Mujeres que hacen cosas....
La aventura de escalar el Lanín y todos los aprendizajes que ella deja
Por Silvina Esnaola - “Ya lo estaría haciendo de vuelta” fue lo primero que dijo después del saludo Oderay Colombatto, cuando le preguntamos qué vivió y sintió al escalar el Lanín y hacer cumbre el 21 de noviembre de 2010 en el volcán de nieves eternas.
Mamá de tres chicos, asesora comercial en una prepaga y de profesión maquilladora, acaba de darse un gustazo: ver el mundo desde arriba del Lanín.
Se sabe que todos los que llegan coinciden en resumir la travesía como “una experiencia inolvidable” y Oderay no es la excepción.
Quizá lo fuera de común, en su caso, sea que ella se enganchó con la idea, que la llevó adelante y convenció a un grupo de amigos para hacerlo (“les hinché”, dijo en realidad) y que una vez armado el equipo, realizó un entrenamiento de alta exigencia durante cinco meses.
“Éramos seis varones y yo y allá se sumaron los dos guías”, recordó, agregando que se propuso ser una más y estar a la altura del resto, para lo que trabajó de manera de tener la fuerza muscular y la resistencia aeróbica necesarias.
“La diferencia es que el varón tiene más fuerza muscular que la mujer. Nos nivelamos con el entrenamiento para tener fuerza de piernas y brazos y hacemos una rutina intensa de abdominales para preservar la espalda. Esto se completa con mucho trabajo aeróbico. Cuando ascendés -siguió- vas en 45º en forma permanente, por eso cuanto más entrenás, más disfrutás, porque llegar agotado a la cumbre es una complicación para vos y el grupo y además no te permite dimensionar lo que hiciste ni dónde estás”.
Ya se dijo: siendo la única mujer, se ocupó de ser una más del grupo, de nivelarse con el entrenamiento para no estropear la aventura. “La única concesión que se me hizo fue cargarme menos kilos en la mochila. Fuera de eso, fui una más”, dijo rotunda y orgullosa de esto.
De la aventura quedaron, como es de imaginar, nuevos amigos, mil anécdotas y aprendizajes y de éstos, Oderay destacó: “aprendí que con esfuerzo lográs lo que querés”.
“Después de esta experiencia, cuando estás cansado decís: yo hice esto, ¿cómo que no voy a poder?”
“El esfuerzo que hacés te lleva al límite, porque hay momentos en que no das más. Te dicen “faltan veinte minutos, no es nada” y vos te estás muriendo... pero llegás”, dijo con una vehemencia que no dejó lugar a dudas.
“Todo puede ser”, insistió, “con un propósito, esfuerzo y trabajo, todo se logra. Claro que había días que no tenía ganas de entrenar. Por eso hay que tener bien claro cuál es la meta”.
“El sacrificio es enorme”, advirtió, como si fuera necesario, para agregar “tenés que organizar los horarios, sacrificar momentos para el entrenamiento que es intensivo, pero cuando llegás a la cumbre te das cuenta que valió la pena”.
¿Y qué se siente estando allá arriba?, le preguntamos y nos dijo “es conmocionante. Te moviliza porque te vas dando cuenta, a medida que avanzás, que sos un puntito en medio de tanta inmensidad. Y te convencés cuando llegás a la cumbre: vimos la luna de un lado y el sol del otro y las nubes por debajo nuestro. Y estando allá arriba comprendés que llegaste valiéndote por vos solito y así tendrás que volver...”
En un brevísimo repaso de la travesía contó “arrancamos al mediodía del 20. Hicimos el primer tramo escalando sobre piedra y con las mochilas, porque en el refugio no hay nada”.
“Dormimos ahí y nos levantamos a las tres de la mañana para salir a las cuatro y media. Seguimos ascendiendo e hicimos cumbre a las once para comenzar después el descenso, que es más riesgoso. En la mitad del viaje levantamos el equipaje que dejamos en el refugio (que incluía ollas y una garrafa para cocinar) para seguir cuatro o cinco horas más de caminata hasta la base.”
Oderay confesó que para ella un desafío extra a vencer fue su asma.
“Me preparé como corresponde, con chequeos y llevé medicación por si la necesitaba. Y me controlé de manera que el asma no me frenara, porque muchas veces lo hizo en mi niñez y no podía permitir que afectara las expectativas del grupo”.
De lo dicho queda claro que detrás del ascenso al Lanín hay mucho más.
