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Un diagnóstico preocupante
Todos reconocemos que la pandemia provocó una crisis económica de grandes proporciones.
Cuando el médico nos encomienda realizarnos estudios, estamos pendientes de los informes. Incluso, si tienen cierta complejidad, la ansiedad y preocupación son crecientes. Una vez conocidos los resultados viene el tiempo del tratamiento a realizar, que será más prolongado y complejo según la gravedad de la situación.
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano (*)
Hace unos cuantos años que venimos señalando que vivimos en una sociedad enferma, aun antes de la pandemia del Covid 19. Enferma de violencia, de inseguridad, de avaricia, de adicciones...
Esta semana nos entregaron un estudio que nos muestra la gravedad de la situación social a nivel global. La publicación la realizó OXFAM, una organización mundial que está conformada por distintas instancias en varios países. El título del informe es tan elocuente como preocupante: “Las desigualdades matan”. Te invito a buscarlo en internet (https://www.oxfam.org/es/informes/las-desigualdades-matan) y leerlo detenidamente. En este artículo solamente voy a recoger unos pocos datos allí consignados.
Todos reconocemos que la pandemia provocó una crisis económica de grandes proporciones. En América Latina implicó un retroceso cercano al 10% en promedio en la calidad de vida de la población. Este retroceso significó para unos postergar un viaje, una mudanza, un arreglo en la casa. Para muchos implicó caer bajo la línea de la pobreza y necesitar asistencia alimentaria; deterioro de la salud; involución en el proceso educativo. Una desventaja que se agudiza.
La pandemia incrementó la pobreza en el 99% de la población mundial. Sin embargo no faltaron quienes se enriquecieron cuantiosa y escandalosamente: ¡las 10 personas más ricas del mundo duplicaron su riqueza! Sí, leíste muy bien: la multiplicaron por dos.
Para algunos inescrupulosos lo que es un desastre global económico, afectivo, laboral, sanitario, educativo, es oportunidad de hacer negocios y fortalecer la avaricia insaciable. Aparecieron unos “milmillonarios” que acapararon fortunas.
Es cierto que han crecido iniciativas solidarias en varios frentes. Pero los poderes económicos no cesan de acaparar en su voracidad para crecer sea como sea.
La pobreza extrema se explica con su contraparte: la riqueza extrema. No se entiende una sin la otra.
Los más empobrecidos han sido obligados a migrar en búsqueda de mejores condiciones laborales, exponiéndose a ser secuestrados cayendo en las redes de la Trata de Personas para la prostitución, el trabajo esclavo, el tráfico de órganos.
La inequidad también se plasmó en la imposibilidad de acceso a las vacunas y el cuidado de la salud en varios lugares del mundo.
La cuestión es que el informe de OXFAM señala que en el planeta muere una persona cada cuatro segundos a causa de la desigualdad y la pobreza.
La pandemia puso en evidencia inobjetable una situación de inequidad preexistente. Es un proceso que lleva décadas. Desde 1995 el 1% más rico del mundo acaparó 20 veces más riqueza que la mitad más pobre de la humanidad. Con estas cifras asistimos a una fractura en la sociedad de difícil solución.
“Las desigualdades matan.”
Es cierto.
(*) Monseñor Jorge Eduardo Lozano es arzobispo de San Juan de Cuyo (Argentina) y secretario general del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM).