Malvinas nos duele
Por Osvaldo Delmonte
(Colaboración)
Malvinas nos duele. Es una herida lacerante y que cada 2 de abril se abre y nos interroga. Pocos hechos históricos tienen tantas miradas y posiciones controvertidas como Malvinas. Esta afirmación parece negar la unanimidad del acuerdo nacional acerca de que: las Malvinas son argentinas, cosa que aprendimos de niños, conocimiento primario que nunca ha estado en discusión aunque, deliberadamente, se lo haya despojado de otras consideraciones y abordajes.
El Imperio Británico es quien mutiló nuestro territorio nacional y la colonización pedagógica, paradójicamente, pretende que amemos al mutilador. Esta visión pro británica y liberal ha moldeado a generaciones de estudiantes, lo propio ha hecho la prensa (La Nación por ejemplo) con los ciudadanos en general ¿Cómo explicar entonces que la civilización y la cultura que se plantea como modelo es la misma que nos despoja de una parte estratégica de nuestro territorio nacional? ¿Cómo explicar que ese Gentleman Ingles tan admirado y respetado dueño de los Ferrocarriles, de los Frigoríficos, de los Puertos, de nuestro comercio exterior (hasta hace poco), y ahora del petróleo y la banca y de miles de hectáreas en la Patagonia es el mismo que usurpó el territorio de la Patria? Entonces, para muchos, solo cabe un tímido y silencioso “Las Malvinas son argentinas”, y nada más.
Pero Malvinas también es la Argentina de la resistencia a la usurpación, desde el Gaucho Rivero a la Operación Cóndor de Dardo Cabo y los jóvenes nacionalistas de 1966, desde los reclamos diplomáticos congruentes y sostenidos de los gobiernos populares a los pensadores nacionales como Jauretche, Scalabrini Ortiz, Discépolo, Manzi, Fermín Chávez, José María Rosa y tantos más, y por supuesto, aún en la contradicción, los cañonazos y misiles de 1982 y los muertos heroicos de esa oportunidad.
Es decir, Malvinas somos nosotros, con todo el peso, tal vez el más pesado de nuestra historia nacional. Malvinas es nuestro ADN al decir de Hugo Presman, quien también sostiene que la historia arrastra oro y barro, y en este caso más que en ninguno. El oro sería la causa justa de Malvinas (nuestros derechos soberanos) y el barro la dictadura genocida que planificó la guerra.
No dudo que los procesos históricos son así y que las simplificaciones, por lo general, nos llevan a negar parte sustancial de la realidad. El 2 de abril se produjo un hecho de profunda significación que le costó la vida a centenares de jóvenes, con acciones heroicas y patrióticas de muchos combatientes, que deben ser reconocidos y valorados. Pero esta realidad no puede ocultar que el 2 de abril se produjo en el marco de una dictadura genocida con consecuencias atroces para el conjunto de la sociedad.
Malvinas son los héroes pero también los generales que tuvieron una pésima conducción estratégica, cuestión que queda más que clara con el informe sobre el conflicto bélico, que hiciera el Tte. Gral. Benjamín Rattenbach hacia el final de la dictadura. Malvinas es el pueblo movilizado realizando donaciones, tejiendo, escribiendo y orando pero Malvinas también es la apropiación indebida de esos bienes, la banalización y el engaño. Malvinas son los genuinos sentimientos patrióticos y la necesidad de estar informados pero Malvinas también es la más estúpida y burda manipulación mediática que se haya conocido. Malvinas es determinación bélica de muchos pero Malvinas también es la improvisación de los mandos. Malvinas es frio, hambre, dolor y muerte pero Malvinas también es la “hermanita perdida” que tanto quiso Yupanqui.
Por eso cuando hablemos de Malvinas, hablemos sin pudor de todo esto, y cito nuevamente a Presman, “que el árbol no nos impida ver el bosque”, el árbol serían los genocidas y la dictadura militar que la llevó adelante y el bosque el genuino e histórico interés nacional de nuestra reivindicación de soberanía sobre las Islas. Yo agregaría que el árbol del dolor y las ausencias de los que murieron en Malvinas como la legítima necesidad reparatoria -moral y económica- de los ex combatientes, no nos impida ver el bosque de que esa guerra fue ejecutada en el marco de una dictadura genocida en decadencia y que realiza esta acción sólo para legitimarse, en medio de la más absoluta improvisación diplomática y militar y sin vocación de llevar adelante una guerra anti-imperialista.
Para ir finalizando aporto algunos datos concretos que tal vez sirvan para el análisis:
La guerra duró 73 días, del 2 de abril de 1982 al 14 de junio del mismo año.
En total murieron 649 argentinos, casi la mitad de ellos marinos (323) en el hundimiento del Crucero General Belgrano.
En las Islas murieron 194 integrantes del ejército, 143 de los muertos eran soldados. Siete de cada diez hombres desembarcados en las Islas eran soldados conscriptos de entre 18 y 20 años de edad, casi todos ellos con escasa instrucción militar. Murieron 55 integrantes de la fuerza aérea, casi todos oficiales (pilotos). Murieron 7 integrantes de Gendarmería y dos de Prefectura. Murieron 18 civiles de la Marina Mercante. Hubo más de mil heridos, y se calcula un número parecido de suicidios posteriores.
Por todo eso, por los soldados que dejaron sus vidas, la alegría y su juventud en las Islas, por los marineros y aviadores muertos en el Atlántico Sur, por los veteranos que no han podido superar el trauma post-bélico, por los padres, madres, hermanos y familiares de los caídos; para que tanta ausencia y dolor argentino tenga sentido solo hay un camino: seguir luchando para que pronto “esa hermanita perdida vuelva a casa”.
El autor de esta artículo es profesor de Historia y militante por los derechos humanos.