Y mientras sigue contando lo vivido, esto realimenta sus ganas de aventuras.
Ahora, lejos de quedarse tranquila, contó que ya comenzó a pensar en una nueva travesía: esta vez será el cruce de Los Andes en bicicleta, junto a su esposo Marcos.
Y nada hace pensar que no lo lograrán.
Se sabe que todos los que llegan coinciden en resumir la travesía como “una experiencia inolvidable” y Oderay no es la excepción.
Quizá lo fuera de común, en su caso, sea que ella se enganchó con la idea, que la llevó adelante y convenció a un grupo de amigos para hacerlo (“les hinché”, dijo en realidad) y que una vez armado el equipo, realizó un entrenamiento de alta exigencia durante cinco meses.
“Éramos seis varones y yo y allá se sumaron los dos guías”, recordó, agregando que se propuso ser una más y estar a la altura del resto, para lo que trabajó de manera de tener la fuerza muscular y la resistencia aeróbica necesarias.
“La diferencia es que el varón tiene más fuerza muscular que la mujer. Nos nivelamos con el entrenamiento para tener fuerza de piernas y brazos y hacemos una rutina intensa de abdominales para preservar la espalda. Esto se completa con mucho trabajo aeróbico. Cuando ascendés -siguió- vas en 45º en forma permanente, por eso cuanto más entrenás, más disfrutás, porque llegar agotado a la cumbre es una complicación para vos y el grupo y además no te permite dimensionar lo que hiciste ni dónde estás”.
Ya se dijo: siendo la única mujer, se ocupó de ser una más del grupo, de nivelarse con el entrenamiento para no estropear la aventura. “La única concesión que se me hizo fue cargarme menos kilos en la mochila. Fuera de eso, fui una más”, dijo rotunda y orgullosa de esto.
De la aventura quedaron, como es de imaginar, nuevos amigos, mil anécdotas y aprendizajes y de éstos, Oderay destacó: “aprendí que con esfuerzo lográs lo que querés”.
“Después de esta experiencia, cuando estás cansado decís: yo hice esto, ¿cómo que no voy a poder?”
“El esfuerzo que hacés te lleva al límite, porque hay momentos en que no das más. Te dicen “faltan veinte minutos, no es nada” y vos te estás muriendo... pero llegás”, dijo con una vehemencia que no dejó lugar a dudas.
“Todo puede ser”, insistió, “con un propósito, esfuerzo y trabajo, todo se logra. Claro que había días que no tenía ganas de entrenar. Por eso hay que tener bien claro cuál es la meta”.
“El sacrificio es enorme”, advirtió, como si fuera necesario, para agregar “tenés que organizar los horarios, sacrificar momentos para el entrenamiento que es intensivo, pero cuando llegás a la cumbre te das cuenta que valió la pena”.
¿Y qué se siente estando allá arriba?, le preguntamos y nos dijo “es conmocionante. Te moviliza porque te vas dando cuenta, a medida que avanzás, que sos un puntito en medio de tanta inmensidad. Y te convencés cuando llegás a la cumbre: vimos la luna de un lado y el sol del otro y las nubes por debajo nuestro. Y estando allá arriba comprendés que llegaste valiéndote por vos solito y así tendrás que volver...”
En un brevísimo repaso de la travesía contó “arrancamos al mediodía del 20. Hicimos el primer tramo escalando sobre piedra y con las mochilas, porque en el refugio no hay nada”.
“Dormimos ahí y nos levantamos a las tres de la mañana para salir a las cuatro y media. Seguimos ascendiendo e hicimos cumbre a las once para comenzar después el descenso, que es más riesgoso. En la mitad del viaje levantamos el equipaje que dejamos en el refugio (que incluía ollas y una garrafa para cocinar) para seguir cuatro o cinco horas más de caminata hasta la base.”
Oderay confesó que para ella un desafío extra a vencer fue su asma.
“Me preparé como corresponde, con chequeos y llevé medicación por si la necesitaba. Y me controlé de manera que el asma no me frenara, porque muchas veces lo hizo en mi niñez y no podía permitir que afectara las expectativas del grupo”.
De lo dicho queda claro que detrás del ascenso al Lanín hay mucho más.
Y mientras sigue contando lo vivido, esto realimenta sus ganas de aventuras.
Ahora, lejos de quedarse tranquila, contó que ya comenzó a pensar en una nueva travesía: esta vez será el cruce de Los Andes en bicicleta, junto a su esposo Marcos.
Y nada hace pensar que no lo lograrán.
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