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Diario El Argentinomartes 30 de abril de 2024
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Entrevista al doctor Antonio Maya

Entrevista al doctor Antonio Maya

“Creer es creer sin evidencias. Cuando uno tiene la evidencia, más que creer, sabe. Saber y creer son dos cosas distintas”


El doctor Antonio Maya bien puede ser considerado un embajador de Gualeguaychú. Pero eso sería mezquino. Antonio Maya fue mucho más que eso: fue una llave maestra para los miles y miles de vecinos que llegaron a Buenos Aires en busca de una atención médica y su sola recomendación era suficiente para que los turnos se sucedieran sin demoras. No había puerta que permaneciera cerrada a su sola presencia. Así lo recuerdan quienes lo conocieron.
Hijo de Héctor Domingo y Angélica Paz Laplacette, nació el 13 de noviembre de 1944. Nieto de un ex intendente de Gualeguaychú, hijo del ex gobernador de Entre Ríos y hermano del ex senador nacional (Héctor Maya, un año menor que él), no se dedicó a la política casi por un mandato familiar.
Médico cirujano, es un hombre que ha convivido con la muerte y el sufrimiento. Sin embargo, todo en él es un agradecimiento a la vida.
Hace poco perdió a su esposa y cada frase, cada logro que cuente estará íntimamente ligado a la mujer de toda su vida, Luly, como cariñosamente él la llama.
Citando a Voltaire dirá con voz segura: “No hay mayor estímulo para un hombre que quiere ser virtuoso, que tener por juez y testigo de su conducta a una mujer cuyo aprecio anhela merecer”.
Antonio Maya dialogó con EL ARGENTINO el viernes 23, en ocasión de visitar a sus seres queridos. Bondadoso y pleno, se paró en el umbral de la historia familiar, incursionó en la pasión de su profesión como médico cirujano y abordó con meridiana claridad el sentido de la vida y la necesidad de creer en Dios.
Dentro de poco será abuelo de su primer nieto. Emoción en la espera y emoción para recordar a sus propios abuelos. Ese es el tema inicial que abre el diálogo.
“Tengo el nombre de mis dos abuelos, Antonio y José, pero fue motivo de trauma para mí. Mi abuelo Antonio había fallecido y nosotros vivíamos en Paraná y mi abuelo José vivía en Gualeguaychú. Pero en aquellos tiempos no se viajaba con frecuencia. Mi hermano Héctor, que es un año menor, en cambio tenía el nombre de mi padre que era una figura preponderante. Así que yo tenía cierto complejo, que lo superé cuando comprendí que en realidad me habían hecho un homenaje al llamarme de la misma forma que mis dos abuelos”.

-Le proponemos entonces hablar de los abuelos. Primero de Antonio…
-Mi abuelo Antonio había tenido casa de remate. Le había ido mal en la crisis de los años ´30. Se fue a vivir a Buenos Aires. Era dirigente radical. Había sido primero jefe Policial y luego intendente de Gualeguaychú. Tenía una gran vocación por el semejante. Luego fue candidato a diputado nacional en 1932 y era yrigoyenista. En Entre Ríos los yrigoyenistas eran una corriente minoritaria, porque prevalecía el antipersonalismo que representaba el unionismo y cuyo referente era Eduardo Laurencena.

-Un abuelo intendente de la ciudad y un padre que llegó a ser gobernador…
-Sí. Mucha gente ignora o ya no recuerda que mi padre fue candidato por una lista que se llamaba Unión Cívica Radical-Junta Renovadora y que también integraba el Partido Laborista. El peronismo todavía no existía. Cuando se eligieron a los senadores nacionales, que en esa época los elegía la Legislatura, también hubo inconvenientes porque desde Buenos Aires se quería imponer quién debía ocupar esas bancas. Mi padre se opuso porque entendía que debía honrar el acuerdo por el cual había llegado a gobernador. Por esa actitud tuvo que soportar un intento de intervención a su gobierno, que finalmente no prosperó. Mire, la candidatura a presidente de Juan Domingo Perón se armó gracias a los contactos que mi padre tenía con los radicales yrigoyenistas. Justamente ayer estuve leyendo el discurso que pronunció mi padre en nombre del Comité Universitario Radical en el entierro de Yrigoyen, en julio de 1933.

