Ciudad turística, ciudad cordial
Entre Ríos vive –como desde hace cinco años- el auge del turismo casi de masas, especialmente en la Costa del Río Uruguay.
Este año, más allá de las lluvias y la crecida de los ríos, se estima que no será diferente.
Esta oportunidad debe ser aprovechada más allá de las fotografías y filmaciones que captan un paisaje único y bello, o de las cosas previstas en guías y folletos. No se trata tampoco de quedarse ensimismados con las bondades y cualidades de un espectáculo impar como es el Carnaval del País. Se trata de darse cuenta de la importancia de la hospitalidad, y la capacidad de dar respuestas al otro.
Después de todo, el turista está en la ciudad aunque no es de la ciudad.
Es un individuo -como bien lo señaló en 1908 el filósofo alemán Georg Simmel- “que reúne en sí la unidad de la distancia y la proximidad”.
En cualquier tiempo y lugar, los humanos se han caracterizado por sus ansias de viajar y conocer otras tierras. Por eso es crucial recuperar el concepto de hospitalidad, que es por definición necesariamente gratuita y sin exigencia de reciprocidad.
No hay que confundir al turista con un simple viajero. Por ejemplo, no es lo mismo un turista que un peregrino, que el estudiante en busca de iniciación, que el comerciante ambulante, e incluso que el vagabundo; aunque todos de uno y otro modo van dejando las huellas de su paso.
El turista consume paisaje, arquitectura, cultura, sol, playa, etcétera. Se desplaza porque tiene capacidad de renta.
La relación precios y calidad del servicio que recibe es esencial para que la temporada sea un éxito. En el caso de Gualeguaychú y de toda Entre Ríos, el turista sabe que está en una ciudad y no en un mero decorado preparado para la temporada. Por eso es esencial la capacidad de ser anfitriones, de ejercer la cultura de la hospitalidad. El turista podrá estar más o menos satisfecho con lo que consume, con lo que ve y participa, pero en donde será decisivo es cuando sienta que fue bien atendido, “como en casa”.
En Gualeguaychú existe un proverbio que siempre es bueno recordarlo porque no siempre se aplica: “Hay que vivir del turismo, no del turista”.
Esto no sólo está vinculado con la relación precios-calidad de los servicios, que tiene que tener su equilibrio, sino esencialmente de una atención esmerada, respetuosa, porque ese “extraño”, el turista, genera una riqueza que redunda en importantes beneficios colectivos.
Se ha dicho hasta el hartazgo que las riquezas que genera el turismo son democráticas, porque se comparten entre los distintos operadores del rubro.
La cordialidad no es una materia prima que se obtiene en algún mercado. Eso es imposible. Muchos operadores tienen sus clientes de años. Regresan porque fueron tratados bien y no sintieron que hubo aprovechamiento en los precios. Esos son los principales motivos. No hay motivos para dejar de ser cordiales, siempre y en todo lugar, con o sin turismo. Por eso una ciudad cordial se asegura el futuro, mucho más que cualquier emprendimiento económico.
Esta oportunidad debe ser aprovechada más allá de las fotografías y filmaciones que captan un paisaje único y bello, o de las cosas previstas en guías y folletos. No se trata tampoco de quedarse ensimismados con las bondades y cualidades de un espectáculo impar como es el Carnaval del País. Se trata de darse cuenta de la importancia de la hospitalidad, y la capacidad de dar respuestas al otro.
Después de todo, el turista está en la ciudad aunque no es de la ciudad.
Es un individuo -como bien lo señaló en 1908 el filósofo alemán Georg Simmel- “que reúne en sí la unidad de la distancia y la proximidad”.
En cualquier tiempo y lugar, los humanos se han caracterizado por sus ansias de viajar y conocer otras tierras. Por eso es crucial recuperar el concepto de hospitalidad, que es por definición necesariamente gratuita y sin exigencia de reciprocidad.
No hay que confundir al turista con un simple viajero. Por ejemplo, no es lo mismo un turista que un peregrino, que el estudiante en busca de iniciación, que el comerciante ambulante, e incluso que el vagabundo; aunque todos de uno y otro modo van dejando las huellas de su paso.
El turista consume paisaje, arquitectura, cultura, sol, playa, etcétera. Se desplaza porque tiene capacidad de renta.
La relación precios y calidad del servicio que recibe es esencial para que la temporada sea un éxito. En el caso de Gualeguaychú y de toda Entre Ríos, el turista sabe que está en una ciudad y no en un mero decorado preparado para la temporada. Por eso es esencial la capacidad de ser anfitriones, de ejercer la cultura de la hospitalidad. El turista podrá estar más o menos satisfecho con lo que consume, con lo que ve y participa, pero en donde será decisivo es cuando sienta que fue bien atendido, “como en casa”.
En Gualeguaychú existe un proverbio que siempre es bueno recordarlo porque no siempre se aplica: “Hay que vivir del turismo, no del turista”.
Esto no sólo está vinculado con la relación precios-calidad de los servicios, que tiene que tener su equilibrio, sino esencialmente de una atención esmerada, respetuosa, porque ese “extraño”, el turista, genera una riqueza que redunda en importantes beneficios colectivos.
Se ha dicho hasta el hartazgo que las riquezas que genera el turismo son democráticas, porque se comparten entre los distintos operadores del rubro.
La cordialidad no es una materia prima que se obtiene en algún mercado. Eso es imposible. Muchos operadores tienen sus clientes de años. Regresan porque fueron tratados bien y no sintieron que hubo aprovechamiento en los precios. Esos son los principales motivos. No hay motivos para dejar de ser cordiales, siempre y en todo lugar, con o sin turismo. Por eso una ciudad cordial se asegura el futuro, mucho más que cualquier emprendimiento económico.
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