Gualeguaychú, la memoria y el espíritu del Yaguarí Guazú
Gualeguaychú ciudad primera. Fundada en medio de heroicas y frenéticas búsquedas esenciales; por eso también tiene -casi simbólicamente- una isla llamada Libertad. Ciudad cabecera departamental. Ciudad de la Justicia y de la Administración. Alguna vez, se la conoció como la Ciudad de los Poetas. Cuando su gente desata la alegría y el cielo se tapiza de lentejuelas, se la conoce como la Ciudad del Carnaval.
Por Nahuel Maciel
EL ARGENTINO
Sin soslayar los rastros fundantes de los chanás, charrúas y guaraníes, de aquellos que, en sus cerros ribereños, al resguardo de un fogón, protegidos por el calor familiar y compartiendo cántaros de vida, fueron los primeros en describir un paisaje y una humanidad por estas tierras; se podría decir que Gualeguaychú es una de las pocas ciudades que tiene dos fechas de parto.
El 18 de octubre de 1783, cuando el nicaragüense don Tomás de Rocamora funda Gualeguaychú, en su actual emplazamiento. Y su segundo nacimiento, cuando el 4 de noviembre de 1852, el general Justo José de Urquiza le da rango de ciudad. Desde entonces, los registros de la historia se tornan más precisos, al menos con continuidad de crónica.
Cuentan los que saben, que Gualeguaychú fue fundada como una forma de frenar a los hombres que provenían de las colonias portuguesas, afincadas en Brasil. En verdad, el Brasil, ese otro infierno verde, siempre la atravesó como un destino. Porque si es cierto esa afirmación, hoy también es verdad que cifra su futuro en ese gran Mercado Común del Sur (Mercosur). Al principio, levantada como obstáculo y freno: hoy, erguida para el vuelo del desarrollo.
Por eso, la historia de Gualeguaychú puede ser la de sus monumentos, la de sus lugares históricos, sus paisajes pintorescos, el río que la cruza o esas lomadas que le dan resguardo. Pero también la historia de Gualeguaychú puede ser las de sus hombres porque, edificada en barro sobre barro, hubo y habrá que rehacerlas muchas veces. Y sus arquitectos son los hombres, muchos de ellos característicos y únicos, que antaño la hicieron crecer en longitud, como también en altura, con una fisonomía especial y cambiante como el rostro de su río.
Entre esos hombres, había uno que dijo sus verdades haciendo sonreír. Se llamaba José S. Álvarez y le decían “El Mocho”. Era el tiempo en que los José y los apellidos como el suyo estaban muy repetidos y la gente recurría a los apodos para identificarse. Todavía se discute –todo en Gualeguaychú es motivo de discusión y debate- si la “S” es la inicial mal escrita de “Ceferino” o “Zeferino” –parece que así lo anotaron en el acta bautismal -, también de Santiago o Sixto. O simplemente un agregado estético por razones eufónicas.
Álvarez, que firmó toda su labor con el seudónimo de Fray Mocho, había nacido en Gualeguaychú el 26 de agosto de 1858.
Fray Mocho vivió una existencia agitada en las redacciones de los diarios capitalinos sometidos al hervidero de las pasiones e intrigas políticas. Fue cronista policial, cuando las notas rojas se escribían con celo literario; comisario de Investigaciones y fundador de revistas humorísticas con sentido político. En su narrativa fijó para siempre los sentimientos primitivos y sencillos; y en sus libros, están en germen los personajes y los escenarios que más tarde serán la piedra angular del sainete y el tango: la mujer bondadosa y refunfuñona; el malevo de chambergo requintado, pantalón a la francesa y taquito militar; el verdulero itálico; el marchante turco; la solterona chismosa y engreída; el vigilante enamoradizo de morrión, polainas y pesado machete, que cuando llegaba la ocasión peleaba con una cuchilla que ocultaba entre sus ropas; los boliches de paredes rosadas y nombres de milonga; los patios protegidos por parrales. En una palabra, la ciudad no ejemplar, pero vital y pintoresca. La misma que iba a hacer reír a los del siglo XX en los sainetes de Vacarezza y llorar para adentro en los tangos de Contursi y Delfino.