-Y su abuelo José…
-Mi abuelo José Laplacette tenía un almacén de ramos generales. No recuerdo bien qué año, pero habrá sido más o menos por 1935, mi abuela Catalina Merlini fallece en una operación de útero que se había hecho en Buenos Aires. Mi madre me relató yo todavía no había nacido cuando ocurrió ese hecho, que Catalina era una mujer con un carácter muy fuerte, con mucha personalidad y nuestro abuelo José se deprimió mucho. Ese estado se agravó con la debacle económica del país, los negocios le fueron muy mal y la muerte de su esposa significó un golpe del que no pudo reponerse.

-Cómo llega a la medicina…
-Varios factores. Mi abuelo paterno se había muerto en 1938 de un cáncer de riñón. Mi abuelo tenía 58 años y mi padre, que era el mayor de tres hermanos, tenía 25 años. La muerte de su padre lo impactó mucho. Siendo gobernador, a los 32-33 años, padeció una hematuria (orinaba con sangre) que le preocupó mucho. Antes, fue director del Frigorífico junto con Jacobo Spangenber. Jacobo fue un médico muy prestigioso, jefe de la clínica médica del Hospital Durán, y viajaba con él a menudo. Todos estos hechos de alguna manera fueron influenciando aunque uno no se daba cuenta. Luego tuve como profesor de Anatomía en el secundario a Luis Méndez, que fue un maestro espectacular, con una gran actitud docente. Estando en el Colegio Nacional Luis Clavarino se nos da la posibilidad de viajar en 1962 a Buenos Aires para hacer el curso de ingreso a Medicina. La idea de irnos unos días a Buenos Aires para hacer el curso de ingreso nos resultó una aventura más que una propuesta. Me anoté al curso de ingreso de Medicina sin tener de manera consciente una vocación clara.

-Pero se ha destacado en la Medicina…
-Siempre fui un buen alumno, especialmente en la Facultad. Pero prácticamente nunca había visto un enfermo. Lo que veíamos en la práctica hospitalaria era en todo caso una persona convaleciente que estaba contenida y atendida. Pero ver a un enfermo, hacerse cargo de lo que padece, tomar contacto con el dolor de la enfermedad, con la angustia del paciente y de sus familiares, fue una experiencia que vino con los años.

-Se recibió e ingresó al hospital de Clínicas…
-Sí. Pero insisto, me salió bien sin haberlo buscado de esa manera. En el internado del Clínicas, ya médico, tomé contacto con colegas que me llevaban varios años y que ya operaban. Al Clínicas, en esos años, era muy difícil ingresar y prácticamente vivíamos en ese hospital.

-Y a la cirugía cómo llega…
-Llego con muchísimo miedo.

-La cirugía es una especialidad cruel, pero la ejercen hombres compasivos…
-Eso dicen. En la mayoría de los casos es así. Lo terrible es cuando esta especialidad la ejercen hombres crueles que la hacen parecer compasiva. La cirugía es como un idioma, un lenguaje y la técnica es su forma de expresión.

-¿Un buen profesor de medicina es siempre un buen cirujano?
-No necesariamente. Mire, en medicina hay muchas farsas en materia educativa. Es como si yo le dijera que una buena docente de Lengua se puede considerar una gran escritora. Son dos cosas distintas el enseñar y el ejercer un arte. Con los cirujanos pasa lo mismo. Jorge Luis Borges es un gran escritor pero no necesariamente un buen profesor para enseñar a leer y a escribir y viceversa. Y lo que tiene la cirugía es que propone una solución a partir de una amputación o una modificación de una función y para ello es indispensable y obligatorio contar con un diagnóstico preciso. No se puede probar por probar. El cuerpo siempre es sagrado. Se ha corrompido un poco la intervención quirúrgica. Así se hacen operaciones que no tienen fundamentaciones racionales. Por eso la cirugía siempre tiene que estar destinada para establecer un diagnóstico o resolver un problema, pero nunca que sea inoperante.

-Teniendo en cuenta la inclinación de su abuelo, la de su padre, incluso la de su hermano menor Héctor, ¿a usted no se le despertó la vocación por la política?
-Me gusta muchísimo la política. Pero en mi caso conspira con lo personal. Además, hoy en día está bastante desvirtuada esa práctica. Para mí la política es el arte de consensuar intereses. Imaginemos que en una familia ya es difícil consensuar los intereses, agravado porque esos intereses muchas veces se manifiestan a través de procesos poco claros o de manera inapropiada; cuánto más difícil será, entonces, consensuar los intereses de una comunidad mucho más grande, con más diversidad de intereses y con mucho menos afectos entre las personas. Porque me gusta mucho la política, nunca me incliné por ella como vocación directa.

