Diálogos con Araceli Musante
“El arte llena el vacío y genera satisfacción, tal vez no material pero sí de completar la vida”
Araceli Julia Musante nació en Capital Federal el 12 de agosto de 1967. “Nací el Día de la Reconquista”, dice con humor.
En Gualeguaychú su nombre se asocia al teatro, a la música y especialmente al arte de enseñar.
Identificada con Villa Malvina, también es una persona que trasciende porque hace docencia en cada una de sus propuestas. Y como toda docente de alma, no se cansa de explicar.
Al hablar de su formación, la familia aparece como una primera escuela.
Y así como para todos los católicos la misa es un acto trascendente; en el artista la búsqueda se hace un encuentro, justamente para elevar el alma hacia lo sagrado. He ahí la fe y el arte, para sentir e interpretar el lenguaje del alma.
En el diálogo que sigue, Araceli Musante aborda completamente esa relación y se remite a las enseñanzas recibidas de sus padres y de sus maestros, pero también de sus alumnos y sus pares.
En sus recuerdos no hay efectos u objetos, sino afectos y sujetos.
Hace 25 años que vive en Gualeguaychú, y hay en ella una constante referencia a la comunidad y especialmente a la Villa Malvina, que es su segundo hogar, tal como ella misma lo define.
Y en este constante ir y venir entre el arte y la educación, ella ha encontrado su destino; como frecuentemente dialogan la fe y el arte para alimentar la esperanza.
“No es necesario –enseña Alain Chartier- que el actor sea profesional, sino que quiera comunicar emociones”. Musante pone el punto sobre las “íes” al invitar a todos a poder cantar, que todos pueden al final atravesar las puertas para ingresar al mundo del arte, de las emociones, de lo trascendente.
-Para empezar, sería interesante remitirse a sus primeras formaciones…
-Entonces voy a hablar de mi familia. Soy la menor de seis hermanas mujeres del matrimonio compuesto por Juan Carlos (88 años) y Hebe López (82 años). Mis padres siempre estuvieron relacionados con el arte. Mi padre es arquitecto, escultor y músico del alma porque nunca estudió. Creo que la arquitectura fue para él un canal para desarrollar arte, dado que en su tiempo era muy difícil ser artista. Mi mamá tocaba muy bien el piano y canta muy bien. Mis viejos siguen haciendo música y cantan, pese a sus ochenta y pico de años e incluso mi madre sigue manteniendo una voz muy joven.
-¿Cómo descubre Gualeguaychú?
-Descubrimos Gualeguaychú con mi actual marido, Ignacio Casas, que en aquellos años era mi novio. En 1989 me vine a vivir a esta ciudad. Cantábamos juntos desde muy jóvenes, teníamos aproximadamente 16 años. Sin él no hubiera podido desarrollar nada de lo que he hecho. Algo curioso: también seguimos cantando juntos, actualmente en el coro que dirijo. Bueno, el asunto es que los dos somos de Flores y él se vino a Gualeguaychú cuando todavía no estábamos casados. Vino cuando inició la transmisión Canal del Litoral y apostamos a esta ciudad. En rigor, Buenos Aires nunca nos gustó para vivir y desarrollar una familia. Aunque reconozco que Buenos Aires me ha dado mucho, especialmente en materia de formación a la que estoy muy agradecida.
-¿Hacía música desde pequeña?
-Sí. Tocaba el piano al igual que mi padre: de chiquita y sin haber estudiado de manera formal. Y cuando mis padres observaron que mi veta estaba muy ligada a la música, me enviaron a estudiar durante muchos años con una concertista y más tarde ingresé al Conservatorio Manuel de Falla. En un momento corto con la carrera y la retomo ya viviendo en Gualeguaychú en la Escuela de Música Celia Torrá de Concepción del Uruguay.
-¿Y en el teatro?
