duro del gremio de la construcción. Militaba con los fundadores de ese movimiento. Todos esos hermanos vivieron con muchas persecuciones. Los otros tres eran del gremio yesero, que eran los más combativos. Y como la burguesía de la época tenía el gusto por los ángeles y las salientes en yeso, el paro de este gremio los afectaba muchísimo. Son gremios que hoy no existen.

-¿Y por parte materna?
-El origen es napolitano. Por eso yo jamás hubiera podido nacer en la Península.

-¿Cómo le llega esta historia familiar?
-Desde la infancia. Vivir por un ideal era natural y normal en mi familia, pese a las persecuciones y las cárceles. Nuestra mesa familiar era de una alta discusión político ideológica y defender una idea era una cuestión de honor. Hay que imaginarse esas discusiones en una familia integrada por anarquistas y comunistas. Inclusive con anécdotas históricas. Tengo ejemplos como la discusión sobre la Semana Trágica, que la tenían cuarenta años después como si hubiera sido hoy. Mi abuelo se llamaba Eugenio. Y recuerdo que en la década del ´60 lo internamos con una úlcera sangrante, pero nadie le pudo sacar el revólver de la cintura. Ese carácter tenía. El viejo tenía esas cosas que trascienden. Por ejemplo, siempre recuerdo una frase muy suya, a pesar de la dureza que expresaba en todas las cosas. Él decía: “Si usas un arma es para tirar. Y si es para tirar, es para tirar a matar… Y es tan valiente el que la usa como el que no la usa”. Recuerdo por aquellos tiempos, que mi tío, que era menor que mi viejo por veinte años, ingresó a la colimba pero a la Policía. Le decían “los coreanos” y hacían seis meses en vez de un año o dos años si te tocaba la Marina. Bueno, un día vino ese tío a anunciarnos con alegría que iba a ingresar a hacer la colimba a la Policía, y mi viejo lo echó literalmente de la casa y nunca más lo dejó entrar. Esa dureza tenía. En ese anecdotario fue creciendo.

-Volvamos a su familia materna…
-Mi abuelo napolitano había sido seminarista en esa Italia y pertenecía a una inmigración muy vieja. Y terminó siendo muy anticlerical. Sus hermanos, que pertenecían a la alta clerecía italiana de fines del siglo XIX, cuando se murió su padre lo dejaron a él junto a su madre y nunca lo ayudaron a pesar de tener mucha, pero mucha plata. Y sobrevivió juntando leña. Recuerdo que a principios de los años ´60 salía en los diarios La Nación y en La Prensa información a grandes titulares de la revolución cubana. Y los titulares de esos diarios mostraban a Fidel (Castro) como el asesino de los curas y mi abuelo materno los recortaba y los pegaba en las paredes como si fueran cuadros casi artísticos.

-Recuerda a alguna maestra en particular de su escuela primaria…

-A muchas. Si bien provengo de una familia con una fuerte cultura autodidacta y de lecturas intensas, la escuela siempre se la valoró como una gran institución para la libertad. En mi casa se leía La Vanguardia e incluso escribían en los periódicos partidarios. José Ingenieros era un autor casi de cabecera lo mismo que Payró o toda la colección de la Editorial Claridad. Recuerdo mucho a un tío, que era estibador a la antigua, cargando bolsas al hombro y llevarla al barco por medio de una tabla que hacía de puente entre la playa del puerto y la bodega. Él tenía una pieza grande como ésta llena de libros de teatro, era un gran lector. Siempre me llamó la atención ese hábito. Cuento este contexto porque en mi familia si había algo sagrado o trascendente: eso era el trabajo y el estudio. No había opciones. Para mí fue natural terminar la secundaria laburando. De hecho lo hago desde los diez años. No lo pienso si estaba bien o no… era sí.

-¿Dónde estudió?

-Soy egresado del Mariano Acosta y por eso fui maestro de escuela primaria desde muy joven. Ejercí como maestro de grados y luego maestro de adultos en el Barrio Zavaleta, en Barracas. Éramos un grupo de jóvenes. Compañeros míos de estudio fueron Carlos Alberto “Chacho” Álvarez, Oscar Landi (un experto en comunicación social, que falleció en 2003), Mario Wainfeld (columnista de Página/12).

