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Diario El Argentinolunes 06 de mayo de 2024
Entrevistas

Diálogo con el padre Carlos Stadler

“Sostengo que mi vocación no es mía sino de la Iglesia”

“Sostengo que mi vocación no es mía sino de la Iglesia”

Carlos Francisco Stadler nació el 21 de enero de 1974. Tiene 39 años y es sacerdote. Nació en Gualeguaychú, y el barrio de su infancia fue en República Oriental, entre San Juan y La Rioja. “Soy del barrio Sudamérica”, dice a manera de referencia geográfica.


Es el quinto hijo del matrimonio de Hugo y Elba. “Mi hermano Raúl, que me lleva quince años de diferencia, está casado y es padre de cinco hijos. Silvia, es mamá de cuatro hijas. Susana es madre de seis hijos. Y Mariel tiene cuatro hijos. Así que tengo 19 sobrinos y tres sobrinos nietos”, referencia para dar cuenta que proviene de una familia numerosa.
Desde febrero está en la Parroquia Santa Teresita, pero él trae siempre alguna vivencia de su paso por otras comunidades como María Auxiliadora en Concepción del Uruguay, San José de Gualeguay, Nuestra Señora de los Dolores en San Justo, San Isidro Labrador de Primero de Mayo, en la propia Catedral y la comunidad San Pedro de Ceibas y en Fatima, entre otras.
En el diálogo que mantuvo con EL ARGENTINO en la mañana del miércoles pasado en Santa Teresita, el padre Carlos Stadler habla de su vocación religiosa, de su experiencia como sacerdote y confiesa que su vocación no es de él, sino de la Iglesia.

-¿En dónde cursa sus primeros estudios?
-Mi primera formación es la Escuela Rawson, a la que concurro desde Jardín de cuatro años. Luego sigo el industrial en la Escuela Técnica “Pbro. José María Colombo”, donde egresó como maestro mayor de obra. Curiosamente, a esa escuela fue mi padre y hemos tenido un par de profesores en común. Debí egresar en 1992, pero lo hago dos años más tarde, porque había dejado la escuela. Fue importante retomar los estudios porque las etapas hay que concluirlas. Tengo de esa experiencia un grato recuerdo, porque quien me alentó a terminar el colegio secundario fue el padre Mario Tournoud, quien a su vez años más tarde me ayudará a discernir mi vocación religiosa.
-Tuvo contacto con la Iglesia de joven…
-No. Desde la infancia. Mi hermano mayor estaba integrado al grupo de Acción Católica. Cuando yo tenía tres años voy a un campamento de la Acción Católica donde celebro mi cuarto cumpleaños. Si bien no era del todo consciente, a la distancia y a los años ubico ese hecho como fundamental para mi vocación sacerdotal. Ese campamento se hizo en Ñandubaysal en 1978 y estuvo coordinado por el padre Jorge Almeida que estaba recién ordenado. También estaba Pablo y Roberto Olcese, Raúl “Conejo” Almeida, el “Gordo” Marino, entre muchos otros. Fuimos al Ñandubaysal cuando ese balneario era más monte que playa. Y celebro mis cuatro años al frente de un fogón. Y siempre sostengo que esa comunidad ha sido esencial para mi vida y ese grupo de amigos los he tenido siempre presente como comunidad de fe. En la Parroquia San José integro años más tarde grupos de jóvenes y me formo en la catequesis.

-Ya tenía decidido ser sacerdote…
-No, en absoluto. Estaba lejos de esa vocación y mi objetivo era terminar mis estudios secundarios y trabajar. Trabajaba con Ramón “El Negro” Cerrutti en la construcción y con “Toto” Giusto en la arenera. A mi madre no le gustaba mucho esto de trabajar… pero también nos dejaba hacer. Como estudiaba de noche, aprovechaba el día para ganarme unos pesos y colaborar. Provengo de un hogar de laburantes, donde si bien no nos faltó nada porque mi madre era muy organizada, tampoco teníamos lujos. Lo necesario para vivir.