-Mi formación de teatro se gestó con Eduardo Abate, que era un psicólogo que hacía teatro y con el cual aprendí mucho. Cuando dejé de trabajar con él, continúe con un sacerdote que se llama Luis Sarlinga y es licenciado en Arte Dramático. Él hacía del teatro una herramienta para evangelizar y fue para mí una propuesta fascinante. Todo esto en Buenos Aires. Y también trabajé en el Seminario Mayor de Devoto, dado que los seminaristas cursaban una materia que era Arte Dramático y tenían que hacer trabajos anuales para superar el miedo escénico. Todas estas experiencias fueron muy valiosas. Aún hoy sigo aprendiendo. El aprendizaje debe ser permanente.
-Hizo referencia al arte y a la fe. ¿Cómo las vincula?
-Creo que es un vínculo dado por la trascendencia. Me siento una persona profundamente religiosa, con lo que abarca la palabra religión. Creo que esta cuestión de poder conectar con la superioridad, especialmente a través del canto, es una maravilla. San Agustín ya enseña que quien canta reza dos veces. Creo que la búsqueda del arte está indicando una sensibilidad.
-La docencia es un aspecto importante de su vida…
-La vocación de maestra es la única que no resignaría. En Buenos Aires daba clases en el Colegio de la Misericordia. Cuando vine a vivir a Gualeguaychú en 1989 comencé a trabajar en Villa Malvina. Comencé como maestra de grado y en la actualidad soy vicedirectora y profesora de Música en la primaria y de todo el ciclo básico de la secundaria.
-En la Villa desarrolló una experiencia coral…
-Siempre sostengo, a manera de agradecimiento, que a la Villa Malvina la considero como un segundo hogar. Y la Villa lo que me ha regalado fue la materia prima para desarrollarme. Así como el alfarero necesita de la arcilla y en mi caso necesito de aquellas personas que facilitan el abrir las puertas hacia el arte. Por eso hemos podido hacer el coro con los alumnos del secundario y hace más de una década tenemos el Coro Sentimientos. En rigor, el Coro Sentimientos nace como una iniciativa de la Hermana María Leonor y se convocaron a un grupo de padres. Como ocurre muchas veces, al principio fue un grupo reducido y a medida que pasaba el tiempo fue creciendo y desde hace unos años ha trascendido a la propia comunidad educativa e incluso vienen padres que no tienen sus hijos en la Villa Malvina. Es un coro integrado por más de sesenta personas.
-¿Cómo hace la selección de voces?
-El coro está abierto a la comunidad y no hago selección de voces. El que quiere cantar, viene y canta. En todo caso me encargo de ayudarlo a cantar. He tenido casos que ni yo puedo creer al nivel que muchos han llegado. No digo que es algo fácil, pero sí que se puede lograr. Algunos tendrán condiciones naturales, pero todos pueden adquirir el dominio de su voz. Si bien afinar es importante, más importante me parece es el poder transmitir. El arte es comunicación y emoción.
-Fue parte de dos obras que conmocionaron a la comunidad: “La Fundación, estamos aquí” y “Fidelio, el perezoso”…
-En esas dos obras fue como tocar el cielo con las manos. Primero porque en la obra “La Fundación”, escrita por Darío Carrazza, desarrollamos un producto de calidad. Y especialmente cuando se trata de teatro o de cantar, siempre me pongo en el lugar del espectador y por eso nada de lo que haga me permito que sea una posibilidad para que el espectador mire la hora. Y con Fidelio fue otro sueño, porque se trata de una obra mía de manera más integral desde el guión, la puesta en escena y las canciones. Claro me he nutrido del aporte generoso y talentoso de Nina Fuentes, de Martín Naeff y de dos ángeles custodios como Roberto Boccalandro y Carrazza, quienes siempre me impulsaron para adelante. Por suerte no estoy sola.
-¿Qué le aporta el arte a la escuela?
