El aborto vuelve al Congreso
Cada tanto aparece un proyecto que reflota la necesidad de contar con una ley a favor del aborto. El actual período legislativo no ha sido la excepción y hay varias iniciativas en ese sentido que deberá analizar en primer lugar la Comisión de Legislación Penal.
Incluso legisladores que integran otras Comisiones, como la de Familia, Niñez y Adolescencia también han adelantado estar a favor de la interrupción del embarazo, con diferentes argumentos y circunstancias.
Por otra parte, los obispos argentinos –como otros pastores- condenan el aborto y exhortan a respetar la vida humana desde el momento mismo de la concepción.
Los distintos bloques, sin excepción, tienen proyectos que promueven el aborto y de la misma forma, están integrados por legisladores que también se oponen.
La Presidenta Cristina Fernández de Kirchner ya adelantó su opinión en contra del aborto.
No es un tema menor y genera siempre en el seno de la sociedad un debate que es necesario darlo. En rigor, siempre hay que abordar este tema en la necesidad de encontrar las raíces más fecundas de la cultura de la vida y así oponerse a la cultura de la muerte. Es esencial que los legisladores, sean creyentes o no, comprendan que el desafío de la contemporaneidad implica colaborar para que no se pierda, como sociedad, el sentido de la persona humana, de su dignidad y de su vida.
A través de esta columna, como ha sido tradición en EL ARGENTINO, se expresa el más enérgico rechazo al aborto e incluso a la pena de muerte. La vida humana debe ser siempre y en todo lugar, protegida y favorecida desde su misma concepción.
Algunos proyectos legislativos admiten el aborto en caso de violación. Nadie puede ignorar las dificultades que eventualmente puede tener un embarazo como consecuencia de una violación. Pero, se insiste, no hay razón que pueda dar el derecho para disponer de la vida de un ser que además de ser inocente está indefenso.
Es oportuno recordar el discurso que ofreció el Papa Pío XII a los participantes del Congreso de la Unión Católica Italiana de Obstetricia. Allí enseñó: “Ningún hombre, ninguna autoridad humana, ninguna ciencia, ninguna 'indicación médica', eugenésica, social, económica, moral, puede exhibir o dar título jurídico válido a una disposición deliberada directa sobre la vida humana inocente, es decir, a una disposición que persiga su destrucción, sea como fin o como medio para obtener otro fin que tal vez no sea en sí mismo absolutamente ilícito. Así, por ejemplo, salvar la vida de la madre es un fin muy noble; pero la muerte del no nacido directamente provocada, como medio para este fin, no es lícita. La destrucción directa de la llamada 'vida sin valor', nacida o por nacer, practicada en gran número en los últimos años, no se puede justificar de modo alguno”.
El debate que se dispone dar en el Congreso en rigor presenta una disyuntiva que no es menor: por un lado se encuentra el poder devastador de la muerte y por el otro la cultura de la vida. Tiene que prevalecer la vida, no hay otro destino como interés general e individual de una población.
Por otra parte, los obispos argentinos –como otros pastores- condenan el aborto y exhortan a respetar la vida humana desde el momento mismo de la concepción.
Los distintos bloques, sin excepción, tienen proyectos que promueven el aborto y de la misma forma, están integrados por legisladores que también se oponen.
La Presidenta Cristina Fernández de Kirchner ya adelantó su opinión en contra del aborto.
No es un tema menor y genera siempre en el seno de la sociedad un debate que es necesario darlo. En rigor, siempre hay que abordar este tema en la necesidad de encontrar las raíces más fecundas de la cultura de la vida y así oponerse a la cultura de la muerte. Es esencial que los legisladores, sean creyentes o no, comprendan que el desafío de la contemporaneidad implica colaborar para que no se pierda, como sociedad, el sentido de la persona humana, de su dignidad y de su vida.
A través de esta columna, como ha sido tradición en EL ARGENTINO, se expresa el más enérgico rechazo al aborto e incluso a la pena de muerte. La vida humana debe ser siempre y en todo lugar, protegida y favorecida desde su misma concepción.
Algunos proyectos legislativos admiten el aborto en caso de violación. Nadie puede ignorar las dificultades que eventualmente puede tener un embarazo como consecuencia de una violación. Pero, se insiste, no hay razón que pueda dar el derecho para disponer de la vida de un ser que además de ser inocente está indefenso.
Es oportuno recordar el discurso que ofreció el Papa Pío XII a los participantes del Congreso de la Unión Católica Italiana de Obstetricia. Allí enseñó: “Ningún hombre, ninguna autoridad humana, ninguna ciencia, ninguna 'indicación médica', eugenésica, social, económica, moral, puede exhibir o dar título jurídico válido a una disposición deliberada directa sobre la vida humana inocente, es decir, a una disposición que persiga su destrucción, sea como fin o como medio para obtener otro fin que tal vez no sea en sí mismo absolutamente ilícito. Así, por ejemplo, salvar la vida de la madre es un fin muy noble; pero la muerte del no nacido directamente provocada, como medio para este fin, no es lícita. La destrucción directa de la llamada 'vida sin valor', nacida o por nacer, practicada en gran número en los últimos años, no se puede justificar de modo alguno”.
El debate que se dispone dar en el Congreso en rigor presenta una disyuntiva que no es menor: por un lado se encuentra el poder devastador de la muerte y por el otro la cultura de la vida. Tiene que prevalecer la vida, no hay otro destino como interés general e individual de una población.
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