Día del Maestro
Mañana se celebre el Día del Maestro en conmemoración de un nuevo aniversario del fallecimiento de Domingo Sarmiento, el Maestro de la Patria.
No hay argentino que haya contribuido más al desarrollo de la educación que Domingo Faustino Sarmiento. Durante su Presidencia (1868-1874) se propuso elevar el nivel social de amplios sectores de la sociedad a partir de una fuerte acción educativa impulsada por el Estado. Sarmiento abogó por una educación popular: “Lo que necesitamos primero es civilizarnos, no unos doscientos individuos que cursan las aulas, sino unos doscientos mil que no cursan ni las escuelas”.
Sarmiento explicaba: "Para tener paz en la Argentina, para que los montoneros no se levanten, para que no haya vagos, es necesario educar al pueblo en la verdadera democracia, enseñarles a todos lo mismo, para que todos sean iguales... para eso necesitamos hacer de toda la república una escuela."
En 1991, durante la presidencia de Carlos Menem la educación pasó a manos de la provincia y el Estado Nacional se desentendió de esa responsabilidad, lo que causó un lento declive en la educación pública al carecer siempre las provincias recursos para otorgarle un presupuesto adecuado y sostenido en el tiempo.
Antes era impensable no hacer la secundaria o abandonar los estudios, era un hecho condenable por el entorno familiar y donde el adolescente se relacionaba; sin embargo en la actualidad, uno de cada dos estudiantes no concluye ese ciclo.
En las estadísticas, el secundario concentra el mayor porcentaje de abandono educativo de la población argentina, que según los datos relevados por la Unesco Global Education Digest, alcanza al 50 por ciento de los estudiantes. Según informes de esta ONG, que desde 2007 releva de forma pormenorizada y continua los diferentes índices estadísticos nacionales e internacionales en materia educativa, uno de cada dos estudiantes argentinos que inician el secundario no lo termina.
Hoy un joven adolecente que no tenga un título secundario estará condenado a la precariedad laboral, a conseguir los empleos más bajos en salarios y en condiciones de salubridad. Un país que no apuesta a la formación de sus jóvenes estará condenado al subdesarrollo permanente.
No hay argentino que haya contribuido más al desarrollo de la educación que Domingo Faustino Sarmiento. Durante su Presidencia (1868-1874) se propuso elevar el nivel social de amplios sectores de la sociedad a partir de una fuerte acción educativa impulsada por el Estado. Sarmiento abogó por una educación popular: “Lo que necesitamos primero es civilizarnos, no unos doscientos individuos que cursan las aulas, sino unos doscientos mil que no cursan ni las escuelas”.
Sarmiento explicaba: "Para tener paz en la Argentina, para que los montoneros no se levanten, para que no haya vagos, es necesario educar al pueblo en la verdadera democracia, enseñarles a todos lo mismo, para que todos sean iguales... para eso necesitamos hacer de toda la república una escuela."
En 1991, durante la presidencia de Carlos Menem la educación pasó a manos de la provincia y el Estado Nacional se desentendió de esa responsabilidad, lo que causó un lento declive en la educación pública al carecer siempre las provincias recursos para otorgarle un presupuesto adecuado y sostenido en el tiempo.
Antes era impensable no hacer la secundaria o abandonar los estudios, era un hecho condenable por el entorno familiar y donde el adolescente se relacionaba; sin embargo en la actualidad, uno de cada dos estudiantes no concluye ese ciclo.
En las estadísticas, el secundario concentra el mayor porcentaje de abandono educativo de la población argentina, que según los datos relevados por la Unesco Global Education Digest, alcanza al 50 por ciento de los estudiantes. Según informes de esta ONG, que desde 2007 releva de forma pormenorizada y continua los diferentes índices estadísticos nacionales e internacionales en materia educativa, uno de cada dos estudiantes argentinos que inician el secundario no lo termina.
Hoy un joven adolecente que no tenga un título secundario estará condenado a la precariedad laboral, a conseguir los empleos más bajos en salarios y en condiciones de salubridad. Un país que no apuesta a la formación de sus jóvenes estará condenado al subdesarrollo permanente.
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