Diálogo con Oscar Casenave, músico de su pueblo
“Siempre digo que vengo con el corazón y por eso siempre digo las cosas con el alma”
Hugo Omar Casenave nació el 28 de julio de 1955. Es el quinto de seis hermanos. Proviene de una familia de trabajadores. Es padre de dos hijas (María Evangelina, 33 años; y María Carolina, 31 años). Y abuelo de un nieto de un año y medio.
Casenave es un reconocido músico folklorista, su arte es más de intérprete que de creación y ha marcado un estilo impar arriba de los escenarios.
Su otro oficio es el de peluquero, que el próximo año cumplirá cuatro décadas en ese otro arte del peine y la tijera.
En el diálogo que mantuvo con EL ARGENTINO, repasa sus inicios en ambos oficios; pero también ofrece una mirada cargada de futuro para que la música –y con ella el arte en general- siga siendo parte de todos los días de las personas. “La música, sea cual fuera su ritmo o su origen, salva el alma. No podríamos vivir sin canciones, sin poesía, en definitiva, sin arte”, sostendrá en un momento para dar cuenta de la importancia que hay que darle a cada momento para que la trascendencia también sea algo cotidiano.
-Primero comparta un recuerdo de infancia, al azar…
-Entonces voy a comenzar por mi hogar. Mi padre tuvo muchos años comercio. Más precisamente un bar. Y mi madre trabajaba a la par de él, haciendo milanesas. Ese bar se llamaba “El Rancho de Andrés” y quedaba en la Antigua Del Valle (hoy Julio Irazusta) al Sur, en el conocido barrio Pereda. Era una zona de chacras y en el barrio todas las familias tenían quintas. Era una época en donde todos nos conocíamos… hoy ya no es tan así.
-¿Dónde cursó sus estudios?
-La primaria la cursé en la Escuela N° 79, que creo que también le han cambiado el número a la escuela. No alcancé a terminar la primaria, porque me dediqué a trabajar. De los seis hermanos, uno sólo llegó a la universidad, Andrés (que es el mayor de los varones), y que es arquitecto.
-Hoy su oficio es peluquero y músico…
-De acuerdo al día y al estado de ánimo es en ese orden, sino al revés. Como peluquero cumpliré el año que viene cuarenta años en este oficio y hace casi treinta años que estoy en Presidente Perón, casi Urquiza.
¿Y a la música cómo llegó?
-La música me llegó desde la cuna. Mi padre, que se llamaba Andrés Jesús, era un gran cantor, especialmente de tango. Le encantaba el repertorio de Agustín Magaldi y generalmente era acompañado por cuatro guitarras. Y de gurí chico ya andaba en esos entreveros y en donde había tango o folklore siempre había una guitarra a mano. Recuerdo que al bar de mi padre llegaban cantores de todos lados y se amanecía cantando. Era una parada casi obligada para los músicos. Y como ya dije, andaba en ese ambiente y aprendiendo canciones “en el aire”.
-Así conoció el arte de la guitarra…
-Ese es un conocimiento que se va adquiriendo todos los días. Pero mis primeros pasos con la guitarra fueron a tientas. Ya de más adolescente, me enseñó Edgardo “Gucho” Collazzo. Más tarde tuve la suerte de conocer a Rubén Peruzzo, que me acompañó mucho como músico y con él aprendí también a ser un poco más disciplinado.
-¿Y su repertorio?
-En aquellos principios me gustaba mucho Horacio Guaraní. Y aprendí mirando, “de oído” y de mucho practicar. Mi padre tenía una guitarra “Antigua Casa Núñez” que sonaba hermosa y de vez en cuando se la pedía sin permiso. Él se daba cuenta, pero no me decía nada. Más tarde, mi padre me regaló una guitarra. Fue cuando cumplí 18 años, porque él me apoyaba en esto de la música.
-¿Cuándo comenzó a “pisar” escenarios?
