Los derechos de los niños
Naciones Unidas celebró ayer los 25 años de la firma de la Convención de los Derechos del Niño, cuando en rigor se ratificó y amplió la primigenia declaración de 1959.
Es justo reconocer que en todos los países se han producido grandes avances en la materia, pero del mismo modo también es oportuno admitir que el mundo actual presenta demasiadas dificultades y peligros para los infantes. Y esto es así porque son millones todavía los niños que no pueden gozar plenamente de sus derechos, incluso en Argentina o en los países más desarrollados.
De todos modos, los grandes avances están vinculados con la disminución de la mortalidad infantil y el aumento de la escolarización, tal como se experimenta en el país y en gran parte del mundo occidental. De ninguno modo esto debe ser interpretado como una tarea concluida, porque en ambas materias todavía queda demasiado por hacer, casi todo.
Las propias Naciones Unidas han reconocido que las metas del Milenio no se alcanzarán en materia de Derechos del Niño y pone como ejemplo que el objetivo de una enseñanza primaria universal para 2015 será de imposible cumplimiento.
Y en ese campo también hay que apuntar que tampoco se pudo reducir la pobreza, especialmente la extrema y que afecta en primer lugar a los niños.
Hace 25 años –un cuarto de siglo- los países que integran Naciones Unidas se comprometieron a promover los derechos de los niños “a sobrevivir y prosperar, a aprender y crecer, para que se hagan oír y alcancen su pleno potencial”.
Todo adulto ha sido niño alguna vez y se supone que todos anhelan el bienestar de los niños. Por eso esta premisa siempre será -y seguramente seguirá siendo- el anhelo más universal que identifica a la humanidad.
“Lo único que todos los niños tienen en común son sus derechos. Todo niño tiene derecho a sobrevivir y prosperar, a recibir una educación, a no ser objeto de violencia y abusos, a participar y a ser escuchado”, sostuvo ayer el secretario general de las Naciones Unidas.
Lo otro que hay que tener en cuenta es lo siguiente: a la hora de rendir cuentas sobre el respeto de los Derechos del Niño, el Estado tiene una responsabilidad primaria e intransferible. Pero también esa responsabilidad debe ser asumida como una defensa común por toda la sociedad. Si un niño puede crecer en un mundo más justo y equitativo, entonces habrá una mejor sociedad para todos.
El mejoramiento de las leyes, la aplicación de políticas vinculadas con la niñez e incluso la forma en que hoy la sociedad percibe a los niños es un avance más que significativo. Pero a pesar de estos logros, es insuficiente y aún hay mucho para hacer a la hora de promover esos derechos.
La explotación laboral, la ignominia que significa la explotación sexual, la utilización de niños como escudos humanos en las guerras, la falta de seguridad social e incluso alimentaria… en fin, la violencia en todas sus formas, sigue siendo el gran desafío especialmente de las llamadas sociedades occidentales.
De todos modos, los grandes avances están vinculados con la disminución de la mortalidad infantil y el aumento de la escolarización, tal como se experimenta en el país y en gran parte del mundo occidental. De ninguno modo esto debe ser interpretado como una tarea concluida, porque en ambas materias todavía queda demasiado por hacer, casi todo.
Las propias Naciones Unidas han reconocido que las metas del Milenio no se alcanzarán en materia de Derechos del Niño y pone como ejemplo que el objetivo de una enseñanza primaria universal para 2015 será de imposible cumplimiento.
Y en ese campo también hay que apuntar que tampoco se pudo reducir la pobreza, especialmente la extrema y que afecta en primer lugar a los niños.
Hace 25 años –un cuarto de siglo- los países que integran Naciones Unidas se comprometieron a promover los derechos de los niños “a sobrevivir y prosperar, a aprender y crecer, para que se hagan oír y alcancen su pleno potencial”.
Todo adulto ha sido niño alguna vez y se supone que todos anhelan el bienestar de los niños. Por eso esta premisa siempre será -y seguramente seguirá siendo- el anhelo más universal que identifica a la humanidad.
“Lo único que todos los niños tienen en común son sus derechos. Todo niño tiene derecho a sobrevivir y prosperar, a recibir una educación, a no ser objeto de violencia y abusos, a participar y a ser escuchado”, sostuvo ayer el secretario general de las Naciones Unidas.
Lo otro que hay que tener en cuenta es lo siguiente: a la hora de rendir cuentas sobre el respeto de los Derechos del Niño, el Estado tiene una responsabilidad primaria e intransferible. Pero también esa responsabilidad debe ser asumida como una defensa común por toda la sociedad. Si un niño puede crecer en un mundo más justo y equitativo, entonces habrá una mejor sociedad para todos.
El mejoramiento de las leyes, la aplicación de políticas vinculadas con la niñez e incluso la forma en que hoy la sociedad percibe a los niños es un avance más que significativo. Pero a pesar de estos logros, es insuficiente y aún hay mucho para hacer a la hora de promover esos derechos.
La explotación laboral, la ignominia que significa la explotación sexual, la utilización de niños como escudos humanos en las guerras, la falta de seguridad social e incluso alimentaria… en fin, la violencia en todas sus formas, sigue siendo el gran desafío especialmente de las llamadas sociedades occidentales.
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