CULTURALES
Va de libros: El arte de pactar
Desde su llegada al gobierno el Presidente Javier Milei ha insistido en que “no negociará nada”. Aunque el día a día en el Congreso va dando cuenta de que hubo y habrá mucha rosca (negociación), la idea del presidente remite a defender una pureza de las ideas que contradice la esencia de la política. Una mirada a las bases del bienestar en Europa lo ilustra bien. Esa mirada es la que aporta El arte de pactar (Catarata 2023), la obra de Marga León.
Por Yanina Welp (Albert Hirschman Centre on Democracy)
Los treinta gloriosos años del Estado del Bienestar, que van desde el final de la segunda guerra mundial hasta principios de la década del setenta, fueron el período más igualitarista de la historia del continente. ¿Cómo ocurrió? León señala que fue el resultado de la extraordinaria conjunción de un proyecto de consolidación democrática y participación política “que tenía como pieza de engranaje fundamental unas políticas sociales de corte universal destinadas a garantizar unos ciertos niveles de cohesión social gracias a mecanismos inéditos de redistribución de la riqueza y de control keynesiano de la economía” (p30).
Las características de aquella “extraordinaria conjunción” estuvieron condicionadas por los actores que la impulsaron. En Alemania la Democracia Cristiana tuvo un rol clave anclando el sistema en una protección basada en “el hombre proveedor” (el varón que sale al mercado laboral mientras la mujer se ocupa del hogar y los hijos), que derivó en un sistema de protección social de base conservadora. En los países nórdicos se produjo una confluencia entre la clase trabajadora urbana y la rural que junto a la ausencia o debilidad de fuerzas contrarias a esa alianza derivó en un sistema nacional de educación pública y universal que sigue presentando los niveles de gasto público y calidad más elevados del mundo. En el sur de Europa y especialmente en España, dice León que “la penetración del conflicto religioso en la división izquierda-derecha hizo inviable cualquier caolición entre una clase rural, religiosa y conservadora y una clase trabajadora, eminemente urbana, movilizada y progresista” (p. 34).
las cosas comenzaron a cambiar en la década del setenta, cuando empieza a avanzar en Occidente un discurso contrario al Estado de Bienestar y critico de un estado sobredimensionado y disfuncional. León reconoce la presencia de estructuras burocráticas despersonalizadas, inflexibles y con enormes problemas para innovar y adaptarse a los nuevos tiempos, pero muestra que la privatización no trajo mayor eficiencia mientras sí incrementó la desigualdad. O sea, señalar que el Estado debe ser reformado no debe conducir a asumir acriticamente que externalizar sus funciones mejorará las prestaciones.
He aquí una clave fundamental: “revertir situaciones de injusticia social sólo es posible cuando quienes se encuentran en la parte desaventajada de la ecuación se convierten en fuerza política con capacidad para movilizarse y articular demandas” (p. 45) Y también: “si las preferencias de la ‘izquierda privilegiada’ poseen más influencia política que las preferencias de la izquierda obrera, las élites tendrán un mayor incentivo para mantener el sesgo social de políticas y servicios aparentemente igualitarios y universales pero que en la práctica benefician a unos más y a otros menos” (p.46). Trasladar la reflexión sobre las realidades latinoamericanas requeriría de poner un ojo también en las prácticas clientelares que han organizado la participación política, entre otros aspectos.
La segunda parte del libro se ocupa del modelo de Estado de Bienestar español. El libro repasa los pactos en torno a las políticas que concitaban mayor acuerdo (pesiones, por ejemplo) y repasa los virajes de políticas en las áreas que históricamente han concitado menor acuerdo (como educación). La cuestión territorial interviene generando un modelo híbrido o de vía media en que “el dinero fluye del nivel estatal al autonómico y de este al local en época de bonanza. El grifo se cierra con relativa facilidad en momentos de escasez” (p 3).
Tres reflexiones cierran El arte de pactar, invitando al replanteo de estrategias y discursos. En primer lugar, el léxico de la emergencia no se lleva bien con la necesidad de pensar soluciones transversales y de mediano y largo plazo. Segundo, el marco de emergencia permite identificar unos riesgos, pero a costa de otros. Y la forma en que proliferan – ciberseguridad, terrorismo, armas nucleares – suele partir de la exogeneidad de la amenaza, “por tanto una propuesta de intervenciones orientadas a neutralizar este peligroso enemigo común” (p.123) suele contar con apoyo de la opinión pública y consenso de las fuerzas políticas, pero en el camino quedan otras prioridades que no entran en este marco y podrían tener consecuencias de igual o mayor calado. Finalmente, este marco de emergencia y seguridad nacional conlleva el riesgo de erosionar principios y formas de gobernanza democráticas. Por eso la autora invita a la acción política y a “a practicar el extraño arte de pactar”.