Pocas ideas
Es innegable que toda la dirigencia política ya vive de lleno el año electoral. Si bien técnicamente nadie está en campaña, todo el mundo lo está en la práctica.
Así, la campaña ya está largada, más allá de que todavía falta bastante tiempo para las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias de agosto y las elecciones generales de octubre.
Por el momento es innegable que la dirigencia –sin excepciones- se muestra remisa y ociosa para debatir los objetivos superiores por los cuales aspiran a ocupar un cargo Ejecutivo de gobierno. Unos hablan de profundizar el modelo y de darle continuidad con cambio; mientras que otros hablan de cambiar el modelo o que el modelo está agotado. Pero nadie dice cómo hará, con qué instrumentos de gobierno, tanto una cosa como la otra.
La orfandad de idea es notoria. Las (pre) candidaturas, en todo caso, se perfilan no por un programa de gobierno sino por coincidencias de intereses personales. Y así como es notoria la ausencia de debate, crecen –cada día más- las expresiones que invitan al conflicto estéril entre las distintas fuerzas políticas. Se puede decir sin temor que los (pre) candidatos no han conseguido hasta el momento superar el umbral del corto plazo y apenas quedan encapsulados en vagas confesiones por afinidades personales o por antipatías circunstanciales. Todo se reduce a apetencias individuales. Y ya se sabe, el individualismo es la antítesis de la política.
La capacidad intelectual de la dirigencia apenas alcanza para expresar una crítica o una adhesión a las medidas de gobierno que se vienen tomando, pero no mucho más.
La pobreza, la inseguridad, el crimen organizado (narcotráfico y trata de personas, específicamente), la necesidad de trabajar para lograr la calidad educativa, la necesidad de tener un nuevo sistema impositivo (incluido el sector exportador), la vital necesidad de establecer un nuevo pacto federal que permita una mayor y real autonomía a las provincias, la incertidumbre que pesa sobre el sector energético y los recursos naturales, entre otros temas, siguen ausentes y nadie convoca a su debate o apenas expresan frases a manera de título pero no mucho más. Sobre estos tópicos, nadie convoca a un inteligente debate colectivo, a un intercambio de ideas y perspectivas teniendo como meta suprema el interés general. La dirigencia está muy lejos de todo eso.
Tanto los que quieren seguir gobernando como los que se postulan como reemplazo, toman sus decisiones por encuestas -previa manipulación a través de técnicas de marketing- y no por convicciones. En el fondo, todos los dirigentes renuncian a ser claros en sus conceptos, porque prevalece en ellos un inmoral pragmatismo. Esto ocurre con quienes piden profundizar el modelo y con quienes dicen que lo quieren cambiar. El raquitismo intelectual explica la ausencia de un debate, pero también la coincidencia inconfesada entre los precandidatos de no ser claros e incluso sinceros. Reducir al ciudadano a un voto es tener una mirada demasiado estrecha de la democracia. Por eso la dirigencia sigue atrasando al país. Esta campaña electoral así lo está demostrando.
Por el momento es innegable que la dirigencia –sin excepciones- se muestra remisa y ociosa para debatir los objetivos superiores por los cuales aspiran a ocupar un cargo Ejecutivo de gobierno. Unos hablan de profundizar el modelo y de darle continuidad con cambio; mientras que otros hablan de cambiar el modelo o que el modelo está agotado. Pero nadie dice cómo hará, con qué instrumentos de gobierno, tanto una cosa como la otra.
La orfandad de idea es notoria. Las (pre) candidaturas, en todo caso, se perfilan no por un programa de gobierno sino por coincidencias de intereses personales. Y así como es notoria la ausencia de debate, crecen –cada día más- las expresiones que invitan al conflicto estéril entre las distintas fuerzas políticas. Se puede decir sin temor que los (pre) candidatos no han conseguido hasta el momento superar el umbral del corto plazo y apenas quedan encapsulados en vagas confesiones por afinidades personales o por antipatías circunstanciales. Todo se reduce a apetencias individuales. Y ya se sabe, el individualismo es la antítesis de la política.
La capacidad intelectual de la dirigencia apenas alcanza para expresar una crítica o una adhesión a las medidas de gobierno que se vienen tomando, pero no mucho más.
La pobreza, la inseguridad, el crimen organizado (narcotráfico y trata de personas, específicamente), la necesidad de trabajar para lograr la calidad educativa, la necesidad de tener un nuevo sistema impositivo (incluido el sector exportador), la vital necesidad de establecer un nuevo pacto federal que permita una mayor y real autonomía a las provincias, la incertidumbre que pesa sobre el sector energético y los recursos naturales, entre otros temas, siguen ausentes y nadie convoca a su debate o apenas expresan frases a manera de título pero no mucho más. Sobre estos tópicos, nadie convoca a un inteligente debate colectivo, a un intercambio de ideas y perspectivas teniendo como meta suprema el interés general. La dirigencia está muy lejos de todo eso.
Tanto los que quieren seguir gobernando como los que se postulan como reemplazo, toman sus decisiones por encuestas -previa manipulación a través de técnicas de marketing- y no por convicciones. En el fondo, todos los dirigentes renuncian a ser claros en sus conceptos, porque prevalece en ellos un inmoral pragmatismo. Esto ocurre con quienes piden profundizar el modelo y con quienes dicen que lo quieren cambiar. El raquitismo intelectual explica la ausencia de un debate, pero también la coincidencia inconfesada entre los precandidatos de no ser claros e incluso sinceros. Reducir al ciudadano a un voto es tener una mirada demasiado estrecha de la democracia. Por eso la dirigencia sigue atrasando al país. Esta campaña electoral así lo está demostrando.
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