De nuestro pago Las obra de Mario César Gras. El docente manualista
He compuesto una larga lista de gualeguaychuenses que merecen ser recordados, y a los que –esto es una amenaza firme, porque a inteligente me ganarán pero a terco, no- destinaré sendas columnas de reconocimiento y homenaje. Para el elogio merecido ninguna boca es chica, además, lo digo como bocón.
En ese listín figuran: Carlos Alberto Erro, José Luis Ríos Patrón, Eleuterio Tiscornia, Juan Álvarez, Juan Carlos Goyri, Manuel Portela y un largo etcétera, en el que el lector puede agregar los suyos, porque, como se sabe, el etcétera es el descanso del sabio y el refugio del ignorante (es mi caso).
Cuando al pibe en el trance del examen oral se le pide que mencione las varias causas o componentes de una realidad determinada, el cachorro dice: “Tal, y… etcétera” (como se sabe, viene de la expresión latina “et caetera” que vale como: “y las cosas restantes”). Y, si el docente cabecea un sueñito, zafa.
En el largo etcétera aludido, figura Mario César Gras, nacido entre nosotros en 1894 y fallecido en 1949. Fue hombre multifacético. Descendiente de Amadeo Gras, músico y pintor, nacido en Amiens, en 1792.
Como violoncelista, acompañó a Paganini en una gira por Londres. Vino a Buenos Aires en 1832, cuando Echeverría publicaba la primera obra romántica en lengua española: “Elvira o la novia del Plata”.
Dio conciertos en la ciudad porteña, y luego se consagró a la pintura. Viajó por el interior, Perú, Uruguay y Chile, respaldado por su fama de retratista. Como tal nos legó una vasta galería de rostros de personalidades: María Manso, el general Manuel Hornos, Fructuoso Rivera, Valentín Alsina, Marcos Paz, José Cullen, y siguen las fachas.
Además, fue daguerrotipista, y nos dejó dos obras de conjunto: el grupo de Gobernadores, reunidos en San Nicolás, en 1852; y el de Constituyentes, presididos por Urquiza, en 1853.
Su pariente, don Mario César, le destinó, como bien nacido, un par de trabajos: “Amadeo Gras. Pintor y músico” (Buenos Aires, s. ed., 1942), un folleto de 35 pp, que amplió en: “El pintor Gras y la iconografía histórica americana” (Buenos Aires, El Ateneo, 1948). El plástico murió en nuestra Provincia en 1870.
Mario César estudió Derecho, llegó a fiscal y a ser un jurisconsulto respetado. Pero sus inclinaciones cordiales lo llevaron a la docencia, a la literatura y a la historia.
Fue profesor de varios colegios nacionales –no sé si lo fue del “Luis Clavarino” (trabajo para la profesora Leticia Mascheroni). Por lo que he alcanzado, su materia eje fue Lógica, para la que se aplicó en la composición de un par de manuales. “¡Oh tempora, o mores!”.
Qué épocas aquellas en que los docentes se aplicaban a redactar esos instrumentos de estudio para sus alumnos, desarrollando explícitamente sus apuntes de clase. (Así ocurrió, desde temprano en nuestra Provincia, en el Colegio de Concepción del Uruguay -fundado por Urquiza en 1849, catorce años antes que el afamado Colegio de Buenos Aires, fundado por Mitre en 1863, que se nutrió de plan y docentes del entrerriano).
Su primer enquiridión (chupate esa mandarinita, lector, y guglealo) fue un tomito: “Lógica formal y aplicada. Crítica” (Buenos Aires A. García Santos, 1924), que, con el correr del río numerable de los años, amplió hasta un volumen de trescientas páginas: “Teoría de la lógica. De acuerdo con los programas de los colegios nacionales de 5° año” (1939).
Quiebro una caña por Gras y sus manuales, frente a la repetida condena de este tipo de libros, por parte de pedagogos teoréticos y nefelibatas (suerte con el diccionario). Si el profesor es de buena laya, sabe que el manual es un punto de partida y no de llegada.
El manual es un libro “manejable”. Es decir, que le ofrece al alumno lo fundamental expuesto con acuidad y, gracias a ello, y a la lectura previa del apartado o lección, el docente, en clase puede ampliar los saberes, dialogar con los alumnos, interactuar, darles plena participación, y no atarse a la exposición oral que se come el tiempo aular.
La base de un manual es reunir en un solo tomo lo esencial de una disciplina, que va de lo conocido a lo desconocido, como una introducción clara y sintética ofrecida a los alumnos lectores para un primer abordaje de una cuestión. En un manual están los fundamentos, no todo lo del ámbito sobre el que expone.
Entender que todo concluye en un manual, repetido o no memorísticamente, es una torpeza. El planteo es inverso: todo comienza con el manual. Son los primeros pasos exploratorios en terreno ignoto. Es una base de despegue. El reducir todo a un manual es responsabilidad del docente, es su errada actitud.
No le echemos la culpa a la herramienta sino al que hace uso indebido de ella. (Coda: si le interesa el tema, vea. Pedro Luis Barcia (Coord). “No seamos ingenuos. Manual para la lectura inteligente de los medios”. Buenos Aires, Santillana, 2008. Ahí doy la lata).
Por Pedro Luis Barcia (*)
(*) Pedro Luis Barcia es expresidente de las Academia Nacional de Educación y Argentina de Letras.
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