-Mi primera presentación fue en Juventud Unidad. Habré tenido 18-19 años y me acompañaba Collazzo. Después participé en tres Abrazos Celeste y Blanco, que fue una instancia importante para mí, porque era cantarle a mi pueblo. Luego tuve la suerte de conocer a Lorenzo Macías, un gran autor folklórico y muy enamorado de la tierra entrerriana. Incursioné en muchos temas de él, a tal punto que en 1984 cuando hice mi primer disco como decíamos entonces, la mayoría de ese repertorio le pertenecía a Lorenzo Macías. Para mí fue un honor que él me diera ese consentimiento. También interpreté muchos temas del maestro Linares Cardozo, a quien también frecuenté y del que me sentí siempre su amigo. Un maestro en toda su extensión y una persona también muy generosa a la hora de compartir. Fue una época maravillosa porque también conocí a Santos Tala y a tantos otros.
-¿Cuántas grabaciones hizo?
-Tengo cuatro discos, todos hechos con mucho esfuerzo. El primero fue “El canto del cardenal”, el segundo fue “Soy del sur litoral”; luego le siguieron “A mis pagos” y la última fue “Cantor de mi pueblo”, que lleva el título de una poesía hermosa de Guillermo Santos Ledri y la música le pertenece a Delia María Espósito, una mujer muy generosa y maravillosa. Con ella formamos el “Dúo Ñandé” junto a Juan Carlos Villagra y músicos de la talla de Jorge Reynoso. Y antes de ese dúo integré “Gualeguaychú Cuatro”, con Agustín Perló y Jesús “Tío Beto” Rodríguez y Juan Carlos Villagra.
-En 1997 participó de un Cosquín como solista…
-Fue una experiencia inolvidable el pisar el escenario Atahualpa Yupanqui y ser parte de una de sus lunas. De ese Cosquín me traje un hermoso regalo para la vida, porque al bajar del escenario, como a las tres de la mañana, una mujer que andaba ya con bastón me felicitó y me dio un beso: era Norma Viola. Si bien uno se sube al escenario de Cosquín para obtener un premio, en mi caso lo más esencial era poderle cantar a mi pueblo desde ese lugar.
-¿Y el oficio de peluquero cómo lo aprendió?
-Igual que la guitarra: mirando y preguntando. Con la música tenía antecedentes por mi padre, pero en mis ancestros no hay nadie que haya sido peluquero. A los 18 años trabajo en una empresa de camiones, luego hago el servicio militar obligatorio y estuve un par de meses en la Supervisión del Frigorífico para luego trabajar como colectivero en la Línea 2 de Rubén Peruzzo. Recuerdo algo importante: en aquellos años todavía funcionaba la famosa “Fábrica” como le decían al Frigorífico y tuve oportunidad para ingresar a ese plantel. Y opté por aprender peluquería y ser independiente.
-¿Pero cómo aprendió?
-En aquellos años iba a la peluquería de José Emilio “Cacha” Velázquez y Oscar Benítez. Considero que ambos fueron mis maestros en este oficio. Ellos me daban permiso para mirar mientras cortaban el pelo; más tarde me prestaron una máquina manual para aprender a manejar y ablandar los dedos. Así estuve varios meses largos siguiendo sus consejos de cómo manejar el peine, los cuidados que había que tener con la tijera, el saber hablar con los clientes, el saber interpretar lo que el cliente quiere. Tanto “Cacha” como Oscar me tuvieron una paciencia infinita… y siempre les estaré muy agradecido.
-Y así decidió emprender el oficio solo…
-Luego de unos meses me animé. Un tío mío, Roberto Casenave, fue mi primera víctima y si se quiere una prueba de fuego. Luego empecé a recorrer el Asilo de Ancianos, la Pesquería y tantos otros lugares. Cortaba gratis… para aprender. Tenía una moto pequeña y con ella recorría la ciudad buscando clientes. Incluso tuve la suerte de cortar durante diez años a la policía en la Jefatura y en las comisarías. Por eso soy un agradecido de toda esa gente que me ayudó a independizarme.
