El desafío presente para el desarrollo
Si algo caracteriza a la época actual es el alto desarrollo tecnológico, pero paradójicamente su gran deshumanización. Tecnología y humanización deberían ir más de la mano en defensa del interés general.
Se estima que el empobrecimiento de la biodiversidad constituye uno de los aspectos más preocupantes de la crisis ecológica mundial. Y hay que admitir que es positivo que en materia de la producción industrial agropecuaria, la tecnología permite producir más y a menores costos. Ahora bien, falta que esa concepción tenga al hombre como el centro de sus actividades.
Entre 50 y 300 especies vegetales y animales se extinguen cada día, y la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) afirma en su “lista roja” que a escala mundial el once por ciento de las aves, el veinte por ciento de los reptiles, el 25 por ciento de los anfibios, el cinco por ciento de los mamíferos y el 34 por ciento de los peces están en peligro de desaparición. ¿Y la tecnología? Por el momento no colabora con la misma aceleración para fortalecer la biodiversidad sino para debilitarla. Y esto se debe, hay que retirarlo, porque para los sistemas de producción el hombre es un ser residual, cuando debería ser el centro de sus objetivos.
En 1985, Walter G. Rosen creó el concepto de biodiversidad aplicado al conjunto constituido por tres diversidades: la genética (de los genes dentro de una especie), la específica de las especies y la ecológica, además de las interacciones existentes entre las tres. Esta noción permitió abordar el tema superando el campo de las Ciencias Naturales, e incluyendo a todas las Ciencias que vinculan al hombre con su entorno.
Muchos teóricos ya perciben a las biotecnologías como la segunda gran revolución industrial de la historia de la humanidad y que se sustenta en el poderoso complejo científico, tecnológico y económico que provoca el avance en la genética y la cibernética.
Por eso se comienza a denominar al siglo XXI como “el siglo de las biotecnologías”, dado que en esta centuria se potenciará a límites inimaginables la capacidad de alterar la flora y la fauna.
Las biotecnologías ya están presentes en los sistemas agroalimentarios y en la salud; y tienen una directa influencia en todas las ramas de las actividades agropecuarias y a través de la química en la industria farmacéutica. Algunos también observan esta presencia en el desarrollo de nuevas armas de destrucción masiva, pero este sería otro tema.
La genética, la biología y la cibernética son como la caja de Pandora y la humanidad ya la ha abierto. Ahora deberá definir qué hará con los contenidos que de esa caja vayan surgiendo. En esta nueva era, ¿a quién se le confiará la autoridad de decidir cuáles son los genes buenos que hay que añadir al acervo génico y cuáles los malos que deben eliminarse? ¿Será el gobierno? ¿Serán las empresas multinacionales que no tienen límites ni gobiernos? Bill Gates afirmó, desafiante: “El problema es cómo hacerlo, no si lo haremos”. ¿Se podrán definir nuevas aplicaciones en defensa del interés general? Ese es el desafío.
Entre 50 y 300 especies vegetales y animales se extinguen cada día, y la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) afirma en su “lista roja” que a escala mundial el once por ciento de las aves, el veinte por ciento de los reptiles, el 25 por ciento de los anfibios, el cinco por ciento de los mamíferos y el 34 por ciento de los peces están en peligro de desaparición. ¿Y la tecnología? Por el momento no colabora con la misma aceleración para fortalecer la biodiversidad sino para debilitarla. Y esto se debe, hay que retirarlo, porque para los sistemas de producción el hombre es un ser residual, cuando debería ser el centro de sus objetivos.
En 1985, Walter G. Rosen creó el concepto de biodiversidad aplicado al conjunto constituido por tres diversidades: la genética (de los genes dentro de una especie), la específica de las especies y la ecológica, además de las interacciones existentes entre las tres. Esta noción permitió abordar el tema superando el campo de las Ciencias Naturales, e incluyendo a todas las Ciencias que vinculan al hombre con su entorno.
Muchos teóricos ya perciben a las biotecnologías como la segunda gran revolución industrial de la historia de la humanidad y que se sustenta en el poderoso complejo científico, tecnológico y económico que provoca el avance en la genética y la cibernética.
Por eso se comienza a denominar al siglo XXI como “el siglo de las biotecnologías”, dado que en esta centuria se potenciará a límites inimaginables la capacidad de alterar la flora y la fauna.
Las biotecnologías ya están presentes en los sistemas agroalimentarios y en la salud; y tienen una directa influencia en todas las ramas de las actividades agropecuarias y a través de la química en la industria farmacéutica. Algunos también observan esta presencia en el desarrollo de nuevas armas de destrucción masiva, pero este sería otro tema.
La genética, la biología y la cibernética son como la caja de Pandora y la humanidad ya la ha abierto. Ahora deberá definir qué hará con los contenidos que de esa caja vayan surgiendo. En esta nueva era, ¿a quién se le confiará la autoridad de decidir cuáles son los genes buenos que hay que añadir al acervo génico y cuáles los malos que deben eliminarse? ¿Será el gobierno? ¿Serán las empresas multinacionales que no tienen límites ni gobiernos? Bill Gates afirmó, desafiante: “El problema es cómo hacerlo, no si lo haremos”. ¿Se podrán definir nuevas aplicaciones en defensa del interés general? Ese es el desafío.
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