Diálogo con el juez Marcelo Arnolfi
“Jorge Luis Borges que decía que el mejor maestro es aquel que enseña con el ejemplo”
Marcelo Arnolfi nació el 22 de febrero de 1963 en Gualeguaychú. Hijo de Horacio Arnolfi, que fue docente y productor agropecuario y de Teresa Lenzeati, cursó la escuela primaria en varias instituciones. Primero en la Escuela Segundo Sombra, luego en la Escuela Rocamora y finalmente culminó la primaria en la Escuela Rawson. La secundaria la cursó en la Escuela Normal Olegario Víctor Andrade (Enova).
Actualmente es el titular del Juzgado de Primera Instancia en lo Civil y Comercial Nº 2.
Por su juzgado han pasado causas que han tenido previamente una conmoción colectiva como el caso del fallido barrio náutico Amarras que impulsaba ilegalmente la empresa Altos de Unzué en Pueblo General Belgrano. En el diálogo que mantuvo con EL ARGENTINO, Arnolfi comparte algunas de sus preocupaciones como el sentido de pertenencia, pero fundamentalmente la necesidad de respetar la ley. Como ejemplo simple sostiene que nadie –por más dinero que tenga- puede pretender desviar un río; o si una empresa realiza un emprendimiento de envergadura deberá contar con un seguro ambiental.
Pero, Arnolfi –fiel a su estilo- va más allá de esta situación y plantea que la sociedad si aspira a tener un futuro, deberá jerarquizar integralmente a la educación en todos sus niveles. Como un espejo que es oportuno mirarse, valora que muchas de las improntas que caracterizan de manera positiva a Gualeguaychú, se deben en parte a la calidad los profesores de la escuela secundaria que tuvo su generación. “La nuestra es una ciudad que tiene muchas inquietudes. Y en mi criterio, creo que esa actitud o característica tiene su nacimiento en la calidad de muchos profesores del nivel secundario -que en el caso de mi generación- han tenido una influencia decisiva en la construcción de valores”, sostendrá tributando también a la cultura del agradecimiento.
-¿Cómo llega a la abogacía?
-Fui el primer estudiante universitario de mi casa. Pero no llego por vocación. Sabía que me gustaban las Ciencias Sociales, la Historia, la Geografía… incluso los test vocacionales que en ese momento me hice me aconsejaban estudiar algo que no tuviera nada que ver con las Matemáticas. Así fui madurando la posibilidad de estudiar Abogacía. Algunos compañeros ya habían elegido la carrera y se iban a estudiar a La Plata y me inscribí en 1981.
-¿Era inscripción directa o había que rendir examen de ingreso?
-Había que rendir examen de ingreso y era muy estricto y exigente. En ese momento se presentaban aproximadamente cuatro mil estudiantes para ingresar a Abogacía y sólo había vacantes para doscientos. Fue difícil poder ingresar. Me recibí en 1987.
-¿Se recibió de abogado y decidió regresar a Gualeguaychú?
-No. En principio me quedé trabajando en un estudio jurídico importante de La Plata. Aclaro que es el mismo estudio jurídico en el que ya trabajaba desde prácticamente el inicio de mi carrera universitaria, porque ingresé en ese lugar en 1982. Fue por circunstancias familiares que decidí regresar a Gualeguaychú.
-¿Y a la Justicia cómo decide ingresar?
-También por factores azarosos, si se quiere. Había un juez, el doctor Juan José Britos, justamente en este mismo juzgado. El ofrecimiento era si quería ingresar para colaborar en la confección de proyectos de sentencias. Era una época que el juzgado tenía mucho trabajo y había mucho retraso. Lo que me ofrecían era lo que me gustaba hacer y de hecho era lo que hacía en La Plata. Ingresé como secretario suplente hasta que se hizo el concurso correspondiente y luego quedé como titular. Esto fue más o menos en 1988.
-¿Y como juez?
-Como juez estuve dos veces. La primera vez fue un interinato muy corto en 1994, creo que fueron ocho meses y tenía en ese entonces 29 años de edad. Luego el Superior Tribunal de Justicia me nombró en diferentes lugares: fui fiscal y después defensor de pobres y menores durante bastante tiempo. Y cuando se estaba tramitando la quiebra de Goldaracena, el juez asciende a camarista y me proponen para resolver ese asunto y fui interinamente juez. Cuando se cumple o finaliza esa etapa, retomé la carrera por decirlo de algún modo, hasta 1996 cuando renuncio para incursionar nuevamente en la profesión de abogado.
