Las obsesiones de Macri
Por José Calero (*)
Reactivar el consumo lo más rápido posible se convirtió en un objetivo central para el gobierno, tras constatar que los anuncios de inversiones y la reducción del déficit no mueven el amperímetro a la hora de mejorar un humor social resentido por el fuerte salto inflacionario del 2016 y los despidos, que ahora se buscan revertir.
Tras casi 16 meses de gobierno, Mauricio Macri y su grupo de ex CEOs ubicados en puestos clave de la administración parecen haber advertido que se empezó al revés en algunas cuestiones económicas centrales, en parte por necesidad, pero también por cierta impericia.
Con los hechos consumados, el primer error de envergadura parece haber sido subestimar el impacto de transparentar la devaluación de hecho que el kirchnerismo nunca se había permitido admitir, con el fin de salir del engendro creado por Cristina Fernández en octubre de 2011, llamado "cepo cambiario".
El equipo económico buscó convencer a los agentes económicos de que no había necesidad de remarcar porque los costos y precios ya estaban calculados a un dólar de $16. El cálculo fue errado y el mercado respondió, como suele ocurrir, con el bolsillo.
El festival de remarcaciones del 40 por ciento se convirtió en una fábrica de pobres, que llevó a que durante el primer año de gobierno 1.500.000 personas pasara a elevar a 14 millones los 12,5 millones en la pobreza que había dejado el kirchnerismo.
Esa actitud mezquina de los formadores de precios le dejó la sangre en el ojo a Macri, quien aún no les perdona a muchos de esos empresarios -algunos amigos de toda la vida- que tuvieran una actitud tan alejada de sus expectativas.
Pero al fin de cuentas, "Business are business", y desde las alimenticias hasta los supermercados no tuvieron reparos en hacer trabajar horas extra a las maquinitas remarcadoras.
Ahora, el presidente les está exigiendo a muchos de esos mismos empresarios mostrar patriotismo vía inversiones: algunos ya están respondiendo, pero el problema de fondo es que la inflación tiene impacto inmediato, mientras el destino de fondos para mejorar la productividad y adquirir tecnología puede mostrar resultados en el mediano plazo, incluso más allá de los cuatro años de gobierno.
Esa es la razón por la cual el kirchnerismo siempre pensó en el corto plazo, siempre preocupado por preservarse en el poder aún a costa de hipotecar el futuro del país dejándolo, por ejemplo, sin energía.
Otro error de alto calibre del macrismo fue creer que el arreglo con los holdouts guardaba alguna relevancia para la opinión pública. Al contrario, los fondos buitre siempre fueron vistos por la gente como lo que son: un conjunto de fondos multimillonarios cuyo único objetivo es espoliar a los países y a sus ciudadanos, comprando a precio vil bonos para luego litigar ante tribunales sorprendentemente parciales, como el del juez neoyorquino Thomas Griesa.
El ahora ministro de Finanzas, Luis Caputo, obtuvo el mejor acuerdo posible ante ese grupo de financistas sin alma ni corazón, pero aún así el acuerdo por la deuda no pareció sumarle puntos a Macri ante la opinión pública.
Lo que sí tal vez posibilitó fue evitar que la bomba de tiempo que Cristina Fernández le dejó a Macri, el exorbitante déficit fiscal, terminara estallando. El país volvió a tener financiamiento internacional, y así pudo mantener buena parte de los planes sociales creados por el kirchnerismo para sostener su hegemonía.
Aún así, la lógica del subsidio permanente lleva a que toda ayuda social parezca poco en la Argentina, como lo demuestra el festival de protestas y piquetes que se viven a diario.
Por ahora, el gobierno está apelando a reanimar la economía lo más rápido posible, vía obra pública y, desde esta semana, con créditos hipotecarios masivos cuya demanda promete desbordar los centros de atención de los bancos Nación, Provincia y Ciudad.
En la Argentina hacen falta construir 1,5 millones de viviendas y poner en condiciones otros 2 millones para paliar un déficit habitacional que se fue por las nubes.
El otro problema a atender por el gobierno es la caída de ventas en los comercios, uno de los sectores que mayor empleo genera, y que acaba de acordar una paritaria razonable del 20%, más cláusula gatillo por inflación.
Caminar por el centro porteño muestra el fuerte impacto que la recesión tuvo en la actividad comercial, que ahora busca revertirse con medidas para alentar el consumo. El Gobierno tardó más de un año en entender lo que el kirchnerismo comprendió casi antes de asumir.
Sin alentar el consumo, no hay proyecto político posible. Quedan pocos meses para lograrlo antes de octubre.
(*) José Calero es Jefe de Sección Economía de NA.
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