-El folklore entrerriano no tiene mucha difusión nacional…
-Es así y es lamentable que el folklore entrerriano no haya tenido nunca ni tenga ahora espacio en la difusión. De todos modos, me siento feliz con el folklore entrerriano y litoraleño. La identidad entrerriana es tan diversa y tan auténtica al mismo tiempo y ahí reside su riqueza. Cuando salgo cantando “El Cardenal”, “Costeando el tajamar” o tantas otras canciones, me siento pleno de humanidad. Lamentablemente no tiene mucha difusión, en comparación con otras regiones del país.
-Se quedó pensando…
-Pensaba que la música, sea cual fuera su ritmo o su origen, salva el alma. No podríamos vivir sin canciones, sin poesía, en definitiva, sin arte. Si alguien lee estas palabras, que piense si podría vivir sin apreciar el arte. Imposible o no sería vida. En mi caso, la música es una fiel compañera de mis estados de ánimo sean de nostalgias, de felicidad, de tristezas o de esperanzas. La música y mis emociones siempre van de la mano. El maestro Linares decía que la música refresca el alma. Y aunque a veces no agarre la guitarra, todos los días me sorprendo cantando y cuando no canto, estoy escuchando canciones.
-El oficio de músico y el de peluquero son dos características de su vida…
-Son dos oficios muy importantes y gracias a los cuales he conocido grandes amigos en la vida. A los dos oficios los aprendí con mucha paciencia y gracias a la generosidad de quienes me tuvieron paciencia. Por eso a los dos oficios le estoy agradecido. Claro que la música es algo más trascendental para mi vida; pero igualmente el oficio de peluquero, por ser tan cotidiano también se me ha vuelto casi sagrado porque me brinda el sustento. Con ambos oficios me siento plenamente feliz.
-¿Cómo observa el movimiento musical en la ciudad?
-No soy mucho de observar, pero me entusiasma que haya tantos jóvenes comprometidos con el folklore, con las danzas, con la música, con el arte en general. En ese sentido, Gualeguaychú es una sociedad de muy buenos artistas. Es indudable que hay un movimiento de jóvenes que viene pisando fuerte. Por eso siempre digo que aquel que tenga talento, hay que ayudarlo, no debe quedar solo. A veces sueño con que alguien arme una gran juntada con los consagrados y con los nuevos. Una especie de gran festival local donde todos puedan pasar por el escenario para cantarles a sus vecinos.
-¿Nunca pensó en enseñar esto que aprendió?
-No sé ni para mí, no me atrevería a enseñar. Yo me las rebusco. Cuando subo al escenario, siempre digo que vengo con el corazón y por eso siempre digo las cosas con el alma. A veces se me quiebra la voz, pero es por la emoción que me invade. Es que todo lo hago con emoción… hasta un corte de pelo.
La historia de la cuna
Dice Omar Casenave. “Hay una historia. Cuando nace mi hija mayor, le compro una cuna de madera. La usó ella y luego la hermana. Esa cuna anduvo prestada durante muchos años en familias amigas. Y con los años, esa cuna regresa a mi casa”.
“Cuando nace mi nieto, esa cuna vuelve a cuidar el sueño de un niño. Y eso me inspiró lo siguiente”:
“Hoy es una realidad / el sueño que ayer tenía / mecer otra vez la cuna / donde mi niña dormía. // El mañana es esperanza / todo tiene color nuevo / porque el milagro que acuno / un día me dirá: abuelo. // Nueve meses de esperanzas / nueve meses, nueve lunas / y unos ojitos de cielo / son dueños de la ternura. // Sueña, sueña, principito / con estrellas, con la luna / mientras con una sonrisa / mi niña, mece la cuna. // El correrá de mi mano / yo aprenderé de sus juegos / volveré a sentirme niño / pero con alma de abuelo. // Remontaré barriletes / con cartas que irán al cielo / Yo cantaré con mi nieto / él sonreirá con su abuelo”.
