La humildad de los grandes
Al recordar al escritor Ernesto Sábato, que muriera a poco de cumplir 100 años y apenas unos días antes de ser homenajeado en la Feria del Libro por el Instituto Cultural de la provincia de Buenos Aires, además de sentir lo que con él se va, podemos aprender lo que se recordará como su última lección.
A pesar de haber presidido la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, de haber recibido entre otros, el premio Miguel de Cervantes -máximo galardón literario concedido a los escritores de habla hispana- el premio de Consagración Nacional de la Argentina, el premio a la Mejor Novela Extranjera en Francia, el premio Medici y la Gran Cruz al mérito civil en España, y haber sido distinguido en Francia como Comandante de la Legión de Honor, Ernesto Sábato no se obnuló y pidió ser velado en el club de su barrio, el Club Defensores de Santos Lugares, ubicado frente a su casa.
¿Por qué es tan importante de destacar este gesto suyo?
Debe destacarse cuando cada vez más personas necesitan ubicarse en el rol de personajes y para eso recurren a todo lo que esté a su alcance para obtener solamente que se hable de ellas, en la persecución de los quince minutos de fama dentro de la aldea global, según Marshall McLuhan.
La humildad de los grandes vuelve a presentarse y hay que tratar de tomar algo de este ejemplo, todos y cada uno, porque con demasiada asiduidad se ven casos de engreimiento patético.
Es cierto que esta columna suele referirse a cuestiones cotidianas y locales pero valga esta licencia en la idea de que también por aquí el ejemplo de Sábato debe dejar su huella.
Una huella profunda, como la de su obra.
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