La realidad, no los discursos.
Días atrás, observé a una nena de corta edad (quizás no superaba los 5 años) yendo de una mesa a la otra, en el interior de un bar del microcentro rosarino, ofreciendo a los comensales pañuelos descartables a un costo de 10 pesos y pidiendo algo para comer. Confieso que me cuesta aceptar la realidad de chicas y chicos que deambulan por las calles sin rumbo definido a toda hora, carentes del afecto parental y de una adecuada alimentación. Cuando uno ve escenas como la descripta, piensa en que se agotan los discursos, las promesas, la dialéctica de una dirigencia política que parece no conmoverse por los graves problemas sociales. Cuando uno asiste a estas situaciones, la realidad termina eclipsando a la oratoria y a las frases.
Me parece que la función indispensable de todo funcionario de gobierno debería contemplar un acercamiento a los ciudadanos para saber cuáles son las necesidades y a posteriori trabajar en pos de proporcionar soluciones.
Sin embargo, en los tiempos actuales una gran parte de la dirigencia política lleva agua para su molino, prioriza su bienestar por sobre el conjunto social.
A mi juicio, nuestro país exhibe dos facetas antagónicas. Una es la que expone la presidente de la Nación al subrayar ciertos logros, cuestionados por muchos argentinos, durante 12 años de gestión kirchnerista. Y la otra obedece a necesidades extremas de sectores sociales que claman por un presente más justo y equitativo. Existe en
la Argentina una flagrante disminución en la calidad de vida de cientos de miles de sujetos. Hay pobreza, marginalidad, mendicidad, precariedad laboral, delitos, narcotráfico, inflación, chicos desescolarizados y con problemas serios de alimentación. Por lo tanto, es impensable un desarrollo social óptimo. Todas las argumentaciones y todos los
discursos que tengan como fin convencer a la población de que en nuestro país todo funciona muy bien, confrontan con la realidad que se ve diariamente, por ejemplo con esa realidad que experimenté y que narré al comienzo de mi escrito.
Marcelo Malvestitti
Me parece que la función indispensable de todo funcionario de gobierno debería contemplar un acercamiento a los ciudadanos para saber cuáles son las necesidades y a posteriori trabajar en pos de proporcionar soluciones.
Sin embargo, en los tiempos actuales una gran parte de la dirigencia política lleva agua para su molino, prioriza su bienestar por sobre el conjunto social.
A mi juicio, nuestro país exhibe dos facetas antagónicas. Una es la que expone la presidente de la Nación al subrayar ciertos logros, cuestionados por muchos argentinos, durante 12 años de gestión kirchnerista. Y la otra obedece a necesidades extremas de sectores sociales que claman por un presente más justo y equitativo. Existe en
la Argentina una flagrante disminución en la calidad de vida de cientos de miles de sujetos. Hay pobreza, marginalidad, mendicidad, precariedad laboral, delitos, narcotráfico, inflación, chicos desescolarizados y con problemas serios de alimentación. Por lo tanto, es impensable un desarrollo social óptimo. Todas las argumentaciones y todos los
discursos que tengan como fin convencer a la población de que en nuestro país todo funciona muy bien, confrontan con la realidad que se ve diariamente, por ejemplo con esa realidad que experimenté y que narré al comienzo de mi escrito.
Marcelo Malvestitti
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