-¿Y la vocación sacerdotal cuándo se despierta?
-Hay un momento clave que es a los 17 años en un retiro espiritual. Ahí me muestra Dios que la vida tiene que tener sentido. Hay que tener en cuenta que a los 22 años recién lo comienzo a hablar con un cura, así que tuve cinco años de resistencia al llamado de Dios. Una vez planteo que sentía que todo lo que hacía no me inspiraba el gusto para seguir adelante. Y al principio no estaba el planteo de ser sacerdote sino de darle sentido a la vida. Cuando cumplo 23 años realizo una experiencia en la Abadía del Niño Dios en Victoria, con los monjes Benedictinos y ahí defino ser sacerdote. Por eso sostengo que mi vocación no es mía sino de la Iglesia y la Iglesia la fue confirmando. Cada vez que tenía una idea, era la Iglesia la que me enseñaba que ese Ministerio no era mío y por eso siempre confíé en el discernimiento de la Iglesia. Si alguna vez el obispo, mis maestros en el Seminario o mis compañeros en la parroquia me hubieran dado señales que lo mío no era el sacerdocio, por más ganas que tuviera, hubiera dejado. Mi confianza en la Iglesia es absoluta, por eso sostengo que el mío es un ministerio de y para la Iglesia.

-¿Cómo seminarista en qué parroquia estuvo?
-En San Juan Bautista fue la primera y fue importante porque me dio las primeras experiencias. También estuve en Asunción de María y en Nuestra Señora de Luján. Fueron tres comunidades que me regalaron tres experiencias diferentes pero que se integran una con otra. En Asunción de María estuve en los años 2000, cuando la crisis en el país golpeaba duro al interior de las familias y donde la pobreza no dejaba mucho margen para la esperanza. Fueron años duros y de mucha enseñanza. En Luján viví la comunidad rural, tanto en Sarandí como en Villa Lila, donde el padre José María Aguilar la impulsa de manera constante: se llama Nuestra Señora de Lourdes y es un esfuerzo que valoro mucho.

-Cuándo ingresa
al Seminario…
-El 15 de marzo de 1998. El día lo tengo grabado a fuego porque ese mismo día mi hermano mayor inaugura su casa, luego de un gran esfuerzo. Termino el seminario en 2004 y en ese entonces el Nuncio Apostólico anuncia que monseñor Luis Guillermo Eichhorn es trasladado a la diócesis de Morón y que debíamos para ordenarnos esperar la designación del nuevo obispo de Gualeguaychú. Y monseñor Jorge Lozano llega en 2006, así que estuve casi un año y medio esperando la ordenación. Por eso en octubre de 2005 se le pidió a monseñor Ricardo Faifer que nos ordene diácono el 4 de noviembre. Y el 5 de mayo de 2006 monseñor Lozano nos ordena sacerdote en la Parroquia San José de Gualeguay. En ese entonces estaba colaborando en la Parroquia María Auxiliadora de Concepción del Uruguay, cuyo párroco era el padre Mario Tournoud, quien me había alentado a terminar la secundaria y más tarde me ayuda a discernir mi vocación sacerdotal e incluso fue quien me presentó en el Seminario.

-¿Cómo planteó en su familia que quería ser sacerdote?
-Se lo planteé a todos el mismo día. Fue en febrero de 1998. Los senté y les conté por dónde iba mi vocación. Mi madre intuía algo… y no le gustó. Incluso esperó durante mucho tiempo que alguna vez dejara el Seminario. Tuve una gran enseñanza por parte de ella: porque no le gustaba que fuera sacerdote, pero me supo acompañar. Por ejemplo, iba todos los jueves a la misa abierta en el Seminario. Eso sí, cuando le preguntaban si estaba contenta que su hijo iba a ser sacerdote, ella respondía que era una decisión mía. Muchos años después, más cercana a la muerte, ella comprendió cabalmente que mi vida como sacerdote era plena y que el sacerdocio me completaba y aceptó de manera muy feliz mi vocación. “Ahora te veo bien”, me dijo. Y mi familia me acompañó mucho y respetó desde siempre mi decisión, lo que me ha hecho muy bien.