Como pocos, Fray Mocho será dueño de los trazos literarios que retratarán de manera estricta una época de transformaciones, donde la pueblerina Buenos Aires comienza a darse aires de gran metrópoli. Y lo hará con una escritura que preserva jergas de bajos fondos, lunfardos de arrabales, y todo con ritmo y un humor que permite seguir percibiendo un hablar tan caótico como diverso, de la mano de una expansiva inmigración. De alguna forma, la escritura de Fray Mocho continuará con la magistral literatura de Leopoldo Marechal y de Roberto Arlt.
Y en “Un viaje al país de los matreros”, Fray Mocho hace imágenes con las palabras y describe al detalle cómo son y cómo viven los desheredados, los que necesitan refugiarse del brazo de la ley y de la Justicia. Aquellos que abandonaron los suburbios para internarse en el misterio del monte y transformar sus propios miedos por esa nueva geografía, hasta convertirse en la propia sombra de esos parajes.
Ahí los descubre Fray Mocho, sentados alrededor de una ranchada; atentos al aviso nervioso de los teros, para montar a sus caballos y perderse por rincones desconocidos.
Fray Mocho dijo sus verdades hasta el 23 de agosto de 1903, tres días antes de cumplir los 45 años de edad. Ese día, dejó de existir el periodista sagaz que tuvo la habilidad y el coraje de buscar en la esencia argentina la sustancia de su obra, cuando los otros se ponían en puntas de pie para ver al otro lado del océano.
Algunos hitos sueltos
A continuación, presentamos algunos hitos sueltos de la historia de Gualeguaychú. Se trata de una selección arbitraria, pero íntima y necesaria para la vinculación con su memoria.
Presentados casi como un espejo donde se intenta retratar el ayer, pero también el hoy. Hitos que nos puedan servir para recuperar un rumbo, para que al transitarla con memoria podamos volver a recrear la esperanza… tan necesaria para seguir avanzando.
* En 1873, se crea la Municipalidad. Cándido Irazusta fue su primer intendente. Parece un dato para la estadística. Pero, sin embargo, es una huella fundamental para los que tengan aspiraciones de estadista. Siempre y en toda época, fundar una ciudad era designar un Cabildo, un Ayuntamiento, una Junta de Gobierno, una Comuna, una Intendencia. En definitiva, un gobierno local. Media docena o más de vecinos la componían. No se preguntaba qué título se tenía, ni siquiera si se sabía leer y escribir. Lo importante era la honorabilidad, esa “alfabetización” del espíritu que pocos profesionales pueden ostentar hoy. Y esa organización para gobernar era la autoridad suprema de la ciudad y su jurisdicción. Tenía algo muy importante: la defensa del bien común. Obviamente, eran realidades diferentes a las de la actualidad. Piénsese, por ejemplo, el valor que tendría para aquellos hombres una resma, una simple resma de papel. Si se acababa el papel se terminaba la memoria de la comunidad, los libros donde se asentaban las resoluciones de la comuna, los registros de casamientos, nacimientos y muertes, las suplicantes cartas a alguna autoridad superior: esas cartas llenas de ruegos y demandas, de recomendaciones, de exigencias y peticiones, que llegarían a algún despacho oficial un año después de haber sido escritas y muchas de ellas jamás contestadas.
Pero, contenían el testimonio de un lugar remoto, donde un grupo de hombres marcaron la identidad local. Y en una misteriosa conjugación empezó a surgir en medio de la tonada entrerriana, el acento gualeguaychuense. Que es como decir: allí empezó a individualizarse el país federal.
* En 1887 se iniciaban los tendidos ferroviarios. El ferrocarril será algo más que una empresa, era una clara red que permitía unir pueblos, campo y ciudades. Pero, los tiempos nuevos convertirían a los ferrocarriles en un gran campo de batalla. Un territorio donde la Patria Financiera los remataría (como si la matara dos veces) para beneficios de “esos negocios privados con bienes públicos”.
Hoy, cuando se siguen llevando el pan y nos quieren seguir entreteniendo con el circo. Y en este tema, todos son acreedores de la gran deuda que los gobernantes tienen con su pueblo. ¿Dónde están esos visionarios que decían que con la privatización se pagaba la deuda externa? ¿Dónde están aquellos hombres que se apasionaban diciendo que privatizando el ferrocarril los males se iban a superar? Si la función pública es su último refugio, entonces habría que cambiar la pregunta: Nosotros ¿qué estamos haciendo?
