Kirchner se zambulle en la cruzada contra Macri
Durante varios días, la reacción del Gobierno a la derrota electoral en la Capital Federal fue mortificada y desafiante. Conesa pertinacia que es su marca identitaria más notable, el Presidente se manejó como si el 23.77 por ciento de los votos cosechados por Daniel Filmus y Carlos Heller fotografiaran una clamorosa victoria.
¿Cuánto de lo que proyectó hacia fuera el Gobierno puede haber sido aceptado por la sociedad? Es difícil saberlo, pero el discurso gubernamental tras desplazar del balotaje a Jorge Telerman fue macizo y homogéneo, un rasgo prominente de lo que ya
puede denominarse la cultura política kirchnerista.
En el oficialismo la ocupación de los espacios políticos es una obsesión que se procesa con formidable virulencia. Debe admitirse que el kirchnerismo aplica a su dinámica operativa una tenaz beligerancia.
El Presidente da el ejemplo y configura el estilo: no se le pasó por la cabeza que correspondía felicitar al ganador, aunque fuese un ceremonial reconocimiento a los vencedores de esa primea vuelta que, después de todo, se alzaron con el 45.62 por ciento de los votos.
El Gobierno tiene un concepto partisano sin antecedentes en la Argentina: el 24 por ciento de Filmus es un triunfo fenomenal, mientras que el 46 por ciento de Macri resulta de una "equivocación" de los porteños.
La política de dientes apretados que se hizo de nuevo evidente tras la primera vuelta electoral en la ciudad incluye una formal renuncia a todo vestigio de diferenciación entre Estado (o sea, la esfera de lo público) y lo particular de una fracción.
El Presidente demuestra todos los días que lo tiene completamente sin cuidado esa frontera republicana tan delicada.
Tampoco tuvieron los analistas oficiales el cuidado de hacerse cargo de algunas conclusiones gruesas derivadas de los cómputos del 3 de junio. Una de ellas es especialmente interesante. Filmus fue el candidato de dos corrientes, la del peronismo kirchnerista (Ginés González García) y la de la izquierda de orígenes montoneros o cercanos al Partido Comunista (Carlos Heller, Aníbal Ibarra, Miguel Bonasso).
Mientras que casi un 24 por ciento del total apoyó al candidato oficial, Filmus, para legisladores el 14.49 por ciento fue de Ibarra-Heller-Bonasso y sólo el 10.73 por ciento del kirchnerismo puro, o sea la lista de Alberto Fernández.
Al negarse a reconocer cualquier componente positiva a esos casi 786.000 votos de Macri y Gabriela Michetti, Filmus, que redondeó casi 410.000, asumió la letanía oficial, de acuerdo con la cual el progresismo estaba confundido y dividido. Tras haber
zamarreado con las artes más opacas a Telerman, los alfiles oficiales diagramaron un esquema de emergencia apoyados en las numerosas vulnerabilidades del jefe de Gobierno.
En el círculo más cercano a Telerman fue muy visible la voracidad sin límites de muchos funcionarios que antes de irse a dormir en la madrugada del lunes ya estaban buscando conchabo en la Casa Rosada. Juan Pablo Schiavi, el ministro de Infraestructura que desertó hace pocos años del macrismo, migró al ibarrismo y
terminó en Telerman, ya avisó que quiere un lugar bajo el radiante sol kirchnerista.
Lo mismo parecen haber manifestado la ex periodista Gabriela Cerruti, ministra de Derechos Humanos de la ciudad, y la ministra de Cultura, Silvia Fajre, que viene de la época de Ibarra y se quedó con Telerman.
Nada hay más difícil en política que procesar derrotas permaneciendo fiel a una plataforma de ideas, una mística y un equipo, pero a la Argentina le faltan los partidos y todo se teje y borda en torno de: (1) dinero (presupuestos, pautas, cargos, contratos), y (2) jefes, caciques, punteros, "referentes".
Por eso, en las urnas electorales porteñas no hubo listas de partidos. Justicialistas, radicales, socialistas, liberales, comunistas, ¿dónde están?