-¿Qué hace a nivel diocesano?
-Integro la Pastoral de Juventud. Los jóvenes son los mismos a cuando yo era más joven. Tienen ideales, rebeldías. Y hay muchos chicos que tienen necesidades espirituales y religiosas que lo canalizan en otras partes y otras veces no encuentran dónde expresar esa necesidad y entonces acusan un vacío enorme. Pero cuando encuentran el espacio, se expande esa espiritualidad, ya sea desde la amistad social, de la solidaridad, desde el arte. El joven se está construyendo con todas sus contradicciones. Se trata de una persona que cuando era niño su padre era el mejor del mundo y cuando es adolescente, ese padre mejor del mundo es el del amigo. Y cuando vuelve a sus padres, lo hace con otra mentalidad. Ese tránsito es común a todos. Y en la relación con la Iglesia pasa algo similar.

-¿Si bien en términos generales no hay grandes diferencias, si tuviera que forzar una por cuál se inclinaría?
-Es difícil. Pero creo que en otras épocas el horizonte era mucho más amplio. En la actualidad ese horizonte se presenta como más playo y a los jóvenes les cuesta contemplarse mucho más allá. Hoy la ciencia demuestra que nuestra expectativa de vida es muy superior en años a la que tenían nuestros padres o abuelos. Pero hoy los jóvenes no se ven más allá de cuatro o cinco años. Y esto es tremendo, porque el horizonte se presenta como muy aplanado. Estamos rodeados de datos e informaciones, pero nos cuesta elaborar conceptos.

-¿Cuáles son las dificultades en común que tienen las parroquias?
-Primero quiero aclarar que tengo pocos años como sacerdote. No obstante, observo que nos cuesta llegar a todos los rincones del territorio. Una cosa que me inquieta es lo que logramos en la parroquia y otra cosa es lo que nos queda por hacer en la parroquia. Hay lugares donde no llegamos y el laico tampoco se hace presente como Iglesia. Es un error creer que solo el cura es la Iglesia, porque así perdemos la presencia del laico como Iglesia. Tenemos que callejear la fe como nos anima el Papa Francisco. Si el cura anda en la calle, habrá alguien que se quejará porque el cura no se encuentra nunca en la Parroquia; y si no sale dirá que se la pasa todo el día adentro sin atender a los feligreses. Y así como nos cuesta llegar a muchos lugares, la gente sabe que siempre tendrá las puertas abiertas de la Iglesia y esto quiere decir un oído para escuchar, una orientación, un aliento, una ayuda de cualquier orden.

-¿Y qué situaciones le parte el corazón?
-Hay realidades lacerantes. Voy a poner ejemplos generales sin particularizar en ninguna parroquia, pero me preocupa la prostitución infantil, la trata de personas, las adicciones, el trabajo infantil. He visto muchas miserias y nos cuesta mucho a todos, a las ONG, a la Iglesia, al Estado, trabajar en red. Hemos ayudado a muchas personas a salir de situaciones difíciles, pero otras se nos han escapado. Nuestro obispo impulsa mucho el que sepamos acompañar las distintas realidades lacerantes, que no nos quedemos nunca de brazos cruzados, que siempre podemos hacer algo más y que no podemos ser indiferentes. Hay testimonios de vida que hablan de experiencias concretas de que es posible tener una vida mejor. Conozco a un joven del Barrio Munilla que había abandonado la secundaria, la retoma años más tarde en el Instituto Fátima y la finaliza siendo abanderado y ahora está estudiando en la universidad. O los jóvenes que han podido salir de la droga, cuyos testimonios son profundos y conmovedores porque han vencido a la cultura de la muerte. Y como estos casos, son muchos los testimonios que también me parten el corazón, pero en un sentido positivo.

Por Nahuel Maciel
EL ARGENTINO


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