* En 1887, más precisamente el 24 de mayo, nace Juan José Nágera. Las rocas no recomiendan la tierra a quien la labra, pero sí a los que obtienen una cosecha de otro tipo: artistas, poetas, caminantes, estudiantes, arqueólogos, amantes de todos los objetos primitivos que se encuentran a la intemperie de un paisaje, pero también de un espíritu. Nágera fue el hombre que le dio sólido fundamento a la teoría que enseña que con las 200 millas marítimas se ensancha la soberanía nacional.
* En 1898 se funda el Instituto Magnasco, en homenaje a Osvaldo Magnasco. Se hizo a instancia de Luisa Bugnone y Camila Nievas. Su Norte era la “Sociedad por la Patria y el Hogar”. Hoy, se denomina Instituto Magnasco y ostenta una Biblioteca Popular recordando a un hijo adoptivo –pero también propio- de la ciudad: Olegario Víctor Andrade.
* En 1901 el gualeguaychuense José María Sobral se convertirá en el primer argentino en pisar suelo antártico. Sin embargo, hoy se cambia una soberanía por un puesto diplomático. Y el ajuste condena a las bases antárticas en meras barracas donde ya no se investiga y donde pareciera que hay que olvidar a la Patria.
* En 1910 se funda el Hospital Centenario. Y el 7 de marzo se abre la Escuela Normal. La ciudad comienza a tener ese transitar propio de las grandes metrópolis. Las dos primeras letras del abecedario político se cumplen: Salud y Educación para el soberano. Sin embargo, hoy la salud se encuentra colapsada y la educación dejó de ser una prioridad para el gobernante. Pero, a pesar de ello, es justo reconocer la solidaria actitud de aquellos trabajadores de la salud y de la educación, que hoy brindan sus servicios y saberes para que el pueblo siga fortaleciéndose en cuerpo y alma.
* En 1911 nace EL ARGENTINO en defensa del interés general.
* En 1923 comienza a gestarse el Frigorífico Gualeguaychú. Será una marca distintiva en la identidad de Gualeguaychú y también bases y horizonte para su desarrollo. Los inmigrantes atravesaban las calles de la ciudad para ir a cumplir con la faena. Nacen barrios con nombres emblemáticos como Pueblo Nuevo. La mujer es incorporada al mundo del trabajo con igualdad de derechos, cuando todavía no ejercía derechos cívicos.
* En 1927, los herederos de Saturnino Unzué, donan 115 hectáreas y la ciudad sigue creciendo en población y superficie. Las áreas de la recreación se amalgaman a su geografía.
* En 1931 se habilita el puente de hierro sobre el río Gualeguaychú. Y la ciudad extiende su brazo a su pueblo hermano, nacido de la misma placenta: Pueblo General Belgrano.
* En 1933 se abre el camino hacia Buenos Aires por Puerto Constanza. Viajar a la gran metrópolis es una proeza en esos años. En las páginas de los diarios están los nombres de quienes se aventuraban a la gran travesía. Cuando los hombres partían, quedaban en las veredas los pañuelos blancos danzando en el aire y los seres queridos quedaban, entre angustias y rezos, pendientes del regreso. Así, la ciudad dejó un poco su aislamiento y comenzó a experimentar -nuevamente- esa posibilidad de progreso.
* En 1957 se crea la diócesis de Gualeguaychú, siendo monseñor Jorge Chalup su primer obispo. Su sede se encuentra estratégicamente ubicada entre la historia de la Patria y de la Iglesia. La diócesis se une a San José, y la sede del obispo queda entre 25 de Mayo y Urquiza.
* 1959 los estudiantes honran la primavera y el aporte creador de Numa Frutos que los esperó con su colorida carroza conocida como “Amor y Primavera”. Así nace también de la mano de esa gran maestra Blanca Rebagliati, esta proeza de creatividad conocida como Carrozas Estudiantiles y que este año celebró 60 primaveras.