Por Nahuel Maciel
Casenave es un reconocido músico folklorista, su arte es más de intérprete que de creación y ha marcado un estilo impar arriba de los escenarios.
Su otro oficio es el de peluquero, que el próximo año cumplirá cuatro décadas en ese otro arte del peine y la tijera.
En el diálogo que mantuvo con EL ARGENTINO, repasa sus inicios en ambos oficios; pero también ofrece una mirada cargada de futuro para que la música –y con ella el arte en general- siga siendo parte de todos los días de las personas. “La música, sea cual fuera su ritmo o su origen, salva el alma. No podríamos vivir sin canciones, sin poesía, en definitiva, sin arte”, sostendrá en un momento para dar cuenta de la importancia que hay que darle a cada momento para que la trascendencia también sea algo cotidiano.
-Primero comparta un recuerdo de infancia, al azar…
-Entonces voy a comenzar por mi hogar. Mi padre tuvo muchos años comercio. Más precisamente un bar. Y mi madre trabajaba a la par de él, haciendo milanesas. Ese bar se llamaba “El Rancho de Andrés” y quedaba en la Antigua Del Valle (hoy Julio Irazusta) al Sur, en el conocido barrio Pereda. Era una zona de chacras y en el barrio todas las familias tenían quintas. Era una época en donde todos nos conocíamos… hoy ya no es tan así.
-¿Dónde cursó sus estudios?
-La primaria la cursé en la Escuela N° 79, que creo que también le han cambiado el número a la escuela. No alcancé a terminar la primaria, porque me dediqué a trabajar. De los seis hermanos, uno sólo llegó a la universidad, Andrés (que es el mayor de los varones), y que es arquitecto.
-Hoy su oficio es peluquero y músico…
-De acuerdo al día y al estado de ánimo es en ese orden, sino al revés. Como peluquero cumpliré el año que viene cuarenta años en este oficio y hace casi treinta años que estoy en Presidente Perón, casi Urquiza.
¿Y a la música cómo llegó?
-La música me llegó desde la cuna. Mi padre, que se llamaba Andrés Jesús, era un gran cantor, especialmente de tango. Le encantaba el repertorio de Agustín Magaldi y generalmente era acompañado por cuatro guitarras. Y de gurí chico ya andaba en esos entreveros y en donde había tango o folklore siempre había una guitarra a mano. Recuerdo que al bar de mi padre llegaban cantores de todos lados y se amanecía cantando. Era una parada casi obligada para los músicos. Y como ya dije, andaba en ese ambiente y aprendiendo canciones “en el aire”.
-Así conoció el arte de la guitarra…
-Ese es un conocimiento que se va adquiriendo todos los días. Pero mis primeros pasos con la guitarra fueron a tientas. Ya de más adolescente, me enseñó Edgardo “Gucho” Collazzo. Más tarde tuve la suerte de conocer a Rubén Peruzzo, que me acompañó mucho como músico y con él aprendí también a ser un poco más disciplinado.
-¿Y su repertorio?
-En aquellos principios me gustaba mucho Horacio Guaraní. Y aprendí mirando, “de oído” y de mucho practicar. Mi padre tenía una guitarra “Antigua Casa Núñez” que sonaba hermosa y de vez en cuando se la pedía sin permiso. Él se daba cuenta, pero no me decía nada. Más tarde, mi padre me regaló una guitarra. Fue cuando cumplí 18 años, porque él me apoyaba en esto de la música.
-¿Cuándo comenzó a “pisar” escenarios?
