La reelección de Macri corre más peligro que nunca
Alejandro Alvarez (h)
En 2015, Mauricio Macri operó sobre una demasía: el estilo K de gobierno, autoritario, gritón y malamente intervencionista y mentiroso. Sobre ese cansancio trabajaron Jaime Durán Barba y Marcos Peña, magos de la manipulación de la opinión pública y la campaña sucia, pero sus encantamientos no hubieran funcionado sin la realidad del fenómeno agotador del discurso solipsista que brotaba de la Rosada y de sus medios y programas como 678.
Ante esto se propusieron trabajar sobre los costos de esta situación; los argentinos habían, hasta ese momento, aceptado la carga del "estilo K", porque los beneficios de una economía medianamente ordenada, ya recalentada, pero funcionando, aún eran superiores a los costos psicológicos de tolerar el acoso discursivo K. Esta relación comienza a entrar en crisis y "el estilo K" se hace menos soportable en la medida en que el consumo se contrae y el "modelo económico K" se hace cada vez más inviable.
La "promesa" de Macri fue recortar esos costos, traer "república e institucionalidad" sin cadenas nacionales y sin "interferir en la Justicia" y, al mismo tiempo, mantener lo que la gente había asumido como un beneficio: el consumo, la estabilidad de ingresos (inflación igualada en paritarias), o sea, prometía liberar del costo y mantener el consumo, evitando el factor temible de "volver al pasado" y "ser Venezuela".
Así ganaron las elecciones de 2015 y 2017. En la actualidad, lo que aparece es un recorte del consumo, o sea, del bienestar económico, tal como lo percibe diariamente la población y, al mismo tiempo, el regreso de los costos de un estilo autoritario, intervencionista y corrupto ("son iguales"). El Gobierno hoy se encuentra en la peor posición, no cumplió en mantener cierta estabilidad económica ("nadie va a perder lo que tiene", "pobreza cero") y tampoco cumplió con ser "un cambio" en la cultura política, la organización del Estado y el estilo de gobierno. Ni consumo, ni república.
Ahí estamos. En este contexto, aparece y se hace valioso el capital de credibilidad que tiene Lavagna. Es viable porque es la figura que se asocia a cierta normalización de la economía y al regreso del consumo. Al mismo tiempo, no tiene la carga simbólica de los "costos K" de autoritarismo, exageración y corrupción. Está ubicado en el espacio político más favorable en estas circunstancias, es la promesa de "república más consumo" con un grado aceptable de credibilidad.
Por esta razón, el Gobierno insiste con el discurso del "sacrificio" para "llegar" al consumo y el bienestar económico como resultado de "hacer lo correcto" ahora, lo que implica restringir o posponer consumos y sacrificar bienestar. El problema que les está apareciendo en el horizonte es que nunca llega ese mítico "segundo semestre" y ya nadie confía en los "brotes verdes". La gente está percibiendo que el sacrificio reclamado no será ni temporal ni tendrá como premio una mejora de la economía en el futuro. Muy por el contrario (así lo demuestran todas las encuestas de expectativas económicas), se espera una situación cada vez peor. Las medidas de sacrificio "te matan antes de llegar" al destino utópico del "país normal".
La mayoría, que estaba dispuesta a "un sacrifico" (limitar temporalmente el consumo con tal de "no ser Venezuela") verifica que tal temporalidad será tan larga que nunca llegará a verla. El Gobierno atrapado en su propio laberinto autoconstruido juega a la sola carta de polarizar con Cristina Fernández de Kirchner y pedir "hay que remarla un poco más, sin llorarla" y "poner el hombro". No alcanza con un "volver al mundo" de puro endeudamiento solo para mantener el gasto público y la estructura asistencialista mientras la economía real cae destruida bajo el peso de unas tasas de ciencia ficción pocas veces vistas en la historia económica mundial.
La percepción que se está esparciendo es que los dólares de la deuda son para mantener dos burocracias improductivas, por un lado, los "nenes bien" del funcionariado PRO, que viven su propia realidad en Instagram; y, por otro, las estructuras de los "movimientos sociales" preferidos del Gobierno que viven bajo la sombra del Ministerio de Desarrollo Social y trafican "contención social por presupuesto", creándose una estructura burocrática propia y el manejo discrecional de un importante porcentaje de dinero que debería llegar a las manos de los desocupados.
En la medida en que las restricciones al consumo, la caída de ingresos y del nivel de actividad económica aumentan, se fortalecen las posibilidades de una salida, una alternativa, que supere el dilema "república o consumo" (eje profundo de la polarización entre Macri y Cristina) y capitalice el acervo simbólico de Lavagna como el más cercano a la opción "república y consumo", más aún con la sospecha generalizada de que estamos rumbo a Venezuela por otro camino, quedando en evidencia que el eje Macri-Cristina podría encallarnos en el cuadrante "ni república, ni consumo". Y eso, justamente, es lo que nadie quiere.
El autor es profesor de Historia Económica (UBA y UNlaM).