-Mucho. Pero para ser más realista me gusta hablar de lo que el arte debería aportarle a la educación, porque nos falta mucho. La función del arte en la escuela es un catalizador, un elemento que permite amalgamar cosas que pueden ser diferentes. Siempre insisto en el concepto: un maestro tiene que ser cantante, porque hablando también se canta. Contando un cuento, también se canta. Un maestro tiene que tener nociones claras de la estética plástica, incluso hasta para corregir. La expresión corporal también es importante. Todo docente, al momento de enfrentar el aula, tiene que asumir su parte artística y esto es para todos, más allá de la materia específica.
-Cómo observa a la ciudad en materia artística…
-Muy fecunda. Especialmente en esta última década se han podido apreciar importantes obras y un gran esfuerzo. Hay muchos y muy buenos artistas. Claro, hay una raíz profunda con los escritores, el carnaval y todo el movimiento. Hace 25 años que vivo en esta ciudad y he observado que hubo un momento donde se vivió una especie de estancamiento, dado que no estamos aislados del contexto de país. Pero desde hace una década, Gualeguaychú viene generando importantes obras y espacios culturales. Hay muchos grupos de teatro, de música… todo el movimiento que se está animando en los barrios… es una siembra a futuro y en esta materia Gualeguaychú enseña.
-¿Y en qué cosas todavía no está al mismo nivel?
-A la hora de tener herramientas para acompañar a los artistas se nota alguna falla. No sé por qué suceden estas cosas. Todos los que estamos vinculados con el teatro la tenemos que remar y arriesgar mucho e imagino que en otras artes debe ocurrir otro tanto. Y es una pena que por factores económicos no se puedan conocer propuestas artísticas locales.
-Le proponemos volver al arte y a la fe. ¿Cómo la conjuga en estos tiempos donde pareciera que no hay tiempo para nada?
-Es cierto que vivimos en una época que tiene la siguiente paradoja: cuanto más estamos involucrados como sociedad en el consumismo, también sentimos la necesidad de una búsqueda espiritual en sus más diversas formas. El arte llena el vacío y genera satisfacción, tal vez no material pero sí de completar la vida.
Identificada con Villa Malvina, también es una persona que trasciende porque hace docencia en cada una de sus propuestas. Y como toda docente de alma, no se cansa de explicar.
Al hablar de su formación, la familia aparece como una primera escuela.
Y así como para todos los católicos la misa es un acto trascendente; en el artista la búsqueda se hace un encuentro, justamente para elevar el alma hacia lo sagrado. He ahí la fe y el arte, para sentir e interpretar el lenguaje del alma.
En el diálogo que sigue, Araceli Musante aborda completamente esa relación y se remite a las enseñanzas recibidas de sus padres y de sus maestros, pero también de sus alumnos y sus pares.
En sus recuerdos no hay efectos u objetos, sino afectos y sujetos.
Hace 25 años que vive en Gualeguaychú, y hay en ella una constante referencia a la comunidad y especialmente a la Villa Malvina, que es su segundo hogar, tal como ella misma lo define.
Y en este constante ir y venir entre el arte y la educación, ella ha encontrado su destino; como frecuentemente dialogan la fe y el arte para alimentar la esperanza.
“No es necesario –enseña Alain Chartier- que el actor sea profesional, sino que quiera comunicar emociones”. Musante pone el punto sobre las “íes” al invitar a todos a poder cantar, que todos pueden al final atravesar las puertas para ingresar al mundo del arte, de las emociones, de lo trascendente.
-Para empezar, sería interesante remitirse a sus primeras formaciones…
-Entonces voy a hablar de mi familia. Soy la menor de seis hermanas mujeres del matrimonio compuesto por Juan Carlos (88 años) y Hebe López (82 años). Mis padres siempre estuvieron relacionados con el arte. Mi padre es arquitecto, escultor y músico del alma porque nunca estudió. Creo que la arquitectura fue para él un canal para desarrollar arte, dado que en su tiempo era muy difícil ser artista. Mi mamá tocaba muy bien el piano y canta muy bien. Mis viejos siguen haciendo música y cantan, pese a sus ochenta y pico de años e incluso mi madre sigue manteniendo una voz muy joven.
