Ilusiones
“Tiempos modernos” es el título de una película que se conoció a mediados de la década del ´30 del siglo pasado y que fue dirigida, escrita y protagonizada por el genial Charles Chaplin.
La película es “leída” como un retrato de las condiciones desesperadas de un obrero que debe que soportar las exigencias de la industrialización y la producción en cadena, hasta el punto que lo despersonaliza.
En la época actual, tiempos modernos bien puede describir la confluencia de las telecomunciaciones con las redes informáticas, que modifica de manera intensa el mundo social. Esta tecnología no reduce las distancias personales directas, pero sí somete a los “navegantes” a la falacia de conciliar rapidez y calidad.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que las redes son –en teoría- sistemas de colaboración y no de exclusión. En este plano, la información -que se empobrece con el monopolio y la unidireccionalidad- es potencialmente un instrumento que torna frágil a cualquier poder. Está probado en el mundo entero, más allá de las culturas y las sociedades, el poder convocante y movilizador que puede desencadenar, por ejemplo, las redes sociales.
Pareciera que internet, ordenador portátil y teléfono móvil, fueran la perfecta combinación de una persona que se aprecia conectada con su tiempo moderno.
Esa convergencia inédita entre las telecomunicaciones y las redes informáticas permite intercambiar informaciones, compartir saberes, comunicarse de un punto al otro del planeta o simplemente de ordenador a ordenador... Se trata de una revolución que está cambiando las relaciones entre los individuos y altera casi por completo el modo de producción del valor y de los beneficios.
Está claro que internet no inventó el fenómeno de la urgencia, pero es evidente que potencia esa necesidad por lo “ya” y el “ahora”. Pero el interrogante a resolver sigue siendo el mismo desde el fondo de la historia: ¿Procesar más información implica saber más (en el sentido clásico y tradicional)? La respuesta claramente es no.
Es evidente que el mundo de hoy requiere para asimilarlo competencias polivalentes. Por ejemplo, las empresas de servicios tienen múltiples vínculos para comunicarse con sus usuarios y/o clientes. ¿Pero qué tan efectivos son estas comunicaciones? Una paradoja: las empresas de comunicación –especialmente las telefonías fijas y móviles- hacen lo imposible para que su usuario y/o cliente no pueda interactuar con la empresa que le ofrece los servicios. Quien haya realizado un trámite teniendo a una “máquina” por interlocutor, sabrá de estas penurias de la incomunicación.
En la era de internet las propias empresas que brindan estos servicios parecieran ser expertas en eso de hacerle perder tiempo al usuario. ¿Para qué les sirve la tecnología a esas empresas? Esta contradicción debe ser resuelta por el Estado, a través de los entes reguladores.
Las empresas que se vanaglorian de eficientes, son deficientes porque no establecen vínculos directos para resolver los problemas que sus propias tecnologías generan. ¿Qué venden entonces? La más de las veces… ilusiones.
En la época actual, tiempos modernos bien puede describir la confluencia de las telecomunciaciones con las redes informáticas, que modifica de manera intensa el mundo social. Esta tecnología no reduce las distancias personales directas, pero sí somete a los “navegantes” a la falacia de conciliar rapidez y calidad.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que las redes son –en teoría- sistemas de colaboración y no de exclusión. En este plano, la información -que se empobrece con el monopolio y la unidireccionalidad- es potencialmente un instrumento que torna frágil a cualquier poder. Está probado en el mundo entero, más allá de las culturas y las sociedades, el poder convocante y movilizador que puede desencadenar, por ejemplo, las redes sociales.
Pareciera que internet, ordenador portátil y teléfono móvil, fueran la perfecta combinación de una persona que se aprecia conectada con su tiempo moderno.
Esa convergencia inédita entre las telecomunicaciones y las redes informáticas permite intercambiar informaciones, compartir saberes, comunicarse de un punto al otro del planeta o simplemente de ordenador a ordenador... Se trata de una revolución que está cambiando las relaciones entre los individuos y altera casi por completo el modo de producción del valor y de los beneficios.
Está claro que internet no inventó el fenómeno de la urgencia, pero es evidente que potencia esa necesidad por lo “ya” y el “ahora”. Pero el interrogante a resolver sigue siendo el mismo desde el fondo de la historia: ¿Procesar más información implica saber más (en el sentido clásico y tradicional)? La respuesta claramente es no.
Es evidente que el mundo de hoy requiere para asimilarlo competencias polivalentes. Por ejemplo, las empresas de servicios tienen múltiples vínculos para comunicarse con sus usuarios y/o clientes. ¿Pero qué tan efectivos son estas comunicaciones? Una paradoja: las empresas de comunicación –especialmente las telefonías fijas y móviles- hacen lo imposible para que su usuario y/o cliente no pueda interactuar con la empresa que le ofrece los servicios. Quien haya realizado un trámite teniendo a una “máquina” por interlocutor, sabrá de estas penurias de la incomunicación.
En la era de internet las propias empresas que brindan estos servicios parecieran ser expertas en eso de hacerle perder tiempo al usuario. ¿Para qué les sirve la tecnología a esas empresas? Esta contradicción debe ser resuelta por el Estado, a través de los entes reguladores.
Las empresas que se vanaglorian de eficientes, son deficientes porque no establecen vínculos directos para resolver los problemas que sus propias tecnologías generan. ¿Qué venden entonces? La más de las veces… ilusiones.
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