* Un salto en la historia, porque el espacio lo exige. En 1974 se funda el Parque Industrial. El progreso llama nuevamente a la puerta de la ilusión. La ciudad se expande dándole la espalda al río, que le diera nombre. En ese dar la espalda al río, no siempre se tiene en cuenta que se pierde algo de la claridad de sus aguas.
* En 1976 se inaugura el puente internacional Fray Bentos-Puerto Unzué. Fue el 18 de septiembre. Y la ciudad se sigue expandiendo, pero esta vez, uniendo orillas.
* En 1978, como en 1983, ocurre una gran inundación. Más de 300 manzanas están anegadas. Miles de personas deben ser evacuadas. Los inundados se convierten en una identidad tan fuerte, que hasta tienen barrio propio. El barrio de Los Inundados, creado en 1959 con esa también gran inundación las aguas arrasan todo a su paso. Se pierden enseres, pero también noches de ternura. Se pierden sueños y nacen nuevas pesadillas. El agua -que todo lo lava y todo lo perdona-, que estuvo antes que la Tierra, se cobra su tributo por la ofensa del hombre al desafiar a la Madre Naturaleza.
* En 1979 se habilitan las grandes rutas de integración mesopotámica e internacional. Además, se inaugura el complejo ferrovial Brazo Largo-Zárate. Ir a Buenos Aires dejó de ser una proeza. En las páginas sociales de El ARGENTINO dejaron de figurar aquellos intrépidos viajeros y comenzaron a registrarse los nombres de esas vidas anónimas que convirtieron a la Autopista Mesopotámica en la Ruta de la Muerte. Es cierto, el flagelo no sólo son accidentes automovilísticos, sino también “esos cargamentos ilegales”.
* En 1982, el soldado gualeguaychuenses Carlos Mosto y el sargento Raúl Dimotta, sacrifican sus vidas en la guerra del Atlántico Sur, mientras los encumbrados generales nunca pudieron dar una explicación sensata y razonable sobre el oro que la ciudadanía había donado para la gesta de Malvinas, entre otros temas pendientes.
* 1983 es un año emblemático. El país y la ciudad sale de su noche más atroz y negra y se recupera la democracia. Ricardo César Taffarel es consagrado el primer intendente de esta nueva etapa democrática y el espíritu de participación se contagia en todos los rincones y para todos los quehaceres que hacen al espíritu de la ciudad.
* En 1997 se inaugura el Corsódromo. El Carnaval del País es considerado el espectáculo a cielo abierto más grande de la Argentina y uno de los mejores carnavales del mundo junto al de Río de Janeiro, Venecia, Cartagena y tiene también el ritmo de los tambores y las cuerdas de las llamadas uruguayas.
* A principio del siglo XXI, Gualeguaychú se constituye en Asamblea Ciudadana y se opone a la presencia contaminante de las pasteras. Se toma conciencia de que el río Uruguay es un peregrino en medio de un holocausto, generado por el desmonte nativo, las represas, los agrotóxicos, los efluentes letales de las ciudades y las industrias, agravado por las pasteras. Se trata de un gesto y de una gesta que hace temblar a los gobiernos y abraza a los pueblos ribereños. El 30 de abril de 2005, el pueblo protagoniza una gigantesca movilización que torna a este conflicto en permanente y de consecuencias internacionales.
* Luego vendrán otros hitos de similares características. Los dos más recientes: la oposición a la construcción del barrio fluvial Amarras, que llegó hasta la Corte Suprema de Justicia y hace pocas horas, el Superior Tribunal de Justicia ordenó a la empresa Altos de Unzué a desmantelar en 180 días como una forma de restaurar el daño ambiental provocado. Y la lucha contra los agrotóxicos, con una Ordenanza ejemplar de prohibición del Glifosato y una propuesta superadora a través del Plan de Alimentación Sana Segura y Soberana (PASSS).
* Hitos sueltos, tomados al azar. Gualeguaychú, la ciudad que todos merecemos, espera también por nuestra propuesta generacional de construcción. La necesidad del diálogo y también la de honrar las raíces para desplegar las alas. Avanzar como lo hace el río que le da nombre, siguiendo sus propias huellas; como los pueblos avanzan siguiendo su memoria. La de Gualeguaychú es la de Yaguarí Guazú, que se hace una con el aporte de los saberes de los inmigrantes y encuentra en esa pluralidad, su singularidad.