-Se ha ido perdiendo la cultura política para dar paso a una especie de contracultura que se alimenta a partir de la no participación ciudadana…
-Parece que todo estuviera dispuesto para que sea así. El mercado nos trata como consumidores en detrimento de nuestra condición de ciudadanos y lo mismo pasa con la política. El sistema nos empuja siempre a buscar la salida rápida aunque no sea la más adecuada y así muchos terminan en la anomia, en no respetar las normas, las leyes y las condiciones para vivir y desarrollarse en sociedad. Y quien alimenta esto nunca muestra su verdadero rostro. Mi padre, que era un ser íntegro en todos los aspectos y en su integridad familiar era aún más severo, siempre nos aconsejaba estudiar, estudiar y estudiar; porque la ignorancia nos convierte en objeto de otros y terminamos siendo usados. Paradójicamente nuestro padre, que tenía una enorme vocación por el bien común, nos desaconsejaba que ingresemos a la política. Con esos consejos y advertencias, aprendí que la política no es una persona manifestando su deseo de ser candidato, sino la comunidad imponiéndole la carga pública de ejercer determinados roles o responsabilidades para encontrar soluciones.

-En sus palabras se percibe cierta nostalgia: ¿todo tiempo pasado fue mejor?
-De ninguna manera. Reconozco que existe una deformación que dice eso: que todo tiempo pasado fue mejor, pero mi experiencia indica que todo tiempo se supera para el bien de la sociedad. Desde que tengo uso de razón siempre “después” fue mejor que “antes”. Y digo esto a pesar de nosotros, que hacemos muchas cosas mal, pero el mundo avanza y va hacia adelante. La continuidad es una esperanza. Decir que todo tiempo pasado fue mejor es siempre un mensaje sin esperanzas. Además es un mensaje nefasto para los jóvenes. No se le puede decir a un joven que el mundo de antes fue mejor que el de ahora, porque le estamos diciendo que llegó cuando la fiesta terminó. Eso es no tener esperanzas. En realidad, el mundo y las oportunidades siempre son nuevas para aquel que quiere hacer las cosas bien. Además, las experiencias negativas nos enseñan para el mañana, para no repetir errores y porque es cambiando como se mejoran las cosas. Le contaré una anécdota. Ingresé al Hospital de Clínicas el 6 de mayo de 1968 y me quedé hasta el 30 de mayo 2006. Fueron 38 años. Fui interno en 1968. Residente hasta 72-73. En 1976 fui médico interno. Cuando era jefe de Guardia nos decían: “Ah, los tiempos cuando estuvo tal médico” y nos nombraban a cuatro o cinco eminencias. Y sin embargo no eran mejores cirujanos que nosotros. Luego, estuvimos nosotros y hoy le deben decir a ese jefe de Guardia: “Ah, cuando estaba Antonio Maya”. Y los actuales son mejores que nosotros, sin ninguna duda. Hay una mejor cirugía, mejores anestesia; es decir, la ciencia evoluciona. Tengo un hijo que tiene 32 años, que está desarrollándose como médico y otro que acaba de ingresar en la residencia de cirugía del Hospital Alemán. A ambos los veo con las mismas o más ganas que tenía yo, con las ansias de capacitarse, con las angustias que despierta el ejercicio médico. Es decir, los veo exactamente como era yo siendo joven, pero mejor, mucho mejor que yo. Siempre digo que la Facultad de Medicina debe enseñar tres cosas fundamentales para ser médico antes de tocar a un enfermo: primero que no sabe nada, segundo que la medicina es peligrosa y tercero cómo es una persona normal, sana. Y así se aprende con prudencia, con guía. Por eso hacemos “práctica”, porque la medicina es un aprendizaje permanente, de todos los días. Y junto con esto, los médicos debemos tener consciencia de dos cosas: la ignorancia que tenemos como médico; y la incertidumbre de los resultados.

-Puede profundizar esos conceptos…
-Ignorancia de los médicos porque por más que ese médico sepa, nunca será suficiente ante el milagro –y el misterio- de la vida. Y la incertidumbre de los resultados es saber que aunque siempre salgan bien, alguna vez pueden salir mal. Hay que tenerlo en cuenta y estar preparado para ello.

-Estas reflexiones lo describen como un hombre creyente…
-Sí. Creo más en Dios que en la medicina. Me nace creer, mi naturaleza me lleva a creer; no puedo hacer otra cosa ni me imagino sin creencias. Por otro lado, traigo una fuerte influencia familiar en materia religiosa.

