Mercosur con otras perspectivas
Cuando en libro “Alicia en el País de la Maravilla” de Lewis Carroll, la protagonista le pregunta al Gato de Cheshire qué camino debía seguir a partir de donde estaba, éste respondió: “Eso depende de adónde quieras llegar”.
Esta respuesta es muy oportuna para sintetizar la dimensión política del Mercosur, especialmente luego de la Cumbre de Jefes de Estado que se realizó en diciembre pasado en Paraná.
Si su objetivo es asegurar buenos negocios a un grupo de empresarios del rubro automotriz y avícola se puede concluir que se puede estar ante objetivos loables pero desde el punto de vista de la integración demasiados estrechos, sectoriales, egoístas y restringidos.
Pero si el objetivo es el de constituir un bloque continental sudamericano, destinado al desarrollo común y a negociar internacionalmente desde posiciones de mayor fuerza, entonces el planteo cambia radicalmente en toda su dimensión. Hay que observar que a la Unión Europea nunca le convino negociar con una América Latina unida, sino con países de manera individual y por eso siempre boicoteó o demoró sus respuestas cuando los países unidos reclaman por sus derechos.
El Mercosur ha sido desde su creación presentado a veces como la panacea que traerá la solución a todos los males y en otras ocasiones fue señalado como la raíz de los males que impiden vivir en la panacea. Esta suerte de bendición y de maldición al mismo tiempo cobra mayor o menor fuerza de acuerdo a quién hable del bloque. Lo cierto es que hoy por hoy hay problemas de fondo (financieros, energéticos, políticos, educativos, culturales, sociales) que impiden una real y necesaria integración. Pero Argentina ha dado un gran paso, con la elección de los legisladores que integrarán el Parlasur: ahora serán elegidos por el pueblo y no a través de una democracia semidirecta como era hasta hoy.
En buena hora que se vaya consolidando el concepto de amistad y comunidad de destino entre los países del Mercosur, y que de a poco vaya despareciendo las rivalidades históricas.
En este marco es obligatorio recordar que es una falacia colocar al Mercosur ante la disyuntiva “política o negocios”.
En todo proceso de integración se manifiestan diversas lógicas. Si el propósito es económico, florecen las zonas de libre comercio. Si se trata de relaciones sociales, importan las migraciones, la educación y la salud. Si se persigue un objetivo geopolítico, se diseñará una estrategia de acercamiento -sobre todo en materia de defensa- con países amigos o aliados.
Otro planteo consiste en basar la integración sobre emprendimientos conjuntos, lo que supone crear entidades nuevas. Un proyecto viable –e imprescindible- es la creación de centros tecnológicos de excelencia sobre la base de los institutos y universidades estatales de los países miembros. Lo concreto es que los organismos de gestión conjunta podrían hacer más por la integración que todas las campañas de marketing político o discurso presidencial de buenas intenciones.
Si su objetivo es asegurar buenos negocios a un grupo de empresarios del rubro automotriz y avícola se puede concluir que se puede estar ante objetivos loables pero desde el punto de vista de la integración demasiados estrechos, sectoriales, egoístas y restringidos.
Pero si el objetivo es el de constituir un bloque continental sudamericano, destinado al desarrollo común y a negociar internacionalmente desde posiciones de mayor fuerza, entonces el planteo cambia radicalmente en toda su dimensión. Hay que observar que a la Unión Europea nunca le convino negociar con una América Latina unida, sino con países de manera individual y por eso siempre boicoteó o demoró sus respuestas cuando los países unidos reclaman por sus derechos.
El Mercosur ha sido desde su creación presentado a veces como la panacea que traerá la solución a todos los males y en otras ocasiones fue señalado como la raíz de los males que impiden vivir en la panacea. Esta suerte de bendición y de maldición al mismo tiempo cobra mayor o menor fuerza de acuerdo a quién hable del bloque. Lo cierto es que hoy por hoy hay problemas de fondo (financieros, energéticos, políticos, educativos, culturales, sociales) que impiden una real y necesaria integración. Pero Argentina ha dado un gran paso, con la elección de los legisladores que integrarán el Parlasur: ahora serán elegidos por el pueblo y no a través de una democracia semidirecta como era hasta hoy.
En buena hora que se vaya consolidando el concepto de amistad y comunidad de destino entre los países del Mercosur, y que de a poco vaya despareciendo las rivalidades históricas.
En este marco es obligatorio recordar que es una falacia colocar al Mercosur ante la disyuntiva “política o negocios”.
En todo proceso de integración se manifiestan diversas lógicas. Si el propósito es económico, florecen las zonas de libre comercio. Si se trata de relaciones sociales, importan las migraciones, la educación y la salud. Si se persigue un objetivo geopolítico, se diseñará una estrategia de acercamiento -sobre todo en materia de defensa- con países amigos o aliados.
Otro planteo consiste en basar la integración sobre emprendimientos conjuntos, lo que supone crear entidades nuevas. Un proyecto viable –e imprescindible- es la creación de centros tecnológicos de excelencia sobre la base de los institutos y universidades estatales de los países miembros. Lo concreto es que los organismos de gestión conjunta podrían hacer más por la integración que todas las campañas de marketing político o discurso presidencial de buenas intenciones.
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