Un barrio olvidado, y un comedor que se resiste al abandono
Todos los jueves, Ester y ocho voluntarios cocinan en una gran olla calentada a leña, 200 porciones de comida para las familias del barrio “Los Espinillos”.
Ester una mujer mayor, de mediana estatura y un corazón muy grande, hace de su casa un comedor. Allí, en el frente de su vivienda, y bajo un techo de chapa, en una especie de galería, comienza a cortar verduras a partir de las dos de la tarde de cada jueves.
A medida que van pasando los minutos, más gente comienza a llegar, y más manos se suman a ese ritual de amor llamado cocinar. Dicen que una de las formas más efectivas de demostrar afecto es a través de la cocina, y la mayoría estará de acuerdo en que efectivamente es así, pero dejando de lado el romanticismo, también es la forma en la que se cubre una de las mayores necesidades que tiene el ser humano: comer.
“Yo cocino entre 200 y 205 porciones de comida por jueves, doy una porción para cada miembro de la familia que viene. Este merendero está desde antes de la pandemia”, relata Ester.
Durante la cuarentena, el comedor redobló su trabajo para intentar ayudar a todas las familias del barrio, las cuales se incrementan cada vez más a medida que transcurre el tiempo.
“Cuando yo vine a vivir acá, había 48 familias, eso fue un año y medio antes de la pandemia. Y ahora hay más de 120, se llenó toda la parte de allá adelante y esta parte que no había nadie”, señala la mujer.
Según cuenta Ester, la pandemia fue un disparador para que aumentara el número de personas que decidieron mudarse a “Los Espinillos”, pero que después la situación económica no mejoró y comenzó a llegar gente que antes estaba alquilando y no pudo seguir haciéndolo.
“Así mismo crece la gente que viene a buscar la comida, los jueves casi siempre se nos suman uno, dos o tres, siempre vamos sumando. La necesidad de la gente es constante y diaria”.
La forma en que Ester y otros voluntarios llevan a cabo la olla popular de cada semana es gracias al aporte que les brinda el MTL, la tarjeta nutrir que les permite comprar verduras orgánicas en el mercado municipal, que funciona en el predio del Ex Frigorífico, y la ayuda de particulares. Además, cada tanto realizan ferias de ropa para recaudar dinero para la carne, que es lo que más les cuesta comprar.
La mayoría de las familias que se encuentran en el lugar son jóvenes y tienen niños. El barrio no tiene luminaria y de noche es una verdadera “boca de lobos”.
“La luz que tenemos es muy precaria porque no es una buena luz, tenemos solamente un cable que trae el positivo, y el negativo lo tenemos con jabalina enterrada en la tierra, que le echamos agua y eso le da fuerza para que haya luz. Es peligroso, pero es el único medio que tenemos para tener luz. Y la luz la traemos del galpón de Sudamérica, que está a 800 metros”.
“Nos dijeron que a medida que se vaya urbanizando van a ir llegando los servicios”, informa Ester.
Por otro lado, todos los martes de 16:00 a 17:30 la galería de Ester experimenta una metamorfosis y se convierte en un espacio donde tres maestras voluntarias dan clases de apoyo a 15 chicos del barrio.
“Yo les acomodo acá afuera, les cuelgo una pizarra, y les armé una biblioteca con útiles, que hice con un proyecto el año pasado para apoyo escolar, entonces recibimos libros de cuentos, juegos didácticos, lápices de colores y fibras para los chicos”.
Mientras los niños estudian y consultan sus dudas con las comprometidas docentes, Ester les prepara la merienda. Cuenta que hace unas semanas recibió una gran donación de budines y que estaba “chocha”, porque podía darle a los chicos para que se llevaran a sus casas. Dice que lo complicado siempre es conseguir que les donen pan.
Con un dejo de tristeza en la voz, Ester expresa que siente que “Los Espinillos” es un barrio olvidado de la ciudad. “A una la hace sentir mal, a mí me parte el alma ver en qué situación se están criando los chicos acá en este barrio, porque ellos crecen así y después su propia vida sigue la misma cadena de como ellos vivieron, y eso me entristece muchísimo”.
Cuando llueve, el barrio se vuelve inaccesible, e intransitable, es imposible que pueda entrar alguna ambulancia de emergencia o que los chicos puedan ir al colegio.
Sin embargo, Ester guarda la esperanza de que más gente, incluido los políticos, se interesen por el barrio y concurran a brindar una mano.
“Acá se necesitan muchas cosas, en el caso del merendero me faltan alimentos, pero lo que más quisiera es tener un espacio como para poder ayudar más a los chicos, un espacio más grande, porque cuando viene el frío ellos están acá, a la intemperie, está todo abierto. Pero es lo único que les puedo ofrecer”.
Quienes quieran colaborar con el merendero “Los Espinillos” puede acercarse al lugar con ropa, frazadas, libros, material escolar para las clases de apoyo y comestibles. “Todo lo que puedan acercar es bienvenido”, concluye Ester que en ningún momento dejó de pelar zanahorias para la comida de esa noche.