-¿Cómo descubre Gualeguaychú?
-Descubrimos Gualeguaychú con mi actual marido, Ignacio Casas, que en aquellos años era mi novio. En 1989 me vine a vivir a esta ciudad. Cantábamos juntos desde muy jóvenes, teníamos aproximadamente 16 años. Sin él no hubiera podido desarrollar nada de lo que he hecho. Algo curioso: también seguimos cantando juntos, actualmente en el coro que dirijo. Bueno, el asunto es que los dos somos de Flores y él se vino a Gualeguaychú cuando todavía no estábamos casados. Vino cuando inició la transmisión Canal del Litoral y apostamos a esta ciudad. En rigor, Buenos Aires nunca nos gustó para vivir y desarrollar una familia. Aunque reconozco que Buenos Aires me ha dado mucho, especialmente en materia de formación a la que estoy muy agradecida.
-¿Hacía música desde pequeña?
-Sí. Tocaba el piano al igual que mi padre: de chiquita y sin haber estudiado de manera formal. Y cuando mis padres observaron que mi veta estaba muy ligada a la música, me enviaron a estudiar durante muchos años con una concertista y más tarde ingresé al Conservatorio Manuel de Falla. En un momento corto con la carrera y la retomo ya viviendo en Gualeguaychú en la Escuela de Música Celia Torrá de Concepción del Uruguay.
-¿Y en el teatro?
-Mi formación de teatro se gestó con Eduardo Abate, que era un psicólogo que hacía teatro y con el cual aprendí mucho. Cuando dejé de trabajar con él, continúe con un sacerdote que se llama Luis Sarlinga y es licenciado en Arte Dramático. Él hacía del teatro una herramienta para evangelizar y fue para mí una propuesta fascinante. Todo esto en Buenos Aires. Y también trabajé en el Seminario Mayor de Devoto, dado que los seminaristas cursaban una materia que era Arte Dramático y tenían que hacer trabajos anuales para superar el miedo escénico. Todas estas experiencias fueron muy valiosas. Aún hoy sigo aprendiendo. El aprendizaje debe ser permanente.
-Hizo referencia al arte y a la fe. ¿Cómo las vincula?
-Creo que es un vínculo dado por la trascendencia. Me siento una persona profundamente religiosa, con lo que abarca la palabra religión. Creo que esta cuestión de poder conectar con la superioridad, especialmente a través del canto, es una maravilla. San Agustín ya enseña que quien canta reza dos veces. Creo que la búsqueda del arte está indicando una sensibilidad.
-La docencia es un aspecto importante de su vida…
-La vocación de maestra es la única que no resignaría. En Buenos Aires daba clases en el Colegio de la Misericordia. Cuando vine a vivir a Gualeguaychú en 1989 comencé a trabajar en Villa Malvina. Comencé como maestra de grado y en la actualidad soy vicedirectora y profesora de Música en la primaria y de todo el ciclo básico de la secundaria.
-En la Villa desarrolló una experiencia coral…
-Siempre sostengo, a manera de agradecimiento, que a la Villa Malvina la considero como un segundo hogar. Y la Villa lo que me ha regalado fue la materia prima para desarrollarme. Así como el alfarero necesita de la arcilla y en mi caso necesito de aquellas personas que facilitan el abrir las puertas hacia el arte. Por eso hemos podido hacer el coro con los alumnos del secundario y hace más de una década tenemos el Coro Sentimientos. En rigor, el Coro Sentimientos nace como una iniciativa de la Hermana María Leonor y se convocaron a un grupo de padres. Como ocurre muchas veces, al principio fue un grupo reducido y a medida que pasaba el tiempo fue creciendo y desde hace unos años ha trascendido a la propia comunidad educativa e incluso vienen padres que no tienen sus hijos en la Villa Malvina. Es un coro integrado por más de sesenta personas.