-Mi primera presentación fue en Juventud Unidad. Habré tenido 18-19 años y me acompañaba Collazzo. Después participé en tres Abrazos Celeste y Blanco, que fue una instancia importante para mí, porque era cantarle a mi pueblo. Luego tuve la suerte de conocer a Lorenzo Macías, un gran autor folklórico y muy enamorado de la tierra entrerriana. Incursioné en muchos temas de él, a tal punto que en 1984 cuando hice mi primer disco como decíamos entonces, la mayoría de ese repertorio le pertenecía a Lorenzo Macías. Para mí fue un honor que él me diera ese consentimiento. También interpreté muchos temas del maestro Linares Cardozo, a quien también frecuenté y del que me sentí siempre su amigo. Un maestro en toda su extensión y una persona también muy generosa a la hora de compartir. Fue una época maravillosa porque también conocí a Santos Tala y a tantos otros.
-¿Cuántas grabaciones hizo?
-Tengo cuatro discos, todos hechos con mucho esfuerzo. El primero fue “El canto del cardenal”, el segundo fue “Soy del sur litoral”; luego le siguieron “A mis pagos” y la última fue “Cantor de mi pueblo”, que lleva el título de una poesía hermosa de Guillermo Santos Ledri y la música le pertenece a Delia María Espósito, una mujer muy generosa y maravillosa. Con ella formamos el “Dúo Ñandé” junto a Juan Carlos Villagra y músicos de la talla de Jorge Reynoso. Y antes de ese dúo integré “Gualeguaychú Cuatro”, con Agustín Perló y Jesús “Tío Beto” Rodríguez y Juan Carlos Villagra.
-En 1997 participó de un Cosquín como solista…
-Fue una experiencia inolvidable el pisar el escenario Atahualpa Yupanqui y ser parte de una de sus lunas. De ese Cosquín me traje un hermoso regalo para la vida, porque al bajar del escenario, como a las tres de la mañana, una mujer que andaba ya con bastón me felicitó y me dio un beso: era Norma Viola. Si bien uno se sube al escenario de Cosquín para obtener un premio, en mi caso lo más esencial era poderle cantar a mi pueblo desde ese lugar.
-¿Y el oficio de peluquero cómo lo aprendió?
-Igual que la guitarra: mirando y preguntando. Con la música tenía antecedentes por mi padre, pero en mis ancestros no hay nadie que haya sido peluquero. A los 18 años trabajo en una empresa de camiones, luego hago el servicio militar obligatorio y estuve un par de meses en la Supervisión del Frigorífico para luego trabajar como colectivero en la Línea 2 de Rubén Peruzzo. Recuerdo algo importante: en aquellos años todavía funcionaba la famosa “Fábrica” como le decían al Frigorífico y tuve oportunidad para ingresar a ese plantel. Y opté por aprender peluquería y ser independiente.
-¿Pero cómo aprendió?
-En aquellos años iba a la peluquería de José Emilio “Cacha” Velázquez y Oscar Benítez. Considero que ambos fueron mis maestros en este oficio. Ellos me daban permiso para mirar mientras cortaban el pelo; más tarde me prestaron una máquina manual para aprender a manejar y ablandar los dedos. Así estuve varios meses largos siguiendo sus consejos de cómo manejar el peine, los cuidados que había que tener con la tijera, el saber hablar con los clientes, el saber interpretar lo que el cliente quiere. Tanto “Cacha” como Oscar me tuvieron una paciencia infinita… y siempre les estaré muy agradecido.
-Y así decidió emprender el oficio solo…
-Luego de unos meses me animé. Un tío mío, Roberto Casenave, fue mi primera víctima y si se quiere una prueba de fuego. Luego empecé a recorrer el Asilo de Ancianos, la Pesquería y tantos otros lugares. Cortaba gratis… para aprender. Tenía una moto pequeña y con ella recorría la ciudad buscando clientes. Incluso tuve la suerte de cortar durante diez años a la policía en la Jefatura y en las comisarías. Por eso soy un agradecido de toda esa gente que me ayudó a independizarme.