-¿Y luego qué pasó?
-Estuve ejerciendo la profesión hasta 2010. Y por concurso ingresé para ocupar este juzgado.
-Son vocaciones diferentes las de abogado y la de juez…
-En algunos aspectos se parecen y en otros se diferencian. La búsqueda de la equidad, de lo justo, la búsqueda de un punto racional que permita a las partes solucionar sus disputas… en ese camino se es coincidente.
-El abogado suele tener el vicio del pleito. ¿Eso significa que es amante del conflicto?
-En mi caso personal, donde me reconozco con herramientas para pleitear, soy enemigo del conflicto. Tuve buenos maestros que me enseñaron que lo deseable es que el conflicto no llegue a la Justicia y pueda resolverse de manera “amigable” si cabe el término. Y en términos más colectivos, tenemos que tomar conciencia que la nuestra es una sociedad nueva. Quien haya recorrido algunas culturas, observará que en otros países hay otra forma de disuadir y solucionar los conflictos que todavía aquí no existen.
-A diferencia de otras jurisdicciones, la Justicia de Gualeguaychú demostró tener un fuerte compromiso ambiental tanto en materia penal (con los agrotóxicos y las fumigaciones) como en el Civil (el caso Amarras).
-De alguna forma esa lectura hace un reconocimiento a la propia historia de Gualeguaychú. La nuestra es una ciudad que tiene muchas inquietudes. Y en mi criterio, creo que esa actitud o característica tiene su nacimiento en la calidad de muchos profesores del nivel secundario -que en el caso de mi generación- han tenido una influencia decisiva en la construcción de valores. Recuerdo, para decir algunos nombres sin ser injustos con otros, a la profesora Blanca Rebagliatti, que como profesora de Historia era muy exigente, pero era una maestra en toda la extensión de ese concepto. Cuando en la universidad tuve que hablar de Historia, me fue algo sencillo, porque tuve a una de las mejores profesoras de mi historia como estudiante. Pero puedo nombrar a más personas. Lo que quiero señalar es que la influencia de esos docentes es clara para que Gualeguaychú hoy sea caracterizada con una diversidad de oportunidades para su desarrollo porque es industrial, comercial, de servicio, agropecuaria, turística, etcétera. Y además como sociedad es muy participativa y exigente. Por eso no es casualidad que el tema ambiental se haya despertado como de gran interés en todo el país, en parte gracias a la participación y entereza que tuvieron los vecinos de Gualeguaychú frente al conflicto pastero.
-¿Se quedó pensando?
-Estaba pensando justamente en esta experiencia. Porque por primera vez, un grupo de vecinos le dice de manera contundente e innegociable que no a dos gobiernos nacionales y a una empresa multinacional como Botnia (UPM). Y ese “no” lo expresan ciudadanos comunes ante un poder que se presenta como hegemónico. Ya más en la coyuntura, de la realidad actual política a nivel nacional, si se quiere surgió en el Teatro Gualeguaychú cuando la UCR hizo su convención nacional para aprobar la alianza con el PRO. Entonces cuando se recapitula, encontrará que Gualeguaychú es una ciudad donde existe un poco de magia y donde las inquietudes se reúnen para fortalecerse entre ellas. Por eso se siente mucho orgullo ser de Gualeguaychú. Ésta es una gran ciudad.
-Se habla mucho (y se hace poco) acerca de la importancia de la educación para el desarrollo de una persona y de un pueblo. Hoy es muy difícil que alguien hable de manera elogiosa de sus actuales maestros, al menos en los términos que lo hizo usted…
-Es una situación muy preocupante y la debemos abordar entre todos. No se puede dilatar el tiempo para este abordaje integral. Tengo una opinión personal y tal vez moleste a algunos: pero estoy convencido que la sociedad progresará en la medida que se jerarquice –y hablo de mucha jerarquización- a la educación. El maestro no enseña solamente transmitiendo conocimientos teóricos. Recuerdo haber leído a Jorge Luis Borges que decía que el mejor maestro es aquel que enseña con el ejemplo. Y desde hace muchos años venimos observando que cuando los ciclos escolares no comienzan por el tira y afloje por el tema salarial. Y en este marco hay que convenir que el dictar clases es un servicio esencial para los ciudadanos y se debe encontrar otro mecanismo para llevar adelante esa disputa salarial, de modo que no afecte el acceso a la educación. Esto es un desafío tanto para los gremios como para los gobiernos. Y aclaro que cuando hablo de jerarquizar a la educación incluyo el concepto de que al docente se le debe pagar muy bien por su servicio, justamente porque se trata de un servicio trascendente para el desarrollo de un pueblo.
