Mejorar la calidad de la escuela secundaria
La educación secundaria (también llamada nivel medio) tiene un objetivo innegociable: capacitar al alumno para que pueda iniciar estudios de educación superior. No se trata solamente que una persona logre los niveles mínimos obligatorios que marca la ley.
Es mucho más que eso. En todo caso, cuando un alumno egresa de la secundaria se pretende que pueda estar en condiciones de desarrollar las suficientes habilidades, valores y actitudes que le permitan no solo interactuar en la sociedad sino también mejorar su calidad de vida.
Pero hay una constante que se repite más allá de los cambios que la secundaria ha sufrido a lo largo de estos últimos años: las universidades se quejan de que los alumnos que ingresan a sus aulas llegan con conocimientos muy básicos, sin saber leer en voz alta, sin comprender lo que se lee y con insuficiente nivel académico porque sencillamente no saben siquiera estudiar o aplicar un método de estudio. Hay excepciones, claro que sí. Pero es en la generalidad donde hay que poner el acento, justamente para hablar de un sistema inclusivo.
Está claro que si un alumno que está en la secundaria no posee formación y preparación intelectual, le será más difícil utilizar la tecnología y con ella acceder y aplicar la información.
No es casual que en la actualidad la escuela secundaria ocupe un lugar preocupante en la agenda colectiva y se la perciba como un nivel que está en crisis.
La permisividad en los comportamientos y en el seguimiento de los buenos hábitos, las ausencias de exigencias, “el mandato” de que no deben repetir, entre otras variables han afectado de manera negativa el acceso al derecho a la educación e incluso ya no se percibe a la educación como una oportunidad de movilidad social.
La fragmentación es lo que prevalece en la escuela secundaria. Pero también fragmentada aparecen los procesos institucionales y las propuestas académicas muchas veces se dictan muy separadas de la realidad socio cultural. No hay que olvidar el concepto de que las prácticas de enseñanza son prácticas sociales, y que implican un proceso tan complejo como singular.
Un capítulo aparte requiere el compromiso (o la falta de compromiso) de los padres vinculado con la educación de los hijos. Lo concreto es que falta un debate profundo acerca de la escuela secundaria. Ese intercambio de perspectivas debe ser público, visible, de modo que puedan intervenir otros actores de la sociedad. En definitiva, se requiere de un debate que incluya también la necesidad de jerarquizar la carrera docente desde los mismos profesorados hasta mejores condiciones laborales de los profesores.
Un debate pendiente que debe darse con generosidad, sabiendo que nadie puede ubicarse detrás de las respuestas únicas ni tampoco en el monopolio de las soluciones. No hay que olvidar que la educación es una experiencia colectiva y por eso requiere del concurso de toda la sociedad.
Pero hay una constante que se repite más allá de los cambios que la secundaria ha sufrido a lo largo de estos últimos años: las universidades se quejan de que los alumnos que ingresan a sus aulas llegan con conocimientos muy básicos, sin saber leer en voz alta, sin comprender lo que se lee y con insuficiente nivel académico porque sencillamente no saben siquiera estudiar o aplicar un método de estudio. Hay excepciones, claro que sí. Pero es en la generalidad donde hay que poner el acento, justamente para hablar de un sistema inclusivo.
Está claro que si un alumno que está en la secundaria no posee formación y preparación intelectual, le será más difícil utilizar la tecnología y con ella acceder y aplicar la información.
No es casual que en la actualidad la escuela secundaria ocupe un lugar preocupante en la agenda colectiva y se la perciba como un nivel que está en crisis.
La permisividad en los comportamientos y en el seguimiento de los buenos hábitos, las ausencias de exigencias, “el mandato” de que no deben repetir, entre otras variables han afectado de manera negativa el acceso al derecho a la educación e incluso ya no se percibe a la educación como una oportunidad de movilidad social.
La fragmentación es lo que prevalece en la escuela secundaria. Pero también fragmentada aparecen los procesos institucionales y las propuestas académicas muchas veces se dictan muy separadas de la realidad socio cultural. No hay que olvidar el concepto de que las prácticas de enseñanza son prácticas sociales, y que implican un proceso tan complejo como singular.
Un capítulo aparte requiere el compromiso (o la falta de compromiso) de los padres vinculado con la educación de los hijos. Lo concreto es que falta un debate profundo acerca de la escuela secundaria. Ese intercambio de perspectivas debe ser público, visible, de modo que puedan intervenir otros actores de la sociedad. En definitiva, se requiere de un debate que incluya también la necesidad de jerarquizar la carrera docente desde los mismos profesorados hasta mejores condiciones laborales de los profesores.
Un debate pendiente que debe darse con generosidad, sabiendo que nadie puede ubicarse detrás de las respuestas únicas ni tampoco en el monopolio de las soluciones. No hay que olvidar que la educación es una experiencia colectiva y por eso requiere del concurso de toda la sociedad.
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