El nombre de los "espacios" que ahora reemplazan a las clásicas formaciones denuncia la taciturna mediocridad del debate: Propuesta Republicana, Frente para la Victoria, Diálogo por Buenos Aires, Coalición Cívica, Frente Más Buenos Aires, Buenos Aires
para Todos. Son nombres flojos, asexuados, neutrales, fláccidos, irrelevantes, imposibles de recordar. ¿Cómo se puede militar políticamente en esas combinaciones sosas y ñoñas?
El Gobierno, por su parte, más consciente que nadie de que carece de herramientas políticas sólidas, trabaja sobre su inagotable capacidad de volcar recursos, la altisonancia estentórea del Presidente y la perforación de aquellos ámbitos opositores de los que puede extraer la materia gris y la diversidad que necesita la máquina oficial.
Lo ha venido practicando desde 2003 y es una metodología que, aun cambiando matices y énfasis, conserva tenazmente. Consiste en subir a bordo a exponentes partidarios ambiciosos o relegados en sus fuerzas, estimulados por la idea de una teórica
"concertación", apellido incierto que se le dio a los cruces propugnados al comienzo del actual mandato, cuando la noción de "transversalidad" aludía a propiciar encuentros geométricamente complicados.
Lo transversal "atraviesa de un lado a otro" enseña el diccionario y en política eso fue lo que se propuso el Presidente, convencido de que la totalidad puede ser abarcada a condición de que el liderazgo permanezca en sus manos o eventualmente en las de
su esposa.
La sistemática ofensiva del Gobierno sobre la tropa ajena, reveladora de un apetito político insaciable, se parece metodológicamente a lo que en el mundo corporativo se llama "Oferta Pública de Adquisición" (OPA), sobre todo cuando el movimiento es hostil. Consiste en tragarse una empresa, aun contra la voluntad de sus administradores, e incluso accionistas.
Así, el oficialismo ha merodeado en las filas del radicalismo, el socialismo, el ARI e incluso la propia derecha, ofreciendo cargos en ciertos casos (Ocaña, Basteiro), prometiendo candidaturas en otros (Cobos), o directamente reclutando en la vereda supuestamente opuesta, porque sí, pero sin revelar las razones (Borocotó).
La designación del radical Gerardo Morales como candidato para acompañarlo en la fórmula presidencial de Roberto Lavagna, diseña una opción alternativa a la reelección del kirchnerismo y a la variante centrista (Ricardo López Murphy), con nuevas y más ricas tonalidades.
Elisa Carrió ha salido bastante afectada por el pésimo desempeño electoral que tuvo en la Capital Federal. Si nunca se entendió para qué renunció al partido que ella misma fundó, ARI, menos se comprende la lógica de su fugaz "Coalición Cívica", emprendimiento inconsistente que sólo le permitió agrupar a pequeños núcleos religiosos e intelectuales, sin base territorial ni social.
Los números fueron inequívocos: el armado de Carrió como sub-lema de la candidatura de Telerman solo reclutó en éste, su territorio principal, el 8.65 por ciento de los votos. El ARI había logrado el 20.28 por ciento de los votos en las legislativas de 2005. Todo debe decirse: Carrió perdió en dos años el 38 por ciento de su electorado.
Las dos semanas que ahora vienen serán inclementes. Todo sugiere que el Presidente no sólo no ignora las advertencias de quienes por lo menos no lo odian y le encarecen que baje dos cambios en su turbo-electoralismo maquillado de gran convicción
ideológica. Será fiel a su naturaleza.
Así, para el Dr. Kirchner es permisible y hasta elogiable que su alter ego ideológico, Carlos Kunkel, pida salir en las radios para castigar a Macri por haber estado cerca de un ex presidente al que llama "la rata", Carlos Menem.
Esto en un gobierno y en un oficialismo por el que han pasado y en el que siguen estando figuras expectantes que fueron designadas y trabajaron firmemente para aquel presidente: Alberto Iribarne, Daniel Scioli, Felipe Solá, Alberto Fernández, Miguel Pichetto, Oscar Parrilli, por ejemplo, sin olvidar al propio Presidente actual y a la senadora Cristina Fernández de Kirchner, que hasta al menos 1997 fueron entusiastas aliados del hoy despreciado Menem.
Helados vientos recorren las llanuras nacionales, transidas por neblinas que convierten a todos los gatos en bestias de color pardo.
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