-¿Cómo llega a trabajar con la vejez? ¿Está bien dicho vejez?
-Sí, está bien dicho. Fui abogado, egresado de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Ejercía de maestro y estudiaba. En 1971 terminé Abogacía y después hizo el doctorado en Criminología en la UBA en 1974. Mi director de tesis fue Elías Neuman, con quien prácticamente me críe y somos grandes amigos, pese a la diferencia de edad. Hice algunos trabajos que todavía hoy son muy significativos como “La sociedad carcelaria” con Martín Irurzun y trabajé en esa época muchos temas de historias que publicábamos en la revista de Félix Luna, “Todo es Historia”. Ahí trabajé mucho con un primo segundo mío que fue Salvador Feldman, un historiador del peronismo, que hacíamos una secciones que se llamaba “Historias para sonreír”. Yo hacía la investigación histórica. Recuerdo que hicimos “Mártires y verdugos” sobre los fusilamientos del ´56 y “Cristianismo y marxismo”, donde él escribió una parte y yo la otra. Él era cristiano. Fui un militante del PC e incluso en 1965 había estado en la Federación Juvenil y estuve preso con tipos como Carlos Zamorano, por ejemplo. Me tocó la dictadura y viví el exilio. Antes había sido bibliotecario en el Hospital Argerich y era dirigente gremial de la CGT de los Argentinos. Cuento todo esto, porque es un antecedente de mi acercamiento a la vejez. Al principio fue construir algo social desde este lado de la vejez. Y el tema de los colectivos excluidos siempre me interesó.

-Pero usted viene de la generación de la explosión de los jóvenes…
-Así es. Década del ´60 y ’70 fundamentalmente. Creo que tuve una fuerte influencia de todo lo que conté. A principio de los `80 trabajé en el Centro de Estudios Legales y Sociales (Cels) con Augusto Comte. Vivía fundamentalmente de la docencia y en 1986-1987 empezamos a laburar el tema tercera edad de manera más orgánica. Con Alfredo Moffat habíamos trabajado en un programa de recuperación de los viejos de la calle. Fue una experiencia interesante. Uno de los viejos que recogemos de la calle, que se llama Luis Rodaro y era muy interesante porque era ingeniero industrial, hablaba cuatro o cinco idiomas y desarrolló una escuela muy interesante sobre tecnología marginal.

-¿En qué consistía?

-Él sostenía que con lo que desechaba la sociedad de consumo, en las márgenes había una sociedad que podía sobrevivir. Fue uno de los primeros recicladores, para utilizar un término más moderno. Él salía con un carrito y todo lo reciclaba. Y ponía como ejemplo que lo que el consumo descarta, otros lo pueden utilizar. Y así como para la sociedad de consumo toma una silla solamente para sentarse, cuando no le sirve más a esos propósitos la descarta. Y viene otro y la recicla y la convierte, por ejemplo, en una estantería o servir para cualquier otra utilidad práctica en la vida cotidiana.

-Occidente tiene una deuda pendiente con los viejos…
-Sí. Pero también hay mitos y realidades. En la antigua Grecia se decía que los viejos eran los Senadores, en realidad, más que la edad estaba vinculada con la acumulación de poder económico y social. Nada diferente a un senador de la actualidad. Y los que estaban fuera de ese círculo estaban muy desprotegidos, no se los cuidaba en razón de su edad. Las culturas tienen características muy particulares. Los anglosajones se van muy jóvenes de su casa y los viejos también y no constituye una situación dramática, como puede ser para los latinos la internación del viejo. Dentro de unos días viajo a Japón, donde el anciano está casi sacralizado como concepto, pero no como protección social. Japón no tiene un sistema de previsión social para quienes no supieron acumular riquezas y ese sistema de previsión, con sus defectos y virtudes lo tiene Argentina, y nos quejamos más allá de las serias limitaciones que tiene este sistema. En Japón, cuando la empresa decide que uno ya no pertenece a ese mundo, le da una indemnización. Y esto puede ocurrir a los 50 como a los 70 y si bien implica una indemnización importante, no significa que se tenga una protección social a futuro. Vale decir que los 200 mil dólares que te pueden dar a los 50 años, te lo terminas gastando en un viaje alrededor del mundo y regresas sin ninguna protección del Estado. Y aquí el concepto es otro, es de protección aún con todos sus defectos e incluso en la actualidad se está analizando cómo proteger a quienes jamás pudieron hacer algún aporte. Y esto dicho con la conciencia de que casi siempre la jubilación es un castigo.

-¿Y por dónde pasa la inclusión?
-La inclusión hoy pasa más por el mercado que por el respeto. Hace unos años atrás era común escuchar cómo en España se los atendía bien a los jubilados y se terminaba despotricando contra Argentina o cualquier país latinoamericano. Pero, en realidad más que el reconocimiento a una dignidad o un respeto era una variable de mercado. Los viejos son consumidores en potencia si le agregás salud en el cuerpo y plata en los bolsillos, caso contrario pasan a ser objetos a ser consumidos. Y lo que pasa en la actualidad es que en Europa los viejos no tienen protecciones mínimas y en América Latina o Argentina hay programas que los asisten. Miremos las olas de calor, especialmente en Francia, donde muchos miles de viejos murieron deshidratados y solos. Insisto, no es una razón cultural sino de mercados. Es común que en nuestros hogares convivan dos o tres generaciones juntas.