-Junto con esto se observa que esta época se caracteriza por la pérdida de la autoridad social, por ejemplo, que hoy tiene un docente… pero también un médico, un juez. Antes, su padre le podía decir “Marcelo, no discutas más… lo dice el diario”. Hoy su hijo le señala que si lo dicen los medios hay que desconfiar.
-Es cierto: todos de alguna manera hemos perdido esa autoridad social que era tan importante para generar confianza, y crecer junto al otro. Pero insisto: no puede ser que no se tomen previsiones, porque en cada ciclo lectivo pasa lo mismo y desde hace décadas. Y lo otro es que cada gobierno viene con su plan de estudio que altera trayectorias educativas.
-¿Cómo le impactan algunos conflictos de conmoción colectiva que pasan por su escritorio de juez? ¿Puede abstraerse de esa conmoción colectiva para impartir justicia?
-Vemos a diario protestas por diversas cuestiones. Es cierto que lo que pasa en la calle, ingresa a los despachos. En el caso mío vinculado al conflicto colectivo del barrio náutico Amarras, no he hecho otra cosa que explicar y hacer cumplir lo que dicen las leyes vigentes y los mandatos constitucionales tanto nacionales como provinciales y los tratados internacionales. Como juez no tuve que legislar nada. Las leyes son claras en sus presupuestos mínimos ambientales y exigen una serie de condiciones elementales que todo proyecto debe contemplar.
-¿Puede dar algunos ejemplos concretos?
-Para un proyecto de esa envergadura la ley establece y ordena que se debe contar con un seguro ambiental. Por más dinero que un empresario tenga, no puede desviar un río. Eso está prohibido.
-Usted lo explica de una manera muy simple. Sin embargo, a la hora de plantearse el conflicto, los intereses en pugna tornan más difusas a esas razones tan obvias…
-En todo caso puede tener algún viso de difuso porque alguien no quiere apegarse a la ley. Hay que convenir que como sociedad no somos muy respetuosos de la ley y tampoco nos gusta respetar la ley. Incluso, volvemos al ejemplo, quienes deben darlo no lo hacen.
-Está claro que el Estado somos todos; pero son un puñado de personas las que toman decisiones en nombre de todos. Y se observa que no pasa nada si esas decisiones están reñidas con la ley. Así, el Estado lejos de arrebatar el conflicto, lo genera.
-Es un tema controversial, pero muy actual. Cuando un funcionario deja de cobrarle ocho mil millones de pesos por impuestos a una empresa, nos está perjudicando a todos, a cada uno de nosotros. Y simultáneamente que pasa esto, se persigue hasta la ejecución a alguien que tenía un kiosco o un almacén. Es decir, la misma Administración Federal de Ingresos Públicos (Afip) tenía planes generosos para unos pocos y no era tan generosa con los más desposeídos. O en otras palabras, era débil con los “poderosos” y se presentaba poderosa ante los más débiles. Alguna vez se deberá dejar de perseguir solamente al ladrón de gallinas y los “poderosos” deberían rendir cuentas de sus acciones. Esto es parte también de la decadencia que nos embarga como sociedad.
-El juez penal suele tener más espacios en los medios masivos de comunicación, si se quiere porque aborda cuestiones “más calientes” de la sociedad. Sin embargo, el fuero Civil y Comercial, pese a tener menos prensa, también aborda cuestiones esenciales para vivir en sociedad. Se dirimen patrimonios, situaciones civiles… que son trascendentes para la vida cotidiana.
-Es así. Y como usted señala, aquí se tramitan conflictos que no tienen la misma entidad que los del fuero penal, pero no por eso dejan de ser menos trascendentes. Y hay una particularidad en este tema: a nivel periodístico puede llamar más la atención la historia rodeada de situaciones límites que otras. Aquí se sustancias más de tres mil causas, en las que se resuelven responsabilidades ante innumerables daños y perjuicios o siniestros viales que fueron comentarios en la comunidad, no son tan preocupantes como las que se dirimen en el caso penal. Pero es cierto que la Justicia Civil soluciona miles de problemas y es evidente que lo hace bien, porque en caso contrario aparecería criticada.