-El folklore entrerriano no tiene mucha difusión nacional…
-Es así y es lamentable que el folklore entrerriano no haya tenido nunca ni tenga ahora espacio en la difusión. De todos modos, me siento feliz con el folklore entrerriano y litoraleño. La identidad entrerriana es tan diversa y tan auténtica al mismo tiempo y ahí reside su riqueza. Cuando salgo cantando “El Cardenal”, “Costeando el tajamar” o tantas otras canciones, me siento pleno de humanidad. Lamentablemente no tiene mucha difusión, en comparación con otras regiones del país.
-Se quedó pensando…
-Pensaba que la música, sea cual fuera su ritmo o su origen, salva el alma. No podríamos vivir sin canciones, sin poesía, en definitiva, sin arte. Si alguien lee estas palabras, que piense si podría vivir sin apreciar el arte. Imposible o no sería vida. En mi caso, la música es una fiel compañera de mis estados de ánimo sean de nostalgias, de felicidad, de tristezas o de esperanzas. La música y mis emociones siempre van de la mano. El maestro Linares decía que la música refresca el alma. Y aunque a veces no agarre la guitarra, todos los días me sorprendo cantando y cuando no canto, estoy escuchando canciones.
-El oficio de músico y el de peluquero son dos características de su vida…
-Son dos oficios muy importantes y gracias a los cuales he conocido grandes amigos en la vida. A los dos oficios los aprendí con mucha paciencia y gracias a la generosidad de quienes me tuvieron paciencia. Por eso a los dos oficios le estoy agradecido. Claro que la música es algo más trascendental para mi vida; pero igualmente el oficio de peluquero, por ser tan cotidiano también se me ha vuelto casi sagrado porque me brinda el sustento. Con ambos oficios me siento plenamente feliz.
-¿Cómo observa el movimiento musical en la ciudad?
-No soy mucho de observar, pero me entusiasma que haya tantos jóvenes comprometidos con el folklore, con las danzas, con la música, con el arte en general. En ese sentido, Gualeguaychú es una sociedad de muy buenos artistas. Es indudable que hay un movimiento de jóvenes que viene pisando fuerte. Por eso siempre digo que aquel que tenga talento, hay que ayudarlo, no debe quedar solo. A veces sueño con que alguien arme una gran juntada con los consagrados y con los nuevos. Una especie de gran festival local donde todos puedan pasar por el escenario para cantarles a sus vecinos.
-¿Nunca pensó en enseñar esto que aprendió?
-No sé ni para mí, no me atrevería a enseñar. Yo me las rebusco. Cuando subo al escenario, siempre digo que vengo con el corazón y por eso siempre digo las cosas con el alma. A veces se me quiebra la voz, pero es por la emoción que me invade. Es que todo lo hago con emoción… hasta un corte de pelo.
La historia de la cuna
Dice Omar Casenave. “Hay una historia. Cuando nace mi hija mayor, le compro una cuna de madera. La usó ella y luego la hermana. Esa cuna anduvo prestada durante muchos años en familias amigas. Y con los años, esa cuna regresa a mi casa”.
“Cuando nace mi nieto, esa cuna vuelve a cuidar el sueño de un niño. Y eso me inspiró lo siguiente”:
“Hoy es una realidad / el sueño que ayer tenía / mecer otra vez la cuna / donde mi niña dormía. // El mañana es esperanza / todo tiene color nuevo / porque el milagro que acuno / un día me dirá: abuelo. // Nueve meses de esperanzas / nueve meses, nueve lunas / y unos ojitos de cielo / son dueños de la ternura. // Sueña, sueña, principito / con estrellas, con la luna / mientras con una sonrisa / mi niña, mece la cuna. // El correrá de mi mano / yo aprenderé de sus juegos / volveré a sentirme niño / pero con alma de abuelo. // Remontaré barriletes / con cartas que irán al cielo / Yo cantaré con mi nieto / él sonreirá con su abuelo”.
Por Nahuel Maciel
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