El ruido político arrastra la economía
No hay por qué suponer que el hombre que maneja los destinos del país no sabe de qué está hablando. Alberto Fernández maneja sus contradicciones a plena conciencia.
Por Mónica Gutiérrez
Alberto Fernández vivió esta semana una epifanía. Le fue concedida una revelación que hizo propia y pública en modo de advertencia. Al dejar inaugurada la desapacible cumbre de la CELAC dio a conocer urbi et orbi la razón de su desasosiego.
“La democracia está en peligro”, dijo el Presidente. Algo en lo que no solo ya sabemos y en lo que podemos coincidir, sino que está en línea con lo que politólogos, analistas nacionales e internacionales, gurúes, pitonisas y nigromantes vienen anunciando. Lo curioso del caso es que, en el mismísimo y único acto, se dedicó a defender y ponderar a los regímenes menos democráticos del continente.
“La ultraderecha que se ha puesto de pie y está amenazando a cada uno de los pueblos. No debemos permitir que esa derecha recalcitrante y fascista ponga en riesgo nuestros pueblos”, dijo en el discurso inaugural de la CELAC. Casi parafraseando a Nicolás Maduro, siempre dispuesto a subsumir bajo el concepto de “derecha neofascista” a todo lo que se le opone.
A pesar de los recurrentes derrapes discursivos que lo llevaron a nombrar a Hugo Chávez para referirse a Nicolás Maduro y dejar eufóricamente inaugurada la “Cumbre de las Américas”, cuando se trataba de la Celac, hay que decir que el Presidente está absolutamente ubicado en tiempo y espacio.
No hay por qué suponer que el hombre que maneja los destinos del país no sabe de qué está hablando. Alberto Fernández maneja sus contradicciones a plena conciencia.
Llamó a defender la democracia y las instituciones mientras fogonea un enfrentamiento con la Corte de Justicia de la Nación como parte de una estrategia pensada y diseñada por CFK contra la justicia que la condenó. Se pavonea con la defensa de las instituciones cuando no vaciló en abrir el año calendario llamando a desconocer un fallo del más alto tribunal mientras pretende hacer equilibrio en la cornisa de un conflicto de poderes.
El procedimiento parlamentario en comisión para llevar a la Corte al juicio político ya está en marcha. La primera sesión se vivió en medio de chicanas y tensiones. El trámite va para largo, una situación que se celebra en el Gobierno.
El debate prolongado e intenso está en línea con el objetivo del oficialismo de erosionar la imagen de los jueces y de desgastarlos frente a la opinión pública. Las posibilidades de que la iniciativa se imponga en el recinto son nulas. El FdT no dispone de la mayoría especial necesaria para remover a los jueces. El Gobierno lo sabe, pero mantener el debate abierto a lo largo del año electoral es pura ganancia desde la mirada del kirchnerismo.
Empeñado en tomar distancia de Cristina Kirchner, con quien todos los lazos están cortados, se mete, no obstante, en tremendos berenjenales para contentarla a la distancia. Parece no resignarse a haberla perdido. En algo es absolutamente consecuente. “Yo nunca más me voy a pelear con Cristina”, se cansó de repetir y hay que aceptar que cumple. El tema es que la que cortó con él es ella y esta situación parece no tener retorno.
Es curioso el modus operandi del jefe de Estado: juega a desmarcarse, pero, al mismo tiempo, hace uso y abuso de la narrativa K. Pretende estar en misa, pero no se quiere perder la procesión.
El enojo de “Wado” De Pedro, ofendido por no haber sido invitado a una reunión con Lula Da Silva y los representantes de las organizaciones de derechos humanos, es más de lo mismo. Lo grave es que Eduardo De Pedro es ministro del Interior y por lo tanto parte de este Gobierno, el del Frente de Todos, que con este nivel de recelos, mezquindades y reproches profundiza día a día su disfuncionalidad.
En orden a recuperar posiciones frente a ese sector, Alberto Fernández no para de disparar contra sus propios pies. La dedicación y empeño que le pone a la embestida contra la Corte no solo no le resuelve sus asuntos con CFK sino que a la vez tiene un impacto dañino sobre la gestión económica.
Nada ayuda menos a salir de la situación de extrema fragilidad económica en la que nos encontramos que el empecinamiento presidencial por defender los regímenes más autoritarios de la región y cargarse la seguridad jurídica arremetiendo contra el máximo Tribunal de Justicia de su país.
Los empresarios nucleados Asociación Empresaria Argentina (AEA) lo advirtieron con toda crudeza: “Iniciar un proceso de juicio político a los miembros de la CSJN por no compartir el contenido de sus sentencias, altera muy negativamente tanto la esencia del pacto constituyente sobre el que se edifica nuestra convivencia, como las perspectivas de crecimiento, de inversiones y de generación de empleo”.
Enero acusó el impacto que el ruido político generó sobre las expectativas económicas. La ferocidad discursiva de CFK contra la Justicia, apenas después de conocerse su fallo condenatorio, sumó incertidumbre en un contexto de extrema fragilidad económica.
Los referentes K del Frente de Todos deberían tomar nota urgente de lo que está ocurriendo. El consentimiento pasivo y silencioso que parecen haberle otorgado a Sergio Massa para ir adelante con sus medidas económicas no va a llegar a buen puerto en medio de este barullo político.
La tensión política interna desarticula cualquier intento de estabilizar la economía.
Alberto Fernández habló esta semana de la inflación. Se despachó con el argumento de que es “autoconstruída” y, como si se tratara un fenómeno cuasi psicológico, plantó su convencimiento de que está “en la cabeza de la gente”.
La irrupción del papa Francisco, quien dijo que la inflación en Argentina “es impresionante” y atribuyó su consecuencia más dolorosa -la pobreza- a la “mala administración” y a las “malas políticas” tomó por sorpresa al Gobierno.
El esfuerzo de imaginación que el Gobierno aplica para excusarse de las penosas consecuencias de las políticas aberrantes que nos condujeron hasta aquí termina siendo ofensivo para con la sensibilidad y el sentido común de las mayorías.
Organizar la propia vida es cada vez más difícil en la Argentina. A la incertidumbre económica y el desmadre social se suman los dramas que se abren paso en un contexto de una sociedad que chapalea entre la pobreza y los valores extraviados.
La banalización de la violencia, la cultura del enfrentamiento y la prepotencia, la pérdida de todo respeto por la autoridad, la dificultad para poner límites, la devaluación de la palabra y la impunidad garantizada para las peores aberraciones de la conducta humana, como trasfondo de una sociedad fragmentada y enferma de incertidumbre y desesperanza.