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Lumbini, en donde nació Buda
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En Nepal, a los pies de la Cordillera del Himalaya, se encuentra Lumbini, uno de los lugares más sagrados del Budismo y de la Tierra. Miles de personas acuden cada año al lugar en donde nació Siddharta Gautama, el príncipe que renunció a todos sus privilegios y comenzó un largo camino de búsqueda espiritual para, años más tarde, convertirse en Buda, el iluminado.
Por Martín Davico
(Colaboración)
Es martes al mediodía y más de un centenar de personas hacen cola en el Templo Maya Devi. Todos esperan para entrar y tocar la piedra que señala el lugar específico en donde se produjo el nacimiento del príncipe Siddharta.
En el interior del santuario hay restos arqueológicos y los fieles dejan sus ofrendas que no son otra cosa que dinero. Afuera, todos se fotografían en el ‘Pilar de Ashoka’, una columna de piedra que fue construida en el año 250 AC para marcar el lugar en donde Buda vino al mundo.
El pilar, además, es la principal prueba arqueológica que confirma a Lumbini como el lugar del nacimiento…
En una de las puertas de entrada al recinto, hay decenas de macacos esperando a que los visitantes más caritativos les tiren algo de comida.
Se mueven entre la gente como peces en el agua. Se suben a los árboles y saltan de rama en rama, o caminan sobre los cables de electricidad con total naturalidad. Se ven nerviosos, hiperquinéticos e imprevisibles.
Los machos adultos se mueven con prepotencia, y logran que las hembras y los transeúntes que pasan a su lado les tengan miedo y desconfianza.
Paseo por un parque aledaño y me dirijo hacia la Pagoda de la Paz, un templo budista construido como lugar de inspiración para todas las personas de todas las religiones del mundo. Un asceta con largas rastas se cruza en mi camino y le pido para sacarle una foto. A la derecha hay un bañado con pajonales y una gran variedad de pájaros.
Se ven unas garzas blancas y otras aves que son parecidas a los teros. Junto al sendero, una especie de calandria con plumaje blanco camina dando pequeños saltos.
Otros ejemplares son marrones y tienen la fisonomía del zorzal. De entre los pajonales, sale un soberbio canto como el de los cardenales colorados.
Son las seis y media de la mañana del jueves, y camino hacia el Centro de Meditación Osho. He sido invitado a participar en una clase de ‘meditación dinámica’.
La espesa niebla reduce la visibilidad a escasos metros y las calles de Lumbini han quedado en tinieblas. Los hombres se dirigen a sus trabajos y llevan puesto los tradicionales sombreros nepalíes, los ‘topi’.
Las mujeres caminan cubiertas con elegantes y coloridos vestidos que se pierden en la espesura de la niebla. Las vacas deambulan con tranquilidad como si fueran conscientes de su condición de sagradas e intocables.
Alguien hizo un fuego en la vereda y acerca sus manos para calentarlas.
Un pastor arrea con una vara a una manada de perezosos búfalos. Junto a la banquina una anciana inclina su cuerpo, se mete los dedos en la garganta y, rompiendo la magia de la mañana, se provoca un vómito.
Llego al Centro de Meditación en donde hay grandes retratos de Osho, el hombre que fue líder espiritual en los años 70 y 80. En el salón hay un maestro con largas vestimentas que guiará la meditación.
Para comenzar el rito, ponen música con percusiones y todos comienzan a moverse como en una danza.
Disimulo mi ignorancia y desorientación, y me limito a imitarlos consciente de que la escena es digna de un grupo sectario. Más tarde hacemos unos minutos de silencio y respiramos. Bailamos otra vez y el maestro, como parte de la meditación, emite carcajadas y gemidos.
Al final de la sesión reproducen un audio en el que habla Osho: “Esta vasta existencia te necesita ahora. Porque el puesto que ocupas hoy quedará vacío después de ti”.
Ceno en la calle unos ‘Momo’, uno de los platos típicos de Nepal, una especie de ravioles que se pueden servir fritos o cocinados al vapor. Junto a mí mesa hay una pareja de brasileños con los que empiezo a conversar. Me cuentan que hace cinco años que son budistas.
“El principal tema en el que se enfoca el budismo es el sufrimiento que padecen todos los seres humanos” me dicen. Me hablan de la meditación usando metáforas: “La mente es como un vaso de agua turbia a través del cual no puedes ver con claridad . Con la meditación vas logrando que la suciedad del agua vaya sedimentando en el fondo del vaso y puedas comenzar a ver el mundo con mejor claridad”.
Me despido de los brasileños y regreso al hotel. Aunque mis predicciones suelen ser aciertos casuales, planifico mentalmente lo que haré mañana. Una voz interior me dice: “Ya no vale la pena mirar al pasado a través de un vaso de agua turbia. Ni predecir el futuro, esa trampa de la mente que vaticina hechos que nunca sucederán. Es hora ya de vivir en el presente y de no lidiar más con imaginarias bagatelas”. Y me quedo dormido deseando que este optimismo dure para siempre.