Abuenar la sociedad
El mensaje tiene ya más de dos mil años y nunca dejó de repetirse desde entonces: benditos los que trabajan por la paz porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Y la paz no es un pregón sólo de los católicos sino de los judíos, mahometanos y, en suma, de todas las religiones, con mayor razón las cristianas, que desde siempre entendieron que mientras los ojos no cesen con las guerras, reyertas, odios y enconos, la fraternidad ?el ser hermanos todos con todos- se mantendrá en el nivel de la utopía.
La Nochebuena, y por ende la Navidad, es desde hace dos mil años el sacro camino para llegar a la paz en el mundo. Quien dijo ?yo soy el Camino, la Verdad y la Vida? sabía lo que decía. Lástima grande que muchos hombres se obstinan en no escucharlo y no en entenderlo.
La paz es el mayor bien al alcance del hombre para hacerlo plenamente feliz. Sin ella, los pueblos seguirán enfrentados y se escucharán voces que en vez de convocar a la fraternidad esta noche rebuznarán a favor de la discordia mutua y en lugar de tender puentes para pacificar los seguirán utilizando para provocar la desunión humana, para atizar un odio que, aunque digan lo contrario, anida en lo más profundo de sus almas disfrazados de pacifistas.
Jamás el mundo vivió reconciliado mientras los hombres no se abuenaron entre sí, en tanto cuanto no se dieron la mano y se abrazaron al borde del camino para sellar la amistad indestructible.
No se puede hablar de paz si en medio de los pueblos y de los hombres no impera el amor. Si esto no se vive, no se hace carne en nosotros, podríamos hoy desperdiciar una nuevo Nochebuena donde la única pancarta tolerable es que diga NO AL ODIO, SI AL AMOR. Lo demás, será hipocresía pura: EL UNICO PESEBRE capaz de exterminar con los cortes y el distanciamiento humano en el corazón es aquel donde nazca el Niño Dios.
Sin desarme interior el canto noche de paz carecerá de todo sentido porque sin AMOR NO HAY NOCHEBUENA.
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