Privilegiar el diálogo
Si algo caracteriza a la Argentina es que se viene negando, desde hace muchas décadas, el diálogo como herramienta para el progreso.
Generalmente cuando se habla de desarrollo se sostiene que no lo habrá sin educación de calidad. De la misma forma, cuando se habla de progreso generalmente se invocan aspectos económicos. Pero para ambos destinos, el desarrollo y el progreso, se requiere de diálogo; es decir, de ese estadio de civilidad política indispensable para pensar en el futuro.
No es menor este tema, máxime teniendo en cuenta que se ha desperdiciado un escenario formidable e histórico: los doscientos años del Grito de Mayo que se celebraron el año pasado. Hay que convenir que esa celebración tuvo claroscuros por parte de todos los actores políticos, sin excepción.
Sin embargo, la historia vuelve a dar un momento luminoso y también de características excepcionales para el diálogo: el bicentenario de la Independencia, que se cumplirá el 9 de Julio de 2016. Es decir, la clase dirigente tiene otra oportunidad de características mayúsculas en el historial patrio. Pero para aprovechar esa fecha, es urgente que comience a ejercitar el diálogo desde ahora mismo. Deberá para eso preservar con sabiduría las mejores experiencias de las celebraciones pasadas y descartar las instancias más desafortunadas. Aprender de la historia, no repetirla. Tal vez ese espíritu más dialoguista sea al mismo tiempo un estímulo para preparar al conjunto de la ciudadanía y a sus instituciones más sentidas para protagonizar instancias superadoras de la mediocridad que suele embargar a la dirigencia política. La muerte del fiscal Alberto Nisman por el momento ni siquiera ha inspirado esa necesidad de diálogo. Una pena por donde se lo analice.
No obstante, siempre se está ante una oportunidad histórica, siempre y cuando las iniciativas tengan como metas el interés general y puedan ingresan a un debate público y constructivo, con el objetivo de que sean traducidas a un acuerdo general destinado a construir un país más previsible y razonable. El proyecto de Ley sobre la nueva orgánica para los Servicios de Inteligencia debería ser ese puntapié inicial. ¡Que no se desaproveche como se hizo durante el Bicentenario de Mayo! Para ello es indispensable que se cumplan las normas más elementales de una sociedad organizada, porque será el salir de la anomia la condición sine qua non para ingresar de manera sólida a la búsqueda de consensos sobre políticas de Estado.
Y hay que hacerlo con un lenguaje llano pero cuidado, que permita percibir la voluntad de evitar confrontaciones inapropiadas y estériles y que siempre atrasan al conjunto de la sociedad. Es necesario que la dirigencia pueda establecer en voz alta sus coincidencias trascendentales para el país. ¿Está la dirigencia madura para establecer ese diálogo? ¿Está madura para expresar en voz alta sus coincidencias más allá de sus naturales diferencias? Es de desear que sí, pero será la dirigencia política, sin excepciones, la que antes debe comprender que sin diálogo no hay política y mucho menos desarrollo y progreso.
No es menor este tema, máxime teniendo en cuenta que se ha desperdiciado un escenario formidable e histórico: los doscientos años del Grito de Mayo que se celebraron el año pasado. Hay que convenir que esa celebración tuvo claroscuros por parte de todos los actores políticos, sin excepción.
Sin embargo, la historia vuelve a dar un momento luminoso y también de características excepcionales para el diálogo: el bicentenario de la Independencia, que se cumplirá el 9 de Julio de 2016. Es decir, la clase dirigente tiene otra oportunidad de características mayúsculas en el historial patrio. Pero para aprovechar esa fecha, es urgente que comience a ejercitar el diálogo desde ahora mismo. Deberá para eso preservar con sabiduría las mejores experiencias de las celebraciones pasadas y descartar las instancias más desafortunadas. Aprender de la historia, no repetirla. Tal vez ese espíritu más dialoguista sea al mismo tiempo un estímulo para preparar al conjunto de la ciudadanía y a sus instituciones más sentidas para protagonizar instancias superadoras de la mediocridad que suele embargar a la dirigencia política. La muerte del fiscal Alberto Nisman por el momento ni siquiera ha inspirado esa necesidad de diálogo. Una pena por donde se lo analice.
No obstante, siempre se está ante una oportunidad histórica, siempre y cuando las iniciativas tengan como metas el interés general y puedan ingresan a un debate público y constructivo, con el objetivo de que sean traducidas a un acuerdo general destinado a construir un país más previsible y razonable. El proyecto de Ley sobre la nueva orgánica para los Servicios de Inteligencia debería ser ese puntapié inicial. ¡Que no se desaproveche como se hizo durante el Bicentenario de Mayo! Para ello es indispensable que se cumplan las normas más elementales de una sociedad organizada, porque será el salir de la anomia la condición sine qua non para ingresar de manera sólida a la búsqueda de consensos sobre políticas de Estado.
Y hay que hacerlo con un lenguaje llano pero cuidado, que permita percibir la voluntad de evitar confrontaciones inapropiadas y estériles y que siempre atrasan al conjunto de la sociedad. Es necesario que la dirigencia pueda establecer en voz alta sus coincidencias trascendentales para el país. ¿Está la dirigencia madura para establecer ese diálogo? ¿Está madura para expresar en voz alta sus coincidencias más allá de sus naturales diferencias? Es de desear que sí, pero será la dirigencia política, sin excepciones, la que antes debe comprender que sin diálogo no hay política y mucho menos desarrollo y progreso.
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