¿Cuándo dejamos de aspirar al desarrollo humano y solo atendimos a la redistribución social?
Esta pregunta se formuló la filósofa Martha Nussbaum en una obra muy estudiada a inicios de la década pasada, en la que expresa que las sociedades buscan algo más que el crecimiento económico, aumento del PBI, mecanismos de redistribución y observar algún que otro indicador estadístico positivo.
Hay otros elementos de la vida en sociedad que juegan un rol muy importante y no siempre pueden ser medibles, pero están en consideración de cada uno cuando habla sobre política y en qué situación nos encontramos comparativamente hablando. Por esto, plantea con claridad que tampoco el desarrollo económico es algo generalizable. Si partimos del supuesto de que cada persona es un fin en sí mismo, sus aspiraciones son distintas y sus metas también.
Esa diversidad, desde una visión teórico-política, nos obliga a dos cosas: ejercer la tolerancia de opinión y no hacer la vida imposible a otros a costa de incrementar nuestro bienestar o incluso el bienestar general. Es decir, la norma aquí es la civilidad y pacificación siempre, y a la diversidad se la pondera favorablemente porque supone: oportunidades de elección y acción, y relaciones de reciprocidad y afectividad.
En consecuencia, en el núcleo de esta reflexión está la igualdad de cada persona, que vale per se, y no según sus condiciones o atributos diferenciales. Es un valor universal que todas las personas merezcan igual respeto y consideración y dignidad sin importar su situación económica o física.
En dónde la sí, la sociedad, por tanto, actúa de modo proactivo, es cuando ve la vulnerabilidad, discapacidad o limitación real de una persona, para lo cual establece mecanismos de solidaridad legal y empatía real.
Esto, aunque se deduzca evidente y sea intrínseco, nos invita a reafirmar y aclarar siempre que la vulnerabilidad, discapacidad o limitación no reduce en un ápice la dignidad e igualdad de las personas. Si las personas pueden decidir, durante o al salir de esa situación de privación relativa o vulnerabilidad, tienen el derecho de hacerlo siempre. No se deben volver rehenes de ninguna otra persona por recibir solidaridad.
Entonces, si estos postulados que Nussbaum nos plantea son aspiraciones de las sociedades actuales, ¿qué pasó en nuestra sociedad que hemos puesto patas para arriba todo lo anteriormente descrito y los sistemas de solidaridad, subsidio y asistencia social se convirtieron en un sistema de regulación y disciplinamiento de la actividad de las personas?
La respuesta histórica tiene varios nombres propios, pero más importa aquí resaltar las respuestas que la misma sociedad se forma en pos de validar, o no, relaciones asimétricas de poder que no son naturales, sino culturales y políticas.
Entonces aquí, siguiendo los postulados anteriores, se propone una lectura crítica que pone la lupa sobre la asimetría de poder cultural y político que no puede subsistir ante la evidencia del fraude y la violencia que demuestra que la vulnerabilidad en muchos casos se administra para no dar lugar a la libertad genuina de las personas.
Al hablar entonces de administración, debemos hablar de la denominada justicia social o redistribución fiscal que cambia de manos fondos tributarios de los ciudadanos, pero sin medir ni tener certeza respecto de los resultados aspiracionales ni incrementales.
Por tanto, es un buen momento para reflexionar que dejamos de aspirar al desarrollo humano cuando hemos dado lugar a validar que la meta política sólo consiste en cumplir de modo mecánico con una rutina redistributiva reflejada en partidas presupuestarias -para programas de gobierno nominalmente denominados de justicia social- y no con aspirar a facilitar opciones para la realización del desarrollo humano concreto de cada individuo en sus contextos de vida.
Sin respeto por la dignidad, los proyectos de vida y las aspiraciones de cada personalidad, no hay desarrollo humano. La redistribución fiscal es un mecanismo más, entre muchos otros actos sociales de carácter colaborativo y espontáneo que pueden ayudar a concretar las aspiraciones personales pero no son la finalidad de un proyecto político moderno y plural.
Más redistribución no implica más desarrollo humano y esto es lo que ha venido ocurriendo en la realidad. La redistribución es una mecánica, una dimensión de base, para establecer un piso para el ejercicio de la solidaridad y empatía, pero aún allí no ha iniciado el proceso de desarrollo humano, una dimensión de aspiraciones, en la que se deben involucrar otros aspectos y valores plurales propios de cada persona y su familia.
Por todo lo anterior, si seguimos pensando en que el mecanismo fiscal se ubica por sobre la elección personal y sus objetivos de vida, estamos clausurando el debate abierto y público y poniendo al régimen político, patas para arriba, desnudando al ciudadano y vistiendo nuevamente con las mejores ropas al rey.
Javier Cubillas
Analista de Asuntos Públicos