Mejorar la escuela secundaria
La escuela secundaria no atraviesa su mejor momento. Lo mismo podría decirse de la primaria. En rigor, la educación obligatoria (esto es hasta finalizar el nivel medio) por el momento carece de la distinción de la calidad.
El problema no es solamente achacable al Estado –que tiene responsabilidades indelegables- sino también a la familia, dado que es evidente el divorcio entre ésta y la institución escolar.
Si se piensa al país de aquí al 2050, entonces es indudable que es indispensable saber cuál es hoy, ahora, el nivel educativo de los adolescentes de 15 y 16 años.
Es oportuno que se apliquen programas que evalúan el rendimiento escolar de manera permanente, justamente para identificar las deficiencias y encontrar mecanismos de reconocimientos o estímulos entre quienes conforman la experiencia de la enseñanza-aprendizaje.
Lamentablemente, en Argentina el último año de la secundaria se parece más a un largo preparativo para organizar un viaje de fin de curso que a una instancia final en la formación para afrontar los desafíos de la capacitación en un nivel superior o el mundo del trabajo.
No es ocioso pensar que así como el Siglo XIX fue por excelencia la centuria del nivel primario, que el siglo XX fue el de la secundaria, el actual debe concentrarse en el siglo de la universidad. La ley de educación establece que es obligatorio el nivel secundario y esta exigencia responde a ese horizonte. Pero, en el medio está la realidad que indica que aproximadamente el cincuenta por ciento de los alumnos que ingresan a primer año de la secundaria no termina ese nivel. Cincuenta por ciento de deserción es un grave problema para el futuro.
Hay que tener en cuenta que no alcanza con los bienes y riquezas naturales que tiene Argentina para consolidar el futuro. Es en el capital humano y social donde se debe avizorar esa conquista. Y en ese sentido, estamos muy lejos.
En los países desarrollados, el cuarenta por cientos de sus jóvenes alcanza un nivel superior o universitario; en Brasil lo hacen casi el veinte por ciento y en Argentina apenas el catorce por ciento. Con un agravante: según datos oficiales del Ministerio de Educación de la Nación, de esos catorce jóvenes cada cien que logran terminar la universidad, diez provienen de hogares con niveles económicos altos.
Todo esto reflexionado teniendo presente que actualmente existe igualdad de oportunidades. Sin embargo, los sectores medios y medios bajos ni siquiera terminan la secundaria. Algo mal se debe estar haciendo para este panorama. Como una paradoja: Argentina tiene muchos estudiantes universitarios (en relación al porcentaje de habitantes) pero muy pocos graduados, siguiendo ese mismo parámetro.
Se insiste: es casi imposible aspirar a un desarrollo o progreso económico en la actualidad si antes no se presta atención al nivel educativo y cultural de su población.
Y será imposible avanzar en el nivel universitario si antes no se avance en la secundaria.
Alumnos del nivel medio que egresan sin saber hacer cálculos mentales, sin siquiera interpretar textos, sin el hábito de la lectura, sin haber aprendido un sistema de estudio… los déficit son muchos. Y para males, los padres que no acompañan como es de esperar. Porque para decirlo claramente: si el cincuenta por ciento de los alumnos no termina la secundaria, la gran responsabilidad no es del joven sino de los padres.
Si se piensa al país de aquí al 2050, entonces es indudable que es indispensable saber cuál es hoy, ahora, el nivel educativo de los adolescentes de 15 y 16 años.
Es oportuno que se apliquen programas que evalúan el rendimiento escolar de manera permanente, justamente para identificar las deficiencias y encontrar mecanismos de reconocimientos o estímulos entre quienes conforman la experiencia de la enseñanza-aprendizaje.
Lamentablemente, en Argentina el último año de la secundaria se parece más a un largo preparativo para organizar un viaje de fin de curso que a una instancia final en la formación para afrontar los desafíos de la capacitación en un nivel superior o el mundo del trabajo.
No es ocioso pensar que así como el Siglo XIX fue por excelencia la centuria del nivel primario, que el siglo XX fue el de la secundaria, el actual debe concentrarse en el siglo de la universidad. La ley de educación establece que es obligatorio el nivel secundario y esta exigencia responde a ese horizonte. Pero, en el medio está la realidad que indica que aproximadamente el cincuenta por ciento de los alumnos que ingresan a primer año de la secundaria no termina ese nivel. Cincuenta por ciento de deserción es un grave problema para el futuro.
Hay que tener en cuenta que no alcanza con los bienes y riquezas naturales que tiene Argentina para consolidar el futuro. Es en el capital humano y social donde se debe avizorar esa conquista. Y en ese sentido, estamos muy lejos.
En los países desarrollados, el cuarenta por cientos de sus jóvenes alcanza un nivel superior o universitario; en Brasil lo hacen casi el veinte por ciento y en Argentina apenas el catorce por ciento. Con un agravante: según datos oficiales del Ministerio de Educación de la Nación, de esos catorce jóvenes cada cien que logran terminar la universidad, diez provienen de hogares con niveles económicos altos.
Todo esto reflexionado teniendo presente que actualmente existe igualdad de oportunidades. Sin embargo, los sectores medios y medios bajos ni siquiera terminan la secundaria. Algo mal se debe estar haciendo para este panorama. Como una paradoja: Argentina tiene muchos estudiantes universitarios (en relación al porcentaje de habitantes) pero muy pocos graduados, siguiendo ese mismo parámetro.
Se insiste: es casi imposible aspirar a un desarrollo o progreso económico en la actualidad si antes no se presta atención al nivel educativo y cultural de su población.
Y será imposible avanzar en el nivel universitario si antes no se avance en la secundaria.
Alumnos del nivel medio que egresan sin saber hacer cálculos mentales, sin siquiera interpretar textos, sin el hábito de la lectura, sin haber aprendido un sistema de estudio… los déficit son muchos. Y para males, los padres que no acompañan como es de esperar. Porque para decirlo claramente: si el cincuenta por ciento de los alumnos no termina la secundaria, la gran responsabilidad no es del joven sino de los padres.
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