De nuestro pago: rescate de los refranes en Gualeguaychú (II)
Por Pedro Luis Barcia (*)
Retomo el tema del refranero en curso en Gualeguaychú hacia 1920. Los transcriptos en la primera entrega corresponden a los de origen español, asumidos entre nosotros. A ellos les sumo, ahora, los propios criollos nuestros, casi todos ellos procedente del ámbito rural. Pero, antes, una aclaración. Entre estos refranes, se filtraron en la colecta magistral –de las maestras- algunas frases del habla que no son refranes. Las frases no tienen intención didáctica vital, sino que solo expresan actitudes o reacciones: “No es con vos, guardá la tos”, “Pare el carro, que hay mucho barro”. Y dos que tienen historia. “Agarrate, Catalina, que vamos a galopar” y “El mate de las Morales”. Catalina, dicen, era una niña trapecista de circo, que hacía vuelos en el aire. Y cuando largaba el salto mortal, había un encargado de recordarle: “¡Agarrate, Catalina!”. Un día faltó el hombre y Catalina no se asió de la cuerda y cayó al vacío. Luego, el uso criollo lo aplicó como advertencia previa al galope tendido, y dirigido a la moza que el gaucho lleva en la grupa.
“El mate de las Morales”. Dicen que, a comienzos del XIX, una viuda y sus tres hijas tenían una posta cerca de la Ensenada de Barragán, donde paraban las carretas y carruajes. Las muchachas ofrecían gentilmente a los viajeros con variedad de fórmulas obsequiosas: “¿Quiere unos amargos?, “¿Desea unos verdes?”, “¿Qué tal unos cimarrones?”, pero pasaba el tiempo, partían todos, y los mates no aparecían. Promesas vanas y engañosas. En una ocasión, entretuvieron a los ingleses desembarcados en la Ensenada y mandaron un chasque a avisar a Buenos Aires del hecho, lo que permitió tomar algunas previsiones. Ahí sí fueron serviciales.
Igualmente, son frases y dichos pero no refranes estas: “De paso, cañazo”, es decir que deben aprovecharse las oportunidades. “Cañazo”, golpe con una caña al pasar, vale como “matar dos pájaros de un tiro”. “Soy como los mates: sirvo si me abren la boca”, que usa Güiraldes en uno de sus cuentos para definir a un tape taciturno pero buen cuentero. “Dale lonja al parejero”, no se afloje en castigar el caballo en la carrera. “No tiene más que posturas, como guitarrero lerdo”, de alguien que ha perdido la habilidad tocar el instrumento y solo se queda en gestos y aprontes. “Igualito al seis de enero: puro jugueteo”, frase picaresca que suele aplicarse al novio.
La fraseología argentina es muy rica, matizada y creativa y se ha ido diferenciando de la peninsular. Muchas frases nuestras difieren en su sentido de las idénticas españolas. Recurro para dar ejemplos a nuestra obra: Barcia, Pedro Luis y Gabriela Pauer: Diccionario fraseológico del habla argentina.
Frases, dichos y locuciones. Buenos Aires, Emecé, 2010. “Ser un churro” para los españoles significa “ser una casualidad”; para nosotros, se sabe, es asemejarse a Brad Pitt; “ser un facha”, “allende el Atlántico” es tener ideas conservadoras (lo que aquí llamaríamos “facho”), pero entre nosotros es la buena apariencia física; “tener buen saque” es, allá, ser comilón, aquí es tener posibilidades en el tenis, ser un Delpo, y así parecidamente.
Como ocurre en todas las lenguas, no es tendencia peculiar nuestra, lo subumbilical, -para ser elusivos y no hablar de lo sexual-, se lleva la atención en la fraseología: nuestro Dicccionario recoge más de cuarenta expresiones para no decir y decir “tener sexo”.
Pero dejemos las frases y vayamos a nuestros refranes. En la colecta gualeguaychuense, son refranes de cuño criollo estos: “A mejor cantor se le escapa un gallo”, “Boleá, si querés caballo”, “Cuando la soga es corta es al ñudo echar el balde”, “Dele sin asco, que es churrasco”, “Pal que anda con el freno en la mano no hay caballo flaco”, “No me fío del padrillo que ve yegua y no relincha”, “Mate amargo y china pampa, solo por necesidad”, “No hay naipe fiero pal jugador mañero”, “Campiando perdices, se cazan cuises”, “No debe ser gringo el Diablo si castiga en la paleta”, “El churrasco pa’ mis dientes y el cuero pa’ los parientes”, “Las haciendas se conocen cuando salen a pastiar”, “Boyar no es saber nadar”, “Dios sabe sacar en ancas”, “Pa’ pelar el mondongo se necesitan uñas”, “Pal gaucho de casta todo el mundo es cancha” “En las barbas de los pobres aprenden los peluqueros”.
El número de refranes que recogimos en nuestro Refranero de uso argentino supera los siete mil, pero en el uso habitual solo alcanza los 400, y en el juvenil, no excede los cincuenta, según mis últimas compulsas de hace un lustro. El refrán va desapareciendo del uso oral espontáneo de los argentinos y, acentuadamente, en las nuevas generaciones.
(*) Pedro Luis Barcia es expresidente de las Academia Nacional de Educación y Argentina de Letras.
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