-Da la sensación de que familiarmente no tiene diálogos pendientes…
-Es así. Siempre digo que cuando se murió mi viejo, no me quedó ninguna letra sin pronunciar. Le preguntaba todo el tiempo y sobre los más diversos temas. Algo parecido a lo que usted está haciendo ahora conmigo. Nos sentábamos y teníamos largas conversaciones sobre los más diversos temas, aún los más angustiantes. En una de esas conversaciones me contó la discusión que tuvo alguna vez con Luis Dellepiane en la época de FORJA, en esas noches de café y debates. Dellepiane era agnóstico pero al mismo tiempo un hombre muy ilustrado. Una noche lo tenía a mi padre entre las cuerdas, y entonces mi padre, en un último intento, le dijo: “Luis, aunque usted me demuestre que Dios no existe, yo igual creería en Dios porque mi voluntad de creer es mayor”. Por eso digo que me nace creer; quiero creer; y cuando la gente me dice que muestre un milagro, respondo que milagros hay siempre y a cada instante. Hay que ser ciegos o necios para no verlos. La propia vida es un milagro, a cada instante. La vez pasada iba reflexionando sobre la fe y me acordé que una vez una persona dijo hace dos mil años que era el hijo de Dios. Segundo, prometió vida eterna, el Cielo. Luego lo avaló con su vida. Creo en eso. Y lo creo más allá de los mensajes pastorales de la Iglesias, porque los curas son como todos nosotros, hay brillantes, regulares y también medio infantiles.

-Una persona puede plantearse el creer o no…
-Es cierto. Pero debería preguntarse y responder: ¿qué inconveniente hay en creer? Tener consciencia de que la fe es una Gracia, un Don que nos es concedido. Y obviamente, incluso aquel que tiene fe puede atravesar momentos de su vida por algún espacio de duda. Nadie puede ser tan soberbio de creer que no puede equivocarse. No hay que temer a la duda, sino a la falta de respuesta. Por eso es vital creer.

-Queremos ser cuidadosos con el planteo, teniendo en cuenta que hace muy poco perdió a su esposa Luly, pero la muerte es parte de la vida. Usted, como cirujano se habrá tuteado con la muerte muy a menudo.
-Le agradezco el planteo. Mire… durante muchísimo tiempo el tema de la muerte me preocupó enormemente. Y me generó mucha angustia ser médico, cirujano, y tratar con pacientes que no se iban a curar. Fue una gran tortura. Un día estaba viviendo un momento de mucha angustia, reflexionando sobre cuestiones existenciales y cayó a mis manos la Apología de Sócrates. El último capítulo se llama “La muerte como un bien”. Sócrates se encuentra con sus discípulos que estaban desesperados porque su maestro iba a morir. Y Sócrates les pregunta: ¿Qué puede ocurrir? Y se responde: Que después de la muerte no haya nada. En ese caso no tengo nada que temer, porque la nada es nada. Y prosigue en su razonamiento: también puede ocurrir que haya algo, y en ese caso no existiría solamente para mí, sino para todos. Y comienza a nombrar a todas las personas que podría encontrar en esa situación y concluye: ¿quién marcha hacia un mejor porvenir? Ellos, por los que le darían la cicuta, o él. Nadie lo sabe, concluye. Luego leí otro libro interesante que se llama “De las profesiones, las artes y oficios”, que son las Cartas de Cicerón a su hijo, donde al final de ese libro hace un análisis similar y agrega en esta materia que estamos hablando: Si algún sabio descubriera que estoy en el error, le pediría que me deje morir persistiendo en él.

-Sufrimos más con la idea de la muerte que con la muerte misma…
-Es obvio que al ser humano no le gusta morir. Y es cierto, se sufre más con la idea de la muerte que con la muerte misma. Sobre todo cuando se tiene la idea de la muerte desde el bienestar. Pensar el morirse cuando uno está bien, es una locura. La muerte a veces es el único acto que a uno lo puede sacar del sufrimiento. Hay veces que el sufrimiento es tan grande, el deterioro tan determinante que no alcanzan todos los recursos de la medicina para aliviar. Para ese sufriente, la muerte es como una liberación. No estoy hablando de un paciente con una enfermedad terminal, sino de algo mucho más intenso. Porque tener una enfermedad terminal no implica estar en el período terminal. Hay que comprender las etapas. Una persona pasa de estar recluido en su casa, de ahí al sillón, del sillón a su cama y después ya no se levanta ni para las mínimas necesidades. El buen médico tiene que facilitar ese proceso. Los médicos existen desde antes que se conocieran las causas de las enfermedades y se conocieran los remedios para esas dolencias. Fueron destinados para combatir el sufrimiento, no la muerte. Sería un mal médico aquel que salve al paciente de la muerte a expensas de un sufrimiento ilimitado y continúo.