-La vida humana se va elongando. ¿Cuál es el rol de esa persona que también va viviendo más años?
-Que se elongue la vida implica el repensar la sociedad, entre otras cosas. Desde lo biológico a una persona de 50-60 años le quedan casi un cuarto de vida más. Sin embargo, si esa persona queda fuera del mercado laboral, es muy difícil que se recicle por lo menos con un trabajo formal. Vale decir que para el mercado está descartado. Desde el uso de la tecnología ni siquiera ingresa en el sector de los inmigrantes tecnológicos. Y por otra parte, nos encontramos que en muchos otros aspectos que aparecen como menores aunque no lo sean, en cuanto a lo estético y la consideración social, también se produce esa ambivalencia. Esta persona que a los cuarenta años puede ser vieja para el mercado laboral, que es joven biológicamente, sino sabemos qué roles se reasignarán estamos en una sociedad que se va debilitando cada vez más y se produce un sistema de descarte muy fuerte. Todo el sistema político institucional debiera preocuparse por esta situación.

-¿Por qué?
-Porque no pensar en esta realidad es no saber a qué tipo de seguridad social nos vamos a referir en el futuro. Es más, hoy el sistema político institucional no sabe qué estructura social tiene y piensa en la seguridad social desde alguna cuestión previsional con la mentalidad del siglo XIX. Tenemos que ver qué hacemos en esta reasignación de roles con las condiciones del ocio creativo. Hoy tenemos una capacidad de tiempo que se convierte en un verdadero castigo. Y ese tiempo sin un esquema social de su utilización se convierte, necesariamente, en una enfermedad. El otro problema, es que la salud tiene como paradigma la enfermedad. Ahí hay que redimensionar y decidir si se fortalecerá la salud o se dejará que el negocio siga siendo la enfermedad para el lucro de los laboratorios y las prácticas médicas.

-¿Cuál es la respuesta a esta realidad?
-No hay mucho para inventar y sí hay mucho para aprender. Ya Ramón Carrillo había enseñado que no hay política de salud en términos sanitarios sino antes no se diseña una política de desarrollo social. Si aumenta la población y con ella las edades y aumentan las dependencias, no hay quienes lo pueda sostener. Y le agrego otra gran dificultad que es la educación. Y junto con todo esto hay que revisar las cargas fiscales, porque son regresivas para los sectores más pobres, que tiene que ver con una sociedad de privilegios que es imposible de sostener.

-Observa señales de que se está pensando en esto…
-No, porque no se habla de la necesidad de reformular la estructura tributaria. El otro gran tema es dejar de discutir si el 82 por ciento móvil o no. Porque para el que se jubila ese 82 por ciento sigue siendo una quita. Aquí hay que pensar en el 100 por ciento o más. ¿Por qué una persona pasa automáticamente a ganar menos por jubilarse o ser viejo? ¿Qué sociedad es la estamos construyendo? Esa persona no tiene menos necesidades sino más. El 82 por ciento es una quita del 18 por ciento y eso es, para mí, injusto.

-No siempre coinciden derechos, necesidades y posibilidades.

-Es cierto que hay que establecer cuál es el derecho, cuál la necesidad y cuál la posibilidad. Lo formularía de esta manera: la necesidad, por definición debe ser cubierta en un 100 por ciento si al menos aspiramos a una sociedad equilibrada. Los que hoy pisan los 60 años es la última generación de aportantes más o menos regulares, por los demás habrá que establecer moratorias todos los años porque cada vez hay menos aportantes. Por eso hay que formular de nuevo el sistema fiscal. Y hay que sincerar todo lo que es la contingencia de la vida post laboral. Y si en la actualidad tenemos poco más del 70 por ciento con la jubilación mínima, en rigor se tiene un sistema universal que en vez de ser por hijo o jefe de familia es por edad. Hay que sincerar todo esto si se quiere avanzar en un mejor sistema previsional. Mientras tanto, se seguirá mintiendo con lo que se tiene, se pasará por alto el derecho y no se podrán satisfacer las mínimas necesidades.

Por Nahuel Maciel
Fotografías Ricardo Santellán
EL ARGENTINO ©



Este contenido no está abierto a comentarios