-¿Cómo hace la selección de voces?
-El coro está abierto a la comunidad y no hago selección de voces. El que quiere cantar, viene y canta. En todo caso me encargo de ayudarlo a cantar. He tenido casos que ni yo puedo creer al nivel que muchos han llegado. No digo que es algo fácil, pero sí que se puede lograr. Algunos tendrán condiciones naturales, pero todos pueden adquirir el dominio de su voz. Si bien afinar es importante, más importante me parece es el poder transmitir. El arte es comunicación y emoción.
-Fue parte de dos obras que conmocionaron a la comunidad: “La Fundación, estamos aquí” y “Fidelio, el perezoso”…
-En esas dos obras fue como tocar el cielo con las manos. Primero porque en la obra “La Fundación”, escrita por Darío Carrazza, desarrollamos un producto de calidad. Y especialmente cuando se trata de teatro o de cantar, siempre me pongo en el lugar del espectador y por eso nada de lo que haga me permito que sea una posibilidad para que el espectador mire la hora. Y con Fidelio fue otro sueño, porque se trata de una obra mía de manera más integral desde el guión, la puesta en escena y las canciones. Claro me he nutrido del aporte generoso y talentoso de Nina Fuentes, de Martín Naeff y de dos ángeles custodios como Roberto Boccalandro y Carrazza, quienes siempre me impulsaron para adelante. Por suerte no estoy sola.
-¿Qué le aporta el arte a la escuela?
-Mucho. Pero para ser más realista me gusta hablar de lo que el arte debería aportarle a la educación, porque nos falta mucho. La función del arte en la escuela es un catalizador, un elemento que permite amalgamar cosas que pueden ser diferentes. Siempre insisto en el concepto: un maestro tiene que ser cantante, porque hablando también se canta. Contando un cuento, también se canta. Un maestro tiene que tener nociones claras de la estética plástica, incluso hasta para corregir. La expresión corporal también es importante. Todo docente, al momento de enfrentar el aula, tiene que asumir su parte artística y esto es para todos, más allá de la materia específica.
-Cómo observa a la ciudad en materia artística…
-Muy fecunda. Especialmente en esta última década se han podido apreciar importantes obras y un gran esfuerzo. Hay muchos y muy buenos artistas. Claro, hay una raíz profunda con los escritores, el carnaval y todo el movimiento. Hace 25 años que vivo en esta ciudad y he observado que hubo un momento donde se vivió una especie de estancamiento, dado que no estamos aislados del contexto de país. Pero desde hace una década, Gualeguaychú viene generando importantes obras y espacios culturales. Hay muchos grupos de teatro, de música… todo el movimiento que se está animando en los barrios… es una siembra a futuro y en esta materia Gualeguaychú enseña.
-¿Y en qué cosas todavía no está al mismo nivel?
-A la hora de tener herramientas para acompañar a los artistas se nota alguna falla. No sé por qué suceden estas cosas. Todos los que estamos vinculados con el teatro la tenemos que remar y arriesgar mucho e imagino que en otras artes debe ocurrir otro tanto. Y es una pena que por factores económicos no se puedan conocer propuestas artísticas locales.
-Le proponemos volver al arte y a la fe. ¿Cómo la conjuga en estos tiempos donde pareciera que no hay tiempo para nada?
-Es cierto que vivimos en una época que tiene la siguiente paradoja: cuanto más estamos involucrados como sociedad en el consumismo, también sentimos la necesidad de una búsqueda espiritual en sus más diversas formas. El arte llena el vacío y genera satisfacción, tal vez no material pero sí de completar la vida.
Por Nahuel Maciel
EL ARGENTINO
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