-¿Se les enseña a los médicos estas cuestiones?
-No, y hace falta la formación filosófica. La medicina hoy es un negocio formidable, lamentablemente. Pensemos lo siguiente: cincuenta años atrás, los que ponían un peso en salud eran los ricos… cuando se enfermaban. Hoy los cuarenta millones de argentinos ponen plata para el sistema desde el mismo día que nacen hasta que mueren. Eso genera fondos inmensos de plata.

-Se intuye que tiene un gran apego a lo clásico…

-Es así e incluso reconozco que tengo un pensamiento bastante clásico en muchos aspectos de mi vida. Eso me permitió, cuando tenía más o menos cuarenta años, perder el miedo a la muerte. Hace un par de años tuve un problema por el cual –me dijeron- pude haber muerto, pero ya no tuve temor. Recuerdo un pasaje muy interesante de una entrevista que le hicieron a la actriz China Zorrilla. Ella contó que su madre siempre vivió muy aterrorizada por la muerte. Y un día le avisaron que su madre se estaba muriendo y acudió con una gran preocupación y angustia, pensando en el sufrimiento que estaría pasando al saber que estaba por morirse. Entonces, la madre le dijo a China Zorrilla: pensar que viví toda la vida aterrorizada por la muerte y ahora que la tengo tan cerca, tengo una cierta curiosidad. Por otro lado, nos podemos percibir y concebir muertos, pero no desaparecido. Por eso creo. El creer me ayuda a que el vivir sea mejor. Creer es creer sin evidencias. Cuando uno tiene la evidencia, entonces más que creer, sabe. Saber y creer son dos cosas distintas. El creer es un acto de fe.

Por Nahuel Maciel 
EL ARGENTINO ©

Un hombre bondadoso

Por Héctor Maya (*)

En la familia tenemos un gran orgullo por nuestros hermanos médicos Antonio José y Carlos Domingo, los cuales se han destacado en los mejores niveles profesionales del país, llenándonos de satisfacción por el reconocimiento que nos llega de quienes fueron sus pacientes o los familiares o amigos de los mismos, que se han visto beneficiados por su comportamiento profesional y humano.
Los he visto estudiar, esmerarse y entrenarse, más allá de lo responsable, para estar siempre dispuestos a poner lo mejor al servicio de sus pacientes.
Posiblemente aquella enseñanza de nuestro padre, que nos decía que había tres estados en la vida que necesitaban especial protección “la niñez” cuando es necesario formar al joven; “la ancianidad” cuando se necesita afecto y amparo y “la enfermedad” que es un estado que reclama la asistencia y el amor; lo marcaron y determinaron su compromiso profesional y humano.
Sin duda, a esto agregaron el ejemplo familiar que mamamos de nuestros padres, junto a la fe en Dios y el amor al prójimo, que les dio una admirable ética humana y profesional, que los lleva a que siempre decidan primero por el paciente.
Pero apartado de lo médico, Antonio, como el mayor de casa, fue la consulta habitual del resto de los hermanos; el ejemplo y el paño de lágrimas del que tenía algún problema y el que abrió el camino para avanzar para todos, siempre con la mayor humildad.
Ilimitadamente arbitrario en sus opiniones, compensa sus defectos con bondad, lo cual le dio participación en la familia de todos y en todas las cuestiones. Antonio nunca pide permiso, sabe que lo tiene, porque se lo gana.
Cada uno de nosotros utilizó de alguna forma el camino que Antonio abrió y en eso, fue parecido a nuestro padre; ambos por mérito y derecho propio y por aquello que enseñaba el Quijote “escucha hermano Sancho, en esta vida, nadie vale más que otro, mientras no haga algo más y mejor que otro”. Esto le reconocemos a Antonio en la familia, no sólo por lo profesional, sino especialmente en lo humano.
Posiblemente hoy, pese a la familia, a sus hijos y a la llegada de su primer nieto, no sea plenamente feliz, porque Luly, su gran amor, se fue con Dios y le dejó el recuerdo y el corazón que demora en sanar, pero seguramente, en el camino seguirá cosechando lo que sembró.
Nunca uno puede decirle a sus seres queridos todo lo que siente y menos escribirlo, por las limitaciones propias, pero sí expresar lo que deseo y ahí van mis rezos a Dios, pidiéndole lo mejor.

(*) Héctor María Maya es el hermano menor de Antonio.


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