LOCALES
Por el momento no se escucha el clamo de la naturaleza
Por Nahuel Maciel
EL ARGENTINO
Hay un mensaje que se viene formulando de manera persistente a lo largo y ancho del planeta, pero es evidente que las naciones y las corporaciones empresarias no lo están escuchando como corresponde: desde hace muchas décadas el planeta Tierra viene dando aviso que con el clima no se juega y que la situación para mejorar no admite más demoras ni mucho menos admite mezquindad al momento de disponer recursos, esfuerzos y talentos.
En la región de la cuenca del río Uruguay todavía no se ha sabido escuchar esa advertencia, al menos como corresponde. Por si bien es cierto que hay una iniciativa vinculada al cambio climático para los pueblos ribereños, del mismo modo hay que sostener que es un granito de arena en medio de un desierto.
Lamentablemente, los alertas en materia ambiental no son escuchados como corresponde especialmente por los países desarrollados, pero tampoco por los gobiernos locales, provinciales y nacionales en esta parte del mundo.
La salud ambiental no sólo está en grave estado, sino que, gracias al festival de incentivos de políticas para el supuesto desarrollo, no hay demasiadas exigencias al momento de siquiera amortiguar la contaminación, la degradación y mucho menos hay voluntad política para la remediación.
Es un hecho que la salud del ambiente no ha sido el factor determinante para aprobar o rechazar emprendimientos industriales de magnitud. La historia local de Botnia (hoy UPM) es un fiel signo de ese paradigma que sólo privilegia la ganancia por encima de la vida. Pero, tampoco hay que cruzar el río para tener “esos modelos” que no son para nada ejemplares. Lo que ocurre con el barrio fluvial Amarras sobre el río Gualeguaychú es otro claro exponente que ni el Poder Judicial ni el Ejecutivo son incapaces de ejercer su autoridad ni siquiera para hacer cumplir sus decisiones. Y, claro está, el Legislativo ha brillado en su ausencia durante todo este conflicto. Ni siquiera una ley de humedales se ha podido realizar como corresponde. Una vergüenza por donde se lo quiera analizar.
Hay más ejemplos: los desmontes nativos que se realizan para extender la frontera de la soja, es otro “modelo” aterrador que daña la vida a niveles casi irreparables. Las aplicaciones de agrotóxicos, además de rociar con veneno, plastifica la tierra y agrava los contextos de inundaciones como viven actualmente y de manera recurrente los ríos Uruguay y Paraná. Eso no es todo: esa concepción de producción es la que más ha facilitado la degradación y la erosión en una provincia que por el momento no ha podido honrar su nombre: Entre Ríos.
Hay que decirlo claramente, aunque las autoridades se hagan los desentendidos: esta inundación no se debe solamente a las lluvias registradas aguas arriba de la cuenca, sino también al descomunal desmonte. Ahora se comprenderá mejor por qué no hubo una política provincial en materia ambiental en las últimas décadas.
Un rápido listado permitirá comprender mejor por qué a pesar de la modernidad se han generado las peores condiciones para vivir en la región e incluso son la directa amenaza no solo para la flora y fauna sino para la especie humana misma. En ese listado deben inscribirse el recalentamiento climático, ya no se habla de calentamiento porque se ha superado esa etapa, ahora se habla de ebullición. La escasez de agua potable es otro factor desencadenante. La desaparición del monte nativo que, lamentablemente, nunca gobierno alguno pudo siquiera esbozar lineamientos concretos. Cuando mucho, han hablado –sin darles vergüenza- de “presupuestos mínimos” que ni siquiera los gobiernos tuvieron voluntad política para controlar o mensurar. El desmonte es otra de las causas directas que genera la amenaza –a veces concretada- de extinción diaria de múltiples especies. Ni qué hablar del uso extensivo de los agrotóxicos, que todavía hoy tampoco se han podido elaborar normas de acuerdo a las graves advertencias que viene pronunciando la ciencia.
Hay más “modelos” que no son para nada ejemplares. La matriz energética sigue siendo nociva y agravada porque se sabe desde hace muchas décadas que existen otras tecnologías mucho más limpias, entre otras variables.
Todos estos elementos –entre muchos otros más- son los que generan las peores condiciones para vivir en la región e incluso representan una amenaza constante para la manifestación de la vida en sus múltiples formas y hábitat.
El Papa Francisco ha señalado hace mucho que hay una directa relación entre el daño ambiental y la generación de pobreza. Que son las poblaciones más vulnerables las primeras víctimas.
Por otro lado, es necesario tomar consciencia de la magnitud de cambios que se están produciendo en estas últimas décadas, en todo el mundo. Uno de esos cambios vinculados con la degradación constante del ambiente está estrechamente vinculados con el esquema de consumo y una producción que ya se sabe que no es viable.
El lector de EL ARGENTINO –con razón- podrá argumentar que también se habla de desarrollo sustentable y sostenido. Son conceptos que en estas páginas siempre se han privilegiado. Nadie debería asombrarse, porque debería ser un valor innegociable el poder garantizar a las generaciones futuras la posibilidad que hereden un ambiente cuya calidad sea al menos igual al que recibieron las generaciones anteriores. Por eso, hay que señalar y seguir advirtiendo que ese anhelo por el momento no se puede cumplir.
El desarrollo sustentable y sostenido al menos debería consolidarse en tres principios: el de precaución (que favorece una aproximación preventiva antes que reparadora); de solidaridad entre las generaciones actuales y futuras y entre todas las poblaciones del mundo; y de participación del conjunto de los actores sociales en los mecanismos de decisión. ¿Qué emprendimiento conoce el lector que cumple de manera simultánea y satisfactoria con esos tres principios?
Como se apuntó al inicio de este artículo: el planeta está dando señales de que ya no soporta más este estilo de vida de consumo y producción. Pero, que la imagen de planeta no nos quede como un territorio lejano; sino que se trata de nuestra propia casa.
Naciones Unidas viene señalando –sin ser escuchado como corresponde- una hoja de ruta elemental, básica pero muy oportuna: establecer un programa integral a favor de las energías renovables, pero al mismo tiempo adoptar compromisos a favor del acceso al agua y su saneamiento por ser un bien común de la humanidad; proteger al monte nativo, establecer y hacer cumplir un marco jurídico que instituya la responsabilidad ecológica de las empresas y reafirme el principio de precaución y no solamente el de reparación; y establecer protecciones efectivas a los ecosistemas y a la biodiversidad. El delito ambiental tiene penas irrisorias, comparado al daño –a veces irreparable- que se realiza.
La naturaleza está enviando a los seres humanos inequívocos mensajes. ¿Habrá capacidad de escucha, de reflexión y de actuar de manera consecuente? La respuesta nadie puede asegurarla y eso también refleja la degradación social, cultural y política que se vive y padece.