Violencia que duele
Los hechos de violencia que tuvieron atrapados frente a la pantalla a miles de argentinos el lunes no fueron una película de Netflix –tal y como titulaba el canal Crónica mostrando imágenes de la batalla campal que ocurrió frente al Congreso-, no eran ficción... fueron reales. Y esta realidad duele.
Hubo heridos, hubo muchos daños materiales a la propiedad privada y a bienes públicos, pero el peor de los daños es el que producen a nivel social este tipo de incidentes.
Por un lado, un grupo de encapuchados atacó con piedras, botellas y molotov a policías y gendarmes, del otro respondieron con gases lacrimógenos y balas de goma –en realidad quién respondió a quién también es tema de debate- y la batalla no parecía tener fin.
Mientras tanto, dentro del Congreso también había violencia, de otro tipo pero violencia al fin... porque pareciera que nuestros legisladores no saben debatir ideas, no saben escuchar, porque el insulto y el atropello parecen estar ganando mucho terreno en nuestro país, demasiado...
Cualquier análisis que se haga de los hechos ocurridos en las últimas horas en nuestro país debe contener un repudio total a todo tipo de violencia. No se puede justificar ni una ni otra, ninguna.
Al menos en eso hay que ponerse de acuerdo.
La violencia no lleva a nada, embarra la cancha y genera más división en la sociedad... que cada vez parece estar más enfrentada.
Si, en este caso, nuestros representantes en la Cámara de Diputados votaron a favor o en contra de esta ley compleja o injusta, lo hicieron en un marco de institucionalidad. Habrá que preguntarles a ellos, cara a cara, en las calles por qué votaron lo que votaron.
Si el gobierno decide afectar los ingresos de los jubilados con una ley y el Congreso la aprueba, ¿quién es el responsable?
La mayor falencia en nuestro país sigue siendo pensar en el bien común, en realidad que nuestros representantes lo hagan...
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