EL ARGENTINO
Actualmente es el titular del Juzgado de Primera Instancia en lo Civil y Comercial Nº 2.
Por su juzgado han pasado causas que han tenido previamente una conmoción colectiva como el caso del fallido barrio náutico Amarras que impulsaba ilegalmente la empresa Altos de Unzué en Pueblo General Belgrano. En el diálogo que mantuvo con EL ARGENTINO, Arnolfi comparte algunas de sus preocupaciones como el sentido de pertenencia, pero fundamentalmente la necesidad de respetar la ley. Como ejemplo simple sostiene que nadie –por más dinero que tenga- puede pretender desviar un río; o si una empresa realiza un emprendimiento de envergadura deberá contar con un seguro ambiental.
Pero, Arnolfi –fiel a su estilo- va más allá de esta situación y plantea que la sociedad si aspira a tener un futuro, deberá jerarquizar integralmente a la educación en todos sus niveles. Como un espejo que es oportuno mirarse, valora que muchas de las improntas que caracterizan de manera positiva a Gualeguaychú, se deben en parte a la calidad los profesores de la escuela secundaria que tuvo su generación. “La nuestra es una ciudad que tiene muchas inquietudes. Y en mi criterio, creo que esa actitud o característica tiene su nacimiento en la calidad de muchos profesores del nivel secundario -que en el caso de mi generación- han tenido una influencia decisiva en la construcción de valores”, sostendrá tributando también a la cultura del agradecimiento.
-¿Cómo llega a la abogacía?
-Fui el primer estudiante universitario de mi casa. Pero no llego por vocación. Sabía que me gustaban las Ciencias Sociales, la Historia, la Geografía… incluso los test vocacionales que en ese momento me hice me aconsejaban estudiar algo que no tuviera nada que ver con las Matemáticas. Así fui madurando la posibilidad de estudiar Abogacía. Algunos compañeros ya habían elegido la carrera y se iban a estudiar a La Plata y me inscribí en 1981.
-¿Era inscripción directa o había que rendir examen de ingreso?
-Había que rendir examen de ingreso y era muy estricto y exigente. En ese momento se presentaban aproximadamente cuatro mil estudiantes para ingresar a Abogacía y sólo había vacantes para doscientos. Fue difícil poder ingresar. Me recibí en 1987.
-¿Se recibió de abogado y decidió regresar a Gualeguaychú?
-No. En principio me quedé trabajando en un estudio jurídico importante de La Plata. Aclaro que es el mismo estudio jurídico en el que ya trabajaba desde prácticamente el inicio de mi carrera universitaria, porque ingresé en ese lugar en 1982. Fue por circunstancias familiares que decidí regresar a Gualeguaychú.
-¿Y a la Justicia cómo decide ingresar?
-También por factores azarosos, si se quiere. Había un juez, el doctor Juan José Britos, justamente en este mismo juzgado. El ofrecimiento era si quería ingresar para colaborar en la confección de proyectos de sentencias. Era una época que el juzgado tenía mucho trabajo y había mucho retraso. Lo que me ofrecían era lo que me gustaba hacer y de hecho era lo que hacía en La Plata. Ingresé como secretario suplente hasta que se hizo el concurso correspondiente y luego quedé como titular. Esto fue más o menos en 1988.
-¿Y como juez?
-Como juez estuve dos veces. La primera vez fue un interinato muy corto en 1994, creo que fueron ocho meses y tenía en ese entonces 29 años de edad. Luego el Superior Tribunal de Justicia me nombró en diferentes lugares: fui fiscal y después defensor de pobres y menores durante bastante tiempo. Y cuando se estaba tramitando la quiebra de Goldaracena, el juez asciende a camarista y me proponen para resolver ese asunto y fui interinamente juez. Cuando se cumple o finaliza esa etapa, retomé la carrera por decirlo de algún modo, hasta 1996 cuando renuncio para incursionar nuevamente en la profesión de abogado.
-¿Y luego qué pasó?
-Estuve ejerciendo la profesión hasta 2010. Y por concurso ingresé para ocupar este juzgado.
