El ministro Vs. la ciencia lúgubre
Por Fundavida para EL ARGENTINO Muchas veces conversamos en nuestra Fundación acerca de ver la manera de dar un mensaje esperanzador frente a tantas novedades siniestras que nos agobian diariamente; pero invariablemente concluimos que lo nuestro no es jugar a ser un grupo carismático y/o evangélico, que decora la realidad de sus fieles con oportunos amenes y aleluyas para que se vayan a dormir arropados en una esperanza de mentirita.
Ambientalmente terminamos el año muchísimo peor a cómo lo iniciamos; todos los nubarrones que nos amenazaban se transformaron en devastadores tornados: la derogación de la Ley de la Madera, habilitando el ingreso a la provincia de los capitales celulósicos que se han apropiado de las tierras forestales en Uruguay, Misiones y Corrientes, pone en grave riesgo a nuestra industria
. Además de tener un elevado contenido simbólico, porque ahora Entre Ríos contribuirá a la contaminación de UPM (BOTNIA) lo que en sí es una dura derrota para la población local.
La aceptación por parte de los nuevos delegados argentinos ante CARU de un digesto ilegal, diseñado por y a la medida de UPM (BOTNIA) y su complicidad exasperante en la estrategia de criminalización de Gualeguaychú, corriendo el foco de la disputa sobre la instalación de la pastera para exculpar a la nefasta empresa báltica.
La consolidación, si esto es posible, del modelo de agricultura industrial que nos está envenenando, esta vez a partir de las mendaces afirmaciones del nuevo ministro de agroindustria, el paranaense Luis M. Etchevehere.
La destrucción de la Secretaría de Agricultura familiar de la Nación, organismo que daba soporte técnico a miles de pequeños productores a lo largo del país, que luchan como pueden, para preservar los genomas de sus semillas ancestrales frente a los embates de las multinacionales químicas que se están terminando de apropiar, para destruirlos, de los alimentos que podrían garantizar nuestra soberanía alimentaria.
El desfinanciamiento del INTA y el CONICET con lo que esto significa.
La eliminación de impuestos que gravaban la minería a cielo abierto que está saqueando nuestros recursos mineros, destruyendo nuestros glaciares y envenenando a las poblaciones de los valles cordilleranos.
Podemos seguir el inventario. Hay material de sobra para hacerlo, pero preferimos acudir a los pensadores que anticiparon lo que está pasando en el inicio de este modelo económico social que está agonizando.
Hablamos de Thomas Robert Malthus, el insigne filósofo que hace trescientos años anticipó lo que vendría y nos previno, a pesar de lo cual seguimos danzando en el Titanic, incluso ahora, que se nos están mojando las medias con el agua que está entrando en la pista de baile.
Malthus predijo que llegaría un día que la humanidad crecería tanto, y se agotarían las posibilidades de producir alimentos, que finalmente la raza humana sucumbiría en un holocausto de miseria y hambrunas.
Por supuesto que nadie quería (ni quiere) escuchar estos vaticinios inquietantes, entonces surgió un contemporáneo del presbítero anglicano, Thomas Carlyle, un aristócrata escocés -de esos que cultivan modales exquisitos y moral pestilente- quien llamó a la profecía “económica de Malthus como ciencia lúgubre” y ofreció como solución volver a la esclavitud.
De este modo la nueva clase social, la clase obrera industrial, tendría que aceptar salarios miserables, para que no pudiesen demandar demasiados alimentos y así evitar que los mismos escasearan.
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