Los jóvenes y su protagonismo
El siglo XXI presenta grandes desafíos en materia de comportamiento humano. Y este escenario tiene un agravante negativo: al mismo tiempo que ofrece escenarios a manera de desafío todavía no ha dado respuesta o solución a problemáticas del siglo pasado.
Un ejemplo de ello es el tema de la juventud. En los grandes lineamientos culturales todavía se lo sigue concibiendo como un colectivo uniforme u homogéneo.
Los jóvenes en la actualidad ni siquiera son un colectivo único. Y no lo son porque en ellos también se expresan las diversas manifestaciones de las desigualdades y las diversidades que atraviesan a una sociedad.
Y así como se comprende que un adulto de clase media que vive en Capital Federal experimenta la política de manera diferente a otro que vive, por ejemplo, en la Patagonia o en Entre Ríos o Jujuy, e incluso accede a servicios culturales y educativos también diferentes; entonces no hay razones para pensar que la experiencia de ser jóvenes es una situación unívoca para todos, independientemente de su comunidad o grupo de pertenencia.
Se pueden presentar otras situaciones de la vida cotidiana. ¿Alguien puede sostener que un joven graduado universitario es lo mismo que un joven de su misma edad que no logró terminar la primaria? ¿Alguien puede decir que un joven contenido familiarmente es lo mismo que aquel que apenas ingresado a la adolescencia ya es madre o padre? Claramente no. Y esto no tiene nada que ver con cuestiones de clase social, edad o posibilidades de inserción social. Justamente porque no existe una única juventud. Y así como se puede comprender que no existe una única juventud, se debe entender que es erróneo hablar de “la” juventud, como si fuera algo uniforme.
Pensar en los jóvenes o en cualquier grupo etario implica pensar en una pluralidad que es, a su vez, diversidad.
En todo caso es necesario pensar a la juventud como un actor político de primer orden en la construcción de la sociedad. Y para no caer en un análisis mediocre, nada hay que percibir a este concepto de “actor político” con esta idea de que voten a los 16 años (dicho sea de paso, nadie dice que a esa edad pueden ser elegidos). Además, a los 16 años se es adolescente, no joven. “Actor político” es otra cosa. Es el sujeto que tiene un papel interactivo dentro de la esfera política. No es un mero receptor de las decisiones que toman otros. Además el “actor político” puede ser tanto individual como colectivo, pero indudablemente tiene capacidad para afectar el proceso de toma de decisiones.
Ser joven no es solamente estar atravesando una situación transitoria para llegar a ser adulto, ni tampoco alcanza con decir que es aquel que despliega una particular energía y que comparte códigos y rutinas vinculados con su cronología. El joven o la juventud es un actor clave para cambios políticos, sociales y culturales de una sociedad.
Hoy los jóvenes participan más que aquellos apáticos de décadas pasadas. Sin embargo, también hay que reconocer que antes la adolescencia duraba hasta los 18 años y en la actualidad se ha extendido hasta los 25 ó 27 años promedio. ¿Qué pasa? No es solamente un mundo más complejo, sino que hay menos herramientas sociales y culturales para poder independizarse.
No obstante, hoy hay indicios –en todo el mundo, no sólo en Argentina- de que el joven quiere dejar de ser un mero testigo de los adultos y pasar a ser un gran protagonista en cómo se está escribiendo el presente.
Algo es seguro: no hay posibilidades concretas de construir sentidos y representaciones, si los canales institucionales de participación colectiva no incluyen en su seno a las nuevas generaciones. Si se admite la necesidad de incorporar a los jóvenes a las instituciones, es imperioso que las instituciones se dejen también organizar por los jóvenes. Por último, ser joven no tiene nada que ver con edades, sino con miradas nuevas a los viejos problemas que el presente no los ha resuelto de manera integral.
Los jóvenes en la actualidad ni siquiera son un colectivo único. Y no lo son porque en ellos también se expresan las diversas manifestaciones de las desigualdades y las diversidades que atraviesan a una sociedad.
Y así como se comprende que un adulto de clase media que vive en Capital Federal experimenta la política de manera diferente a otro que vive, por ejemplo, en la Patagonia o en Entre Ríos o Jujuy, e incluso accede a servicios culturales y educativos también diferentes; entonces no hay razones para pensar que la experiencia de ser jóvenes es una situación unívoca para todos, independientemente de su comunidad o grupo de pertenencia.
Se pueden presentar otras situaciones de la vida cotidiana. ¿Alguien puede sostener que un joven graduado universitario es lo mismo que un joven de su misma edad que no logró terminar la primaria? ¿Alguien puede decir que un joven contenido familiarmente es lo mismo que aquel que apenas ingresado a la adolescencia ya es madre o padre? Claramente no. Y esto no tiene nada que ver con cuestiones de clase social, edad o posibilidades de inserción social. Justamente porque no existe una única juventud. Y así como se puede comprender que no existe una única juventud, se debe entender que es erróneo hablar de “la” juventud, como si fuera algo uniforme.
Pensar en los jóvenes o en cualquier grupo etario implica pensar en una pluralidad que es, a su vez, diversidad.
En todo caso es necesario pensar a la juventud como un actor político de primer orden en la construcción de la sociedad. Y para no caer en un análisis mediocre, nada hay que percibir a este concepto de “actor político” con esta idea de que voten a los 16 años (dicho sea de paso, nadie dice que a esa edad pueden ser elegidos). Además, a los 16 años se es adolescente, no joven. “Actor político” es otra cosa. Es el sujeto que tiene un papel interactivo dentro de la esfera política. No es un mero receptor de las decisiones que toman otros. Además el “actor político” puede ser tanto individual como colectivo, pero indudablemente tiene capacidad para afectar el proceso de toma de decisiones.
Ser joven no es solamente estar atravesando una situación transitoria para llegar a ser adulto, ni tampoco alcanza con decir que es aquel que despliega una particular energía y que comparte códigos y rutinas vinculados con su cronología. El joven o la juventud es un actor clave para cambios políticos, sociales y culturales de una sociedad.
Hoy los jóvenes participan más que aquellos apáticos de décadas pasadas. Sin embargo, también hay que reconocer que antes la adolescencia duraba hasta los 18 años y en la actualidad se ha extendido hasta los 25 ó 27 años promedio. ¿Qué pasa? No es solamente un mundo más complejo, sino que hay menos herramientas sociales y culturales para poder independizarse.
No obstante, hoy hay indicios –en todo el mundo, no sólo en Argentina- de que el joven quiere dejar de ser un mero testigo de los adultos y pasar a ser un gran protagonista en cómo se está escribiendo el presente.
Algo es seguro: no hay posibilidades concretas de construir sentidos y representaciones, si los canales institucionales de participación colectiva no incluyen en su seno a las nuevas generaciones. Si se admite la necesidad de incorporar a los jóvenes a las instituciones, es imperioso que las instituciones se dejen también organizar por los jóvenes. Por último, ser joven no tiene nada que ver con edades, sino con miradas nuevas a los viejos problemas que el presente no los ha resuelto de manera integral.
Este contenido no está abierto a comentarios