-Son vocaciones diferentes las de abogado y la de juez…
-En algunos aspectos se parecen y en otros se diferencian. La búsqueda de la equidad, de lo justo, la búsqueda de un punto racional que permita a las partes solucionar sus disputas… en ese camino se es coincidente.
-El abogado suele tener el vicio del pleito. ¿Eso significa que es amante del conflicto?
-En mi caso personal, donde me reconozco con herramientas para pleitear, soy enemigo del conflicto. Tuve buenos maestros que me enseñaron que lo deseable es que el conflicto no llegue a la Justicia y pueda resolverse de manera “amigable” si cabe el término. Y en términos más colectivos, tenemos que tomar conciencia que la nuestra es una sociedad nueva. Quien haya recorrido algunas culturas, observará que en otros países hay otra forma de disuadir y solucionar los conflictos que todavía aquí no existen.
-A diferencia de otras jurisdicciones, la Justicia de Gualeguaychú demostró tener un fuerte compromiso ambiental tanto en materia penal (con los agrotóxicos y las fumigaciones) como en el Civil (el caso Amarras).
-De alguna forma esa lectura hace un reconocimiento a la propia historia de Gualeguaychú. La nuestra es una ciudad que tiene muchas inquietudes. Y en mi criterio, creo que esa actitud o característica tiene su nacimiento en la calidad de muchos profesores del nivel secundario -que en el caso de mi generación- han tenido una influencia decisiva en la construcción de valores. Recuerdo, para decir algunos nombres sin ser injustos con otros, a la profesora Blanca Rebagliatti, que como profesora de Historia era muy exigente, pero era una maestra en toda la extensión de ese concepto. Cuando en la universidad tuve que hablar de Historia, me fue algo sencillo, porque tuve a una de las mejores profesoras de mi historia como estudiante. Pero puedo nombrar a más personas. Lo que quiero señalar es que la influencia de esos docentes es clara para que Gualeguaychú hoy sea caracterizada con una diversidad de oportunidades para su desarrollo porque es industrial, comercial, de servicio, agropecuaria, turística, etcétera. Y además como sociedad es muy participativa y exigente. Por eso no es casualidad que el tema ambiental se haya despertado como de gran interés en todo el país, en parte gracias a la participación y entereza que tuvieron los vecinos de Gualeguaychú frente al conflicto pastero.
-¿Se quedó pensando?
-Estaba pensando justamente en esta experiencia. Porque por primera vez, un grupo de vecinos le dice de manera contundente e innegociable que no a dos gobiernos nacionales y a una empresa multinacional como Botnia (UPM). Y ese “no” lo expresan ciudadanos comunes ante un poder que se presenta como hegemónico. Ya más en la coyuntura, de la realidad actual política a nivel nacional, si se quiere surgió en el Teatro Gualeguaychú cuando la UCR hizo su convención nacional para aprobar la alianza con el PRO. Entonces cuando se recapitula, encontrará que Gualeguaychú es una ciudad donde existe un poco de magia y donde las inquietudes se reúnen para fortalecerse entre ellas. Por eso se siente mucho orgullo ser de Gualeguaychú. Ésta es una gran ciudad.
-Se habla mucho (y se hace poco) acerca de la importancia de la educación para el desarrollo de una persona y de un pueblo. Hoy es muy difícil que alguien hable de manera elogiosa de sus actuales maestros, al menos en los términos que lo hizo usted…
-Es una situación muy preocupante y la debemos abordar entre todos. No se puede dilatar el tiempo para este abordaje integral. Tengo una opinión personal y tal vez moleste a algunos: pero estoy convencido que la sociedad progresará en la medida que se jerarquice –y hablo de mucha jerarquización- a la educación. El maestro no enseña solamente transmitiendo conocimientos teóricos. Recuerdo haber leído a Jorge Luis Borges que decía que el mejor maestro es aquel que enseña con el ejemplo. Y desde hace muchos años venimos observando que cuando los ciclos escolares no comienzan por el tira y afloje por el tema salarial. Y en este marco hay que convenir que el dictar clases es un servicio esencial para los ciudadanos y se debe encontrar otro mecanismo para llevar adelante esa disputa salarial, de modo que no afecte el acceso a la educación. Esto es un desafío tanto para los gremios como para los gobiernos. Y aclaro que cuando hablo de jerarquizar a la educación incluyo el concepto de que al docente se le debe pagar muy bien por su servicio, justamente porque se trata de un servicio trascendente para el desarrollo de un pueblo.
-Junto con esto se observa que esta época se caracteriza por la pérdida de la autoridad social, por ejemplo, que hoy tiene un docente… pero también un médico, un juez. Antes, su padre le podía decir “Marcelo, no discutas más… lo dice el diario”. Hoy su hijo le señala que si lo dicen los medios hay que desconfiar.
-Es cierto: todos de alguna manera hemos perdido esa autoridad social que era tan importante para generar confianza, y crecer junto al otro. Pero insisto: no puede ser que no se tomen previsiones, porque en cada ciclo lectivo pasa lo mismo y desde hace décadas. Y lo otro es que cada gobierno viene con su plan de estudio que altera trayectorias educativas.
-¿Cómo le impactan algunos conflictos de conmoción colectiva que pasan por su escritorio de juez? ¿Puede abstraerse de esa conmoción colectiva para impartir justicia?
-Vemos a diario protestas por diversas cuestiones. Es cierto que lo que pasa en la calle, ingresa a los despachos. En el caso mío vinculado al conflicto colectivo del barrio náutico Amarras, no he hecho otra cosa que explicar y hacer cumplir lo que dicen las leyes vigentes y los mandatos constitucionales tanto nacionales como provinciales y los tratados internacionales. Como juez no tuve que legislar nada. Las leyes son claras en sus presupuestos mínimos ambientales y exigen una serie de condiciones elementales que todo proyecto debe contemplar.
-¿Puede dar algunos ejemplos concretos?
-Para un proyecto de esa envergadura la ley establece y ordena que se debe contar con un seguro ambiental. Por más dinero que un empresario tenga, no puede desviar un río. Eso está prohibido.
-Usted lo explica de una manera muy simple. Sin embargo, a la hora de plantearse el conflicto, los intereses en pugna tornan más difusas a esas razones tan obvias…
-En todo caso puede tener algún viso de difuso porque alguien no quiere apegarse a la ley. Hay que convenir que como sociedad no somos muy respetuosos de la ley y tampoco nos gusta respetar la ley. Incluso, volvemos al ejemplo, quienes deben darlo no lo hacen.
-Está claro que el Estado somos todos; pero son un puñado de personas las que toman decisiones en nombre de todos. Y se observa que no pasa nada si esas decisiones están reñidas con la ley. Así, el Estado lejos de arrebatar el conflicto, lo genera.
-Es un tema controversial, pero muy actual. Cuando un funcionario deja de cobrarle ocho mil millones de pesos por impuestos a una empresa, nos está perjudicando a todos, a cada uno de nosotros. Y simultáneamente que pasa esto, se persigue hasta la ejecución a alguien que tenía un kiosco o un almacén. Es decir, la misma Administración Federal de Ingresos Públicos (Afip) tenía planes generosos para unos pocos y no era tan generosa con los más desposeídos. O en otras palabras, era débil con los “poderosos” y se presentaba poderosa ante los más débiles. Alguna vez se deberá dejar de perseguir solamente al ladrón de gallinas y los “poderosos” deberían rendir cuentas de sus acciones. Esto es parte también de la decadencia que nos embarga como sociedad.
-El juez penal suele tener más espacios en los medios masivos de comunicación, si se quiere porque aborda cuestiones “más calientes” de la sociedad. Sin embargo, el fuero Civil y Comercial, pese a tener menos prensa, también aborda cuestiones esenciales para vivir en sociedad. Se dirimen patrimonios, situaciones civiles… que son trascendentes para la vida cotidiana.
-Es así. Y como usted señala, aquí se tramitan conflictos que no tienen la misma entidad que los del fuero penal, pero no por eso dejan de ser menos trascendentes. Y hay una particularidad en este tema: a nivel periodístico puede llamar más la atención la historia rodeada de situaciones límites que otras. Aquí se sustancias más de tres mil causas, en las que se resuelven responsabilidades ante innumerables daños y perjuicios o siniestros viales que fueron comentarios en la comunidad, no son tan preocupantes como las que se dirimen en el caso penal. Pero es cierto que la Justicia Civil soluciona miles de problemas y es evidente que lo hace bien, porque en caso contrario aparecería criticada.
Por Nahuel